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En su camino al trabajo del papá de Silvia, cuando de pronto se acercan dos niños, igual de descuidados que Silvia, con apariencia de pobreza, de poca salud, pero con mucha curiosidad.

-Hola Silvia, ¿Quién es ella? preguntan rodeando a Liz.

-Es mi amiga, mi nueva amiga, dice Silvia con mucho orgullo.

-No la habíamos visto -. Dice uno de ellos.

– ¿Dónde vives? -. Le pregunta el otro.

-Soy de Mérida, venimos de paseo por aquí con otros compañeros de la escuela, la maestra Tony nos trajo, pero… me dejaron… sus ojos se llenaron de lágrimas.

-No llores le dijo Silvia, ya te dije que te vamos a ayudar a regresar. ¿Verdad que la vamos a ayudar? – Dirigiéndose a los dos niños. Ellos asintieron con la cabeza.

Silvia los presentó señalándolos con el dedo… Él se llama Pepe y él Paco.

-Hola, – dijeron al mismo tiempo.

-Mi amiga se llama Liz, – dijo con una sonrisa de satisfacción… se sentía importante. (Ya tenía una amiga que nadie conocía).

-Estamos yendo donde trabaja mi papá para que nos ayude a encontrar a su maestra, ¿vienen con nosotros?

-Siii, gritaron.

Y se encaminan los cuatro… caminando apurados, pero con cierta tranquilidad de estar acompañados.

Ya encaminados, de pronto Paco dice: ¡Mira, ya abrieron la tienda!, allí trabaja mi hermana, y siempre me regala algunos dulces, ¿quieren que les pida alguno?

-Si, dijo Pepe, pide para todos, aquí te esperamos.

Sale corriendo paco hacia la tienda, y los demás se quedan esperando a distancia. Unos cuantos minutos y regresa con una bolsita en la mano, con algunos dulces. Entonces dice Paco: Hay para todos, son suficientes para que nos duren un buen rato.

Retoman el paso y van comiendo cada quien algún dulce, pasan junto al parque, que lucía triste, solo descuidado y algo oxidado, sin decir nada Pepe corre y se sube a la resbaladilla, se avienta y caen en la sucia arena, que al estar tan reseca levanta tanto polvo que entra en su boca, que le hace empezar a toser y atragantarse, lo que provoca la risa de los otros tres nuevos amigos… Paco hace lo mismo de subirse y se avienta, estaba por correr Silvia para subirse, cuando de pronto Liz la toma la mano y se le queda viendo, con la mirada de le hace entender que deben seguir su camino para poder regresar a su casa.

Silvia le dice: solo me tiro una vez y seguimos… no tardo.

Suavemente Liz, la suelta…no se sabe que entiende que es una niña, o porque no le queda más remedio que esperar, no hay quien más le ayude.

Con la mirada sigue a Silvia que corre al juego infantil, cuando siente un empujón.

Era Paco y Pepe que le animan a subir también. Dale Liz, tú sigues, aviéntate, Silvia con las manos arriba y contenta ya se está aventando. Mientras los dos niños siguen acercando al juego a Liz, ya junto a la escalerilla dicen…

– Que suba, que suba, que se tire, que se tire.

– Ya Silvia en el suelo, también les hace coro, que se tire, que se tire…

Al fin, niña, sonríe y animada se sube y se avienta contenta, pero pierde el equilibrio ya cae mal, aterriza de manera que no puede mantener el equilibrio y cae de boca. Se para y tiene la cara sucia y llena de arena, lo que provoca las risas y carcajadas de los niños. Ella se ríe con ellos, y empiezan una ronda de aventarse por turnos, se pasan a los otros juegos infantiles, los columpios, el sube y baja, en fin, todos los juegos del parque. Estaban tan divertidos y felices, que no ven pasar el tiempo.

– Ya me cansé dice Liz, quiero agua; tengo sed.

