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“La Fotografía”

El sonido de un peculiar tintineo crecía conforme avanzaba la fuerza de la mano sobre la cucharilla que se hundía en la bebida aromática, diminutas partículas de azúcar hacían lo suyo en torno a endulzar y proporcionar la terminación exacta al café, que pronto tendría otro destino.

Mientras eso ocurría, él, tomó una fotografía, se colocó sus lentes y la observó detenidamente, buscaba la forma exacta en dónde encontrar los matices perfectos para proseguir alimentando su inspiración, y es que, cada ocasión que lo hacía, salían a relucir las palabras que llenan, las que alimenta y sobre todo las que nutren al corazón de una sin igual fuerza que en pondera al mismo ser. La que se cierne sobre manera hasta volverla un poema, hasta lograr lo que jamás se había manifestado, pero que él lo creaba de una manera por demás apoteósica.

Cruzó su pierna, y en breves sorbos degustaba y sentía la satisfacción de paladear el sabor, de acrecentar el sentido del gusto en torno a aquella sublime manifestación líquida. Su mirada se centró en un ventanal elaborado de madera, dándole un aspecto único a su morada, ahí, dónde él concebía sus más célebres inspiraciones y que le mantenían de alegría cada vez que lo ejecutaba.

Volvía una y otra vez a dejar parte de sí en aquella minúscula fotografía que grandes recuerdos le traía, algunas ocasiones sonreía, otras, solo la revisaba, buscaba algo que ni el mismo sabía, por enésima ocasión, se llevó sus manos a sus cabellos meciéndolos de una manera agresiva, entendía que no estaba su mente serena y que sus letras se habrían de quedar mudas, sin la voz que le habían dado tantas satisfacciones anteriormente.

¡De pronto! Le sobrevino un suspiro, de esos que roban hasta el último aliento, hizo un pequeño ademán de aceptación, tomó su pluma y empezó a redactar lo que su corazón le dictaba. Y entonces, volvió a ser él, el que a manera de adornos plasmaba sus pensamientos, el que de una letra hacia la divinidad que enclaustra el sentir y dilapida la cordura, envolvía de una forma sutil, con delicadeza encontraba los adjetivos precisos y los cubría de dulzura.

Él, anhelaba fuera su más sublime obra maestra, cuidaba cada detalle, cada signo que le diera la pausa inequívoca de un sentir que le había arrebatado el tiempo, continuó así durante un largo rato hasta que sus fuerzas flaquearon y no pudo más, dejando inconclusa su historia, la que con la fotografía en sus manos llegó a entrelazar sueños que jamás realizó, pero que ahora, se habían ido con él.

Edgar Landa Hernández

La mujer de negro
¡La verdadera belleza, se aprecia con los ojos del alma!

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