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Fue el escritor George R. R. Martin quien dijo «Un lector vive muchas vidas antes de morir. Aquel que no lee solo vive una». Admitámoslo: tiene razón y, aunque en el mundo hay muchos tipos de lectores –esas personas asiduas a la lectura–, me llama especialmente la atención la íntima relación que existe entre un café y la lectura como una de las prácticas favoritas de los bibliófilos. Es decir, algo tiene de sublime el hecho de degustar un espumoso y humeante café sentado a la mesa de un establecimiento o en el sitio favorito de la casa.

Sí, ese lugar especial en el que solemos entregarnos al deleite de una buena historia impresa en papel a la vieja usanza: sensible al tacto mientras pasamos una a una sus páginas de la misma forma que nos sensibiliza recíprocamente cada palabra, estremeciéndonos el alma conforme nos vamos adentrando cada vez más en la vertiginosa y poderosa trama sostenida entre sus páginas.


Se trata de un binomio que implica la degustación de un buen café. Uno que nos reconforte a la vez que nuestros ojos, ávidos de palabras, atmósferas, escenas y personajes, se dejan llevar por los recovecos de ese mundo imaginario que ofrece cada autor sin importar el género al que dedique su pluma.

Y, aunque los hay que defienden la idea de que un libro debe disfrutarse en cualquier sitio y bajo cualquier circunstancia –y no hay por qué no hacerlo–, la verdad no creo que exista forma más placentera de gozar de este ejercicio mental que degustando alguna bebida a pequeños sorbos, casi cuidando meticulosamente que no se nos vacíe la taza o el vaso que estimula nuestro paladar con el fin de tener un poco más de tiempo de lectura que estimule nuestra imaginación.


Además, si esa bebida es un café, en cualquiera de sus presentaciones; y si ese lugar es un establecimiento con música suave o el propio hogar con su agradable aroma o una apartada mesa o el sillón favorito con buena iluminación en algún recoveco apartado, entonces el placer se potencializa dinamizándose para otorgar al lector mayor deleite sobre su hacer.


Sí, el ejercicio de la lectura es importante y, aunque no hay que permitir que un mero accesorio determine su complacencia, es casi innegable que un libro se goza mucho más cuando leerlo se lleva a cabo bajo ciertos suplementos personales: la soledad; el silencio; la suave música de fondo; la rica aromaterapia de un incienso o cualquier otro que se nos ocurra. Igualmente el gozo de leer se incrementa en su máxima expresión con la degustación de una bebida estimulante mientras, como lectores, nos dejamos embelesar por una historia apasionante, envolvente y atrapante. ¡Una sensación sin parangón!


Tengamos pues en cuenta que leer es una práctica que enamora al mismo tiempo que cultiva a la persona que lee. Por eso R. R. Martin tenía razón, porque uno se pone en la experiencia del otro y, a veces, se aprende algo de ello como ese perro viejo que no tiene conflicto en aprender uno que otro truco nuevo.

Una práctica que debe difundirse aún más en nuestra sociedad y para nuestra propia saciedad.

Y si además tenemos la oportunidad de disfrutarlo degustando un café o cualquier otra bebida con sus reconfortantes bondades, entonces ya tenemos en mano una práctica que fácilmente puede sumarse a nuestro repertorio de rutinas saludables, tal vez no para el cuerpo, pero sin duda alguna para la mente y el alma, ¿no lo creen?

https://laredaccion.com.mx/vamos-por-ese-cafe/raul-bermejo/
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