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Cuentan que a finales del siglo XIX cuando sonaba el toque de queda en el barrio de los Tenerías que estaba ubicado en el centro de la ciudad de Monterrey, por lo que ahora es la calle de Platón Sánchez y González Ortega, se dice que todos los parroquianos cruzaban frenéticamente por el lugar para llegar lo antes posible a sus hogares, muchos decían que sentían temor como si alguien los estuviera observando.

Cuentan la leyenda, que los vecinos tenían miedo y terror, decían que el diablo cada noche se paseaba por aquel rincón de la ciudad, dejando a su paso un fuerte y penetrante olor a azufre, por los que eran pocos los que se arriesgaban a pasar por ese lugar después de la media noche.

Mencionan que por eso es, que apenas oscurece, todas las puertas de las casas cercanas a ese lugar eran atrancadas, que las familias se recogían temprano y que solo se rompía el silencio cuando pasa gritando el vigilante que antes era llamado “el sereno”.

Un día pasó aquel vigilante gritando en la oscura noche: ¡Las doce y sereno…! Enseguida cuentan los vecinos que oyeron espantados los gritos angustiosos de una persona pidiendo auxilio: pero todas las puertas permanecieron cerradas, nadie abrió la suya, todos estaban aterrados de miedo.

Nadie acudió a socorrer al infeliz parroquiano que pedía desesperadamente ayuda, a aquel pobre hombre que se había quedado afuera en el momento en que se dio el toque de queda y por desgracia pasó por ese aterrador rincón, sus gritos se perdieron en el silencio de aquella noche.

Al día siguiente, cuando se aclaró el día, un labriego caminaba por ese lugar y se encontró a un hombre tirado en el suelo, estaba completamente inconsciente, yacía, junto a una cerca del patio de una de las casas, casa en donde crecían unos maizales.

Con cuidado y con cierto temor se acercó a él para ver si algo le pasaba, lo sentó, trató de reanimarlo, cuando volvió en sí y pudo tomar conciencia le contó que: “trasnochador y mujeriego, venía en busca de nuevas aventuras, de nuevos amores y en eso le salió al paso un hombre envuelto en negros ropajes. En su cara, horrorosamente fea brillaban como dos centellas sus ojos y dejaba ver dos largas y delgadas piernas que, teniéndolo tan cerca de él, sobrecogido de terror, logró sacar el cuchillo que llevaba siempre al cinto y se lo había hundido varias veces en el pecho de aquél extraño ser, sin poder herirlo y sin lograr que se alejara, hasta que, no pudiendo resistir más tiempo las centellantes miradas lo cegaban, perdió el conocimiento”, no sin antes dar angustiosos gritos de auxilio.

Muchos vecinos, al igual que aquel hombre borracho y mujeriego aseguraban haber visto al mismo diablo paseándose por aquél lugar, en donde había varias cantinas y lugares de sexo y perdición. Desde entonces se le conoce a ése lugar de Monterrey con el nombre de: El Rincón del Diablo., por un tiempo pusieron veladoras y una pequeña estatua de una virgen y un crucifijo para alejar a aquel ser del averno.

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Soy la que está siempre presente
LUCHO MUCHO

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