Los cuentos de La niña poeta y hablando de perros fueron publicados en 2019 por Akasha Ediciones. La obra, de edición limitada, está conformada por veintiún relatos divididos en dos apartados nombrados como las dos partes que estructuran el título del libro.
En el prólogo, la autora sustenta el origen de sus narraciones: “Este libro de cuentos, está basado en fotografías, en notas y en dibujos hechos en mi niñez, así como en lugares reales, modificados por la urbanización, pero fieles en su estructura y en el tipo de personas que los habitan”. La edición contiene aquellos dibujos señalados por Reguera, elaborados de manera sencilla por incipientes manos infantiles.
El espacio cultural en el que se desarrollan los acontecimientos es la Ciudad de México. No obstante que la autora se propone sustraer al lector de la ubicación y nombre de este espacio (en “Por poco no cuento” a este espacio lo llama “Ciudad de M.”), el uso lexical del tratamiento cordial entre hermanos en la palabra “manito”, los mercados, la avenidas, propician la Ciudad de México como el espacio innegable de las narraciones.
Hay cuentos, como “El gusanito Verde”, “La pelota” y “La piedra picuda”, donde la humanización de los protagonistas (un gusano, una pelota y una piedra) incorporan la fantasía como medio para explicar una aventura basada en el heroísmo, la fraternidad y el descubrimiento del sentido de la vida (una piedra que halla la razón de su propia existencia al formar parte de los juegos de los niños).
El apartado “Hablando de perros” integra al perro como el sujeto narrativo primordial, con su propia historia.
La mirada del perro es el espacio donde la historia se presenta y desarrolla, descubre, y en su hallazgo siempre se encuentra la alegría de su amo, un niño. El perro y el niño son un consuelo mutuo, solo suspendido por la tragedia, la enfermedad o la ingratitud.
En La niña poeta y hablando de perros de Reguera el protagonismo de los niños se ejerce desde una dimensión poco frecuente, pero no irreal, de la infancia: la prudencia, matizada por el camino de la ternura y una tristeza casi ensoñada.
Los niños que atraviesan por diversas circunstancias a lo largo de los relatos no son objeto de los impulsos irrefrenables del entusiasmo, donde se cometen tropiezos y travesuras; no obstante, se entusiasman, pero su pequeño furor está inmerso en el sosiego de una mirada prudente, sensible, que da testimonio de lo que falta y lo que tiene, la carencia y el gozo, el dolor y el regalo.
Los cuentos infantiles de Patricia Reguera problematizan, como lo han hecho otros autores, el concepto de la infancia en la literatura, como una tradición fundada en el antagonismo entre realidad y fantasía, y donde la fantasía implica siempre una suspensión del dolor.
Con excepción de la narraciones fantásticas mencionadas (en las que está, también, “El pastor de los sueños”) los niños de La niña poeta… desean y padecen, más que soñar, y la prudencia es su evidente manifestación ante el mundo, el de los adultos y sus circunstancias; su manifestación, también, ante ellos mismos.
Los niños que dirigen con sus historias los relatos de Patricia Reguera no son aniquilados por el capricho de añorar lo que no tienen, sino que se desempeñan silenciosos y extrañados ante ese padecer (el hermano que no regresa a casa, en medio de peligrosos acontecimientos sociales en “’68”).
El único acto de imprudencia de la niñez en estos relatos es el descubrimiento de la muerte en “Por poco no lo cuento”
donde el personaje, Patricia, sin atender la advertencia maternal, se sumerge entera y voluntariamente en un canal para, después, se rescatada por el padre.
Este acto imprudencial, sin embargo, no objeta el ethos del personaje, ni del libro, la prudencia, sino que la revela en sus límites. El silencio de la niña al sumergirse en el agua que la ahogará no es el de la resignación entristecida ante su vida, sino una inmersión, ausente de temor, en lo desconocido.
Experimento ontológico: probar si, al perder su materia, separarse del cuerpo, se pierde, también, a sí misma; un silencio placentero, donde no hay dolor aunque sea el anuncio de su muerte.
El silencio de las aguas es una extensión del propio silencio interior de Patricia, y de los personajes infantiles protagónicos de La niña poeta…; el mundo interior, por vez primera, se integra en sincronía con el mundo exterior.
En ese límite, la prudencia que une y separa a los personajes del mundo, se vuelve una con ese mundo, a través del canal en que se sumerge.
Un mundo que, finalmente, la salva, le sonríe y le señala que la prudencia se vive, desde la infancia, a solas.
La prudencia en estos niños es el límite entre su mundo y un mundo que no les pertenece, pero que les da pequeños e intensos obsequios con los que los personajes se asumen satisfechos, ahí donde culmina el relato: un aprendizaje, un retrato, un dolor aminorado, un sueño (sin fantasía) feliz.
La infancia en el libro de Patricia Reguera Sánchez comparece ante ese mundo que no le es propio, pero que tampoco exige nada de ella, y que danza dolorosa o felizmente frente a ella, pero cuya parte, unos zapatos, un dibujo, un columpio, una pelota, la infancia reclama para sí, no con el arrebato y el rezongo, sino con una ilusión cautelosa, sutil.
La mirada de la infancia en Patricia Reguera es la mirada detrás de la celosía, donde el sujeto observa sin intervenir y sin el ocultamiento calculador de sus intenciones; donde se intuye una mirada que vibra sigilosamente, y a nadie afecta porque nada pide, nada le quita al mundo y, sin embargo, lo vive.
[…] tres plumazos convertidos en tres breves cuentos, el autor nos conduce por el camino del amor profundo, sencillo, resbaladizo, como la taza blanca […]