Los otros tres niños se ven entre sí, ¿te cansaste? ¿Tienes sed?

– Vamos por aquí hay una toma de agua, avanzan un poco y hay un pequeño bebedero de agua en el parque, que se ve todo dañado y oxidado, con poco uso.

– -Está muy sucio dice Liz.

– Pues no hay otro por aquí dice Pepe.

Liz ante esta respuesta, encoge los hombros y se estira para tomar del agua, se refresca y les pregunta, ¿ustedes también van a tomar agua? Se ven entre ellos y hacen un gesto como diciendo: ¡da lo mismo si tomamos o no!, pasan y toman un poco cada uno, se limpian la boca y se disponen a sentarse en la banqueta del parque.

– ¿Qué hacemos ahora? Pregunta Paco.

– Vamos con el papá de Silvia, dice Liz.

Vamos, contestan todos, y separan rápidamente y continúan su camino, en eso paco dice:

– ¿Se acuerdan qué en casa de mi tía, había unos juguetes que no nos dejaban tocar?

– Si, dijo Silvia. ¿Y que con eso? ¿ya te dejan jugarlos?

– No, – contesto Paco, – pero se me acaba de ocurrir que podemos ir por ellos, porque entre ellos hay una muñeca que se ve que nunca han usado, y a lo mejor se lo podemos regalar a nuestra nueva amiga.

– ¿La quieres? Le pregunta a Liz.

– No sé. Contesta, pero como me la vas a regalar si no te dejan tocarla.

– Ahorita no hay nadie, todos los adultos ya se fueron a trabajar o al campo a cosechar.

– Vamos, dijo pepe, si vamos, apoyo Silvia.

– Y todos corrieron dejando parada a Liz, se detienen en seco, y le dicen: vamos Liz, ven, luego seguimos el camino.

A Liz no le queda más que ir con ellos, y los alcanza, para seguir juntos.

Llegan a casa de Paco. Una casa un poco mejor que las otras, con un estilo más seguro, paredes de concreto o tabiques, pintura desgastada, pero su techo era de loza alto de esos que usaban rieles para el soporte, puertas de doble hoja, altas, pintadas en azul, un azul derruido, ya rayadas y desgastadas.

Empuja la puerta y entra, estaban sin seguro ya que allí nadie roba a nadie, se respetan y cuidan sus cosas entre ellos. Entrando hay un cuadro familiar, que con el tiempo ha perdido el color, floreros antiguos en las esquinas, mesas donde tienen velas apagadas y dobladas por tanto calor, muebles de madera antiguos, una cortina de tela divide un cuarto de la sala y el comedor, una casa simple, pero mejor que la de la abuela de Silvia.

-Vengan; dice Paco, en el otro cuarto están guardados en el ropero. Pasan a la otra habitación, igual de deteriorado que el anterior, a un costado esta la cama, una hamaca doblada y colgada de su hamaquero, y en frente de ellos está el ropero, grande, oscuro, el único mueble bien conservado, un ropero de cedro pulido y con detalles rústicos, Paco saca una llave de una mesita que está junto al ropero y abre el ropero; hay ropa de niños colgada, se ve con poco uso, los ojos de todos recorren la ropa, y la comparan con la que tienen puesto. Hay mucha diferencia, se ve bien, empolvada, pero en buen estado, cuando intentan tomar una prenda, cae algo de entre la ropa, se asustan y gritan… era un alacrán que huye de ellos.

Todos se ríen del susto.

Siguen curioseando la ropa, entonces, dirigen la mirada debajo de la ropa que está colgada, y allí está su tesoro, juguetes bien acomodados, carritos, pelotas, varias muñecas, osos de peluche, todos usados, pero en buen estado. Al fondo una caja con una muñeca rubia, de ojos verdes, se podía ver a través de la ventana de la caja de empaque, adelante estaban los demás juguetes que no permitían verla completa, así que removieron los juguetes para poder liberarla, la toma Silvia con ambas manos y la jala hacía sí.

