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Una de las batallas más duras que debo lidiar a diario es conmigo y todas las que soy, este cerebro mío se la pasa elucubrando malos pensamientos, trágicos destinos y cuestiona cada paso que doy.

Sé que no solo me ocurre a mí, sé que somos millones las que nos acostamos con la mente revoloteando en errores que quizá nadie notó, que nos cuestionamos si en realidad merecemos descansar, procrastinar, comer e incluso vivir. Y aunque las sonrisas nunca falten, no puede ser que carguemos con la hostilidad del mundo también dentro de nosotras, que los primeros juicios de valor sean lanzados por y para sí mismas.

Así que, decidí hacer un pacto con mi mente, el inicio de una tregua que da por terminada una guerra que ya no puedo recordar cuándo empezó. Y ahora, que intento mirarme al espejo sin tanto reproche, que le he hallado el gusto a tomarme un tiempo, si así lo siento necesario, que estoy aprendiendo a escribir y mostrar sin miedo; ahora me juzgo menos y comprendo más, me cuesta menos encontrarme cada que mi cerebro declina, llegar a mi orilla comienza a costar un poco menos.

Y como no ha sido fácil, quiero compartirles mis pensamientos para que quizá, alguna oración les sirva para iniciar o reforzar su propio sitio seguro dentro de ustedes mismas, un santuario individual al que solo ustedes pueden acceder, otorgándoles la calma que se requiere para los momentos difíciles.

Lo que hago es cerrar los ojos evocando un sitio que me proporcione paz y tranquilidad, puede ser un sitio real o imaginario, relacionado a algún recuerdo positivo o algún deseo.

Una vez identificado el lugar trato de recorrerlo con todos mis sentidos, identifico los colores, los olores que puede haber, construyo en mi mente un ecosistema que todo mi cuerpo puede sentir. Luego, identifico un factor predominante ya sea emocional o sensitivo, es decir, le doy un nombre a mi sitio, el mío se llama “mar”, porque evoco un recuerdo frente al mar que me produce felicidad y confort.

Lo nombro para poder volver a él. Las primeras veces lo practicaba una y otra vez, salía y entraba llamándolo por su nombre en mi mente, cada vez se hace más fácil volver. Los días buenos, también visito “mar”, le cargo toda mi energía positiva, ya saben que cuando nos sentimos felices, la buena vibra se multiplica, dejo todo lo que puedo ahí y salgo feliz, así, cada que siento perder la calma sé que hay un lugar seguro dentro de mí con dosis de buena energía esperando para brindarme ese aliento que necesito en los momentos oscuros.

¿Ustedes, cómo llegan a su lugar seguro?

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