La invención de la máquina Farmacotipográfica o Farmatipográfica (referida en algunos textos alquimistas exotéricos como «Tipografocéutica») se debió al franco mexicano Dr. Hêlmer O’Meròpet Atherõ. En sus notas el doctor la describe como «la máquina alquimista» que sería capaz de fabricar cualquier género de remedio conocido y recetado.
En palabras del propio O’Meròpet, su función era la de «preparar fórmulas magistrales para los pacientes de los médicos al instante mismo en que el boticario transcribe por medio del teclado de la máquina el nombre del remedio prescrito».
El mecanismo de la máquina farmacotipográfica se ponía en marcha al movilizar la palanca <<carriage return>>, ya que se empleaba un teclado ordinario de máquina tipográfica, pero el proceso completo podía tardar hasta dos horas ya que para obtener un resultado correcto era necesario previamente corroborar «manualmente» la disponibilidad de todos y cada uno de los ingredientes de la receta con los que era elaborado el remedio.
Teniendo una capacidad de hasta 350 distintos componentes, verificar la existencia en la cantidad exacta del que era preciso utilizar cada vez, solía ser una labor ardua, tediosa y dilatada en el tiempo a dedicar, que se complicaba un poco más debido a que, por no contarse aún con la tecnología adecuada, la máquina era incapaz de calcular volúmenes y pesos y tampoco podía distinguir un contenedor vacío de uno lleno, siendo así necesario proporcionarlos cada vez en los términos requeridos. La máquina permitía al menos cierta flexibilidad al poder el operador vincular una tarjeta a un contenedor específico a elección dentro de la máquina aplicando la configuración adecuada.
Según testimonios de la época era un voluminoso aparato extremadamente ruidoso que funcionaba a base de relés, engranes, poleas y pistones, accionados algunos con vapor, por lo que se requería de una pequeña caldera, y otros con baterías eléctricas, mientras que la programación de los movimientos requeridos debía hacerse con tarjetas perforadas que eran leídas secuencialmente desde dos mazos, uno que contenía las instrucciones relativas a los ingredientes, una tarjeta por cada uno de ellos, y otro en el que las tarjetas contenían las indicaciones correspondientes a cada movimiento que la máquina debía realizar una vez reunidos aquellos, tales como mezclar, disolver, agitar, etc., lo cual hacía pobremente, en realidad.
Estaba dividido entonces el proceso en dos partes; la primera consistía obviamente en la compilación de los componentes. Una vez finalizada, la máquina emitía un sonido mediante un silbato indicando que era necesario desplazar una palanca para iniciar la segunda secuencia de movimientos, relativos al procesamiento de lo previamente acopiado.
Un primer prototipo utilizaba cintas perforadas en vez de tarjetas, el método fue prontamente desechado ya que era necesario contar con un rollo por cada preparado pero éstos se dañaban fácilmente y para implementar mejoras en los procesos se requería elaborar uno nuevo cada vez por lo que se prefirió entonces el método de tarjetas, más resistentes, duraderas y reusables, siendo considerado éste el primer antecedente conocido de programación modular donde distintas secciones de código reutilizable resuelven partes diferentes del problema principal. Se sabe que algunos mazos combinados —ingredientes y procesos— constaban hasta de 60 tarjetas mientras que el más compacto era de 3, siendo también el más baladí, ya que se trataba de una elemental disolución de bicarbonato de sodio en agua simple, que para obtenerla era necesario en promedio emplear 7 minutos.
Una mejora que no se llegó a implementar fue dotar a la máquina de la capacidad de pesar, moler, filtrar, cernir, destilar, etc, por lo que todos los ingrediente debían ser cargados en el contenedor correspondiente exactamente en la forma y cantidad en que debía ser empleado en la fórmula.
Casi desde el momento en que se ponía en funcionamiento, un chirriar de piezas metálicas friccionando crispaba los nervios y ocasionaba gran molestia, pero era imposible aplicar ningún tipo de lubricante en las junturas debido a que se temía que se afectaría así irremediablemente la pureza de los delicadas materias empleadas.
Una desventaja de la fugazmente considerada grandiosa máquina farmacotipográfica era que las formas farmacéuticas resultantes únicamente podían ser de cierta naturaleza:
a).- Sólidas: Polvos. Ulteriores mejoras no ejecutadas contemplaban la capacidad de confeccionar granulados, cápsulas, comprimidos, pastillas, píldoras y hasta supositorios.
b).- Líquidas: Soluciones, aguas aromáticas, jarabes, pociones, emulsiones, suspensiones, lociones, tinturas, elíxires y vinos medicinales. No se recomendaba procesar otros tipos de formas líquidas, como inyecciones.
c).- Gaseosas: Ninguna.
d).- Semisólidas: Pomadas, pastas, jaleas y emplastos. A fin de obtener una mixtura perfecta la sustancia resultante debía ser sometida a un proceso manual de mezclado hasta obtener la consistencia deseada.
El desempeño del aparato estaba además limitado al conocimiento del boticario quien debía estar enterado de todos los productos requeridos para cada uno de los preparados que pretendiera elaborar para poder así integrar los mazos adecuadamente.
Ante el entusiasmo con el que fue recibida inicialmente la máquina Farmacotipográfica, un ayudante de O’Meròpet se dio a la tarea de elaborar un manual al que llamó «El gran libro de los remedios», que dejó inacabado cuando apenas había compilado una docena de preparados debido a que la gran cantidad de pedidos que recibieron de todas partes del mundo fueron siendo cancelados paulatinamente al conocerse que resultaba demasiado complicado que el artilugio fabricara el remedio tal y cual debía estar elaborado, carecía de la capacidad de hacerlo en grandes cantidades y que era más el trabajo que daba, que el que ahorraba.