El cielo teñido de gris, plomizo las nubes amenazantes, el rugido del viento es implacable, se cuela a través de la ventana.
Comienzan los truenos, y de tanto en tanto unos rayos se asoman por detrás de las nubes haciendo fuerza por derribarlas. Los árboles se balancean sin descanso. Solo hay negrura y frío. Comienza a llover.
La lluvia golpea con fuerza mi ventana, en un momento dado la puerta de la habitación se cierra de un portazo. Estoy sumergida en un negro abismo. Mi corazón late sin control, de repente un rayo ilumina todo y veo una sombra.
Al cabo de un momento está de pie junto a mí. Su mirada penetrante me paraliza. El frío recorre toda mi columna, pero a su vez una energía de fuego y una fuerza me arrastra a ese ser generando una conexión irresistible.
Su ropa negra de dibuja su figura y no logro ver su cuerpo completo, solamente sus ojos sobre mí. Se mantiene en silencio, no emite sonido, sigue con sus ojos en mí queriendo lograr su objetivo.
No logro descifrarlo, pero no puedo moverme. Por una extraña razón quiero que se acerque a mi cuerpo. No siento miedo, sino una especie de excitación y atracción hacia ese ser indefinido.
Como si leyera mi mente comienza lentamente acercarse a mí. Ahora logro ver su cuerpo, es muy alto, cabello negro largo, ojos penetrantes. Sus brazos me toman muy fuerte de la cintura colocándome delante de él, sintiendo su pecho en mi espalda, sin poder realizar ningún movimiento.
Sus labios comienzan a recorrer mi cuello, siento literalmente que se está quemando mi piel. Siento que algo se desgarra y la sangre comienza a emanar, toma de mi hasta dejarme exhausta.
Siento dolor, pero también una especie de placer que resulta ser un infierno delicioso. Voy quedando sin fuerzas rendida en sus brazos y quisiera que ese momento quede suspendido en el tiempo, siendo eterno.
Al abrir los ojos puedo notar que la tormenta había pasado, aunque las nubes todavía tiñen el cielo.
Está amaneciendo, estoy sola en la habitación, la ventana abierta de par en par, estoy algo mareada confundida, aunque aún siento el fuego arrollador dentro, lo que ha quedado latente en mi cuello es la mordida ardiente.