-Listo, dijo ya la tengo, ¡qué bonita esta! Exclamo Silvia, era rubia, ojos verdes, cabello abundante, un vestidito rosa, con calcetas y zapatitos blancos de aproximadamente 40 cm de alto. La caja decía el nombre de la muñeca. ELIZABETH. (Una muñeca clásica para las niñas de esa época).

Con curiosidad Liz, se estira para verla, se la muestran y dice: esta bonita. ¿De verdad me la vas a regalar?

– Si, respondió Paco… te la regalo. Era de mi hermana, pero dicen que nunca la usó, que cuando se la compraron, al poco tiempo se enfermó, que solo la veía desde su cama. También dicen que duro mucho tiempo enferma, que parecía que se iba a morir, por eso nunca jugo con ella. Cuando se curó ya estaba grande y ya no quiso jugar con ella.

– y ¿dónde está tu hermana?

– Es la que trabaja en la tienda, pero se aburre, porque nadie entra a comprar.

– ¿Por qué nunca me la regalaste a mí? Reclamo Silvia…interrumpiendo la conversación.

-No se me había ocurrido, contesto Paco, pero como a ella la vi triste, pensé que eso la iba a alegrar, además tú siempre estás contenta, – de respuesta le dio un coscorrón.

Liz abrazó la muñeca, – ¿La puedo sacar de su caja? – Preguntó.

-Sí, ya es tuya, pero déjame guardo la caja, para que no se den cuenta que ya no está la muñeca. Dijo esto y regreso la caja al ropero.

– Yo voy a quedarme con un oso de peluche. Dijo Silvia. Y tomó el más bonito que había en el ropero.

Paco cerró el ropero, regresó la llave y se dispusieron a salir de la casa.

Cada niña se va feliz con su juguete; salen y cierran la puerta y retoman su camino, en eso pasa junto a ellos, un señor cargando unos fardos de leña…

– ¿Para qué es eso, – pregunta Liz.

– Cómo que… ¿Qué es? Pues es la leña que se utiliza en las casas para cocer la comida, para hacer el pan o para otras cosas. ¿En tu casa no lo utilizan?

– No, respondió Liz, en mi casa, la comida la hacen en la estufa y el pan se compra en la panadería.

– Aquí no hay de eso, solo en las casas ricas había, dice mi papá, y panadería, solo hay en el pueblo contestó Silvia.

Continuaron su camino. En eso ya llegando a la desfibradora, cruzan el riel de la plataforma que lleva el henequén a la planta desfibradora.

Y se oye el aviso de la campana que avisa que se aproxima la plataforma, el aviso de precaución.

– Que padre, dice Liz, en el recorrido de la hacienda solo vimos fotos, nos dijeron que ya no existe, ¿Cómo es que no lo sabe el sr. Carlos Canto que aquí si tienen?

– Mmm… No sé, dijo pepe, sin importarle porque no lo sabe el sr. Canto y menos quién es el Sr. Canto.

– Niños, ¿a dónde van? Pregunta un señor que pasa con su carreta con henequén, leña y carbón.

– Vamos a la desfibradora a ver a mi papá, responde Silvia.

– Suban, los llevo, hacia allá voy.

Sí, vamos dijeron los niños, se suben tan aprisa como pueden, por la parte trasera de la carreta y ayudan a Liz a subir, y van los 4 sentados en la parte trasera viendo como todo va quedando atrás.

Atrás dejan un hermoso paisaje, casas viejas de paja, otras de mampostería descuidadas, carretas circulando, perros flacos y desnutridos, algunos hombres y mujeres caminando, enfocados en sus tareas y pensamientos, tiendas vacías de clientes, alguna triste bicicleta y los autos viejos fuera de circulación. Todo era tan extraño, tan desolado, tan cerca y al mismo tiempo distante de la ciudad en constante movimiento.

Gapache, el gato guerrero
Decisión, un deseo

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