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Portar en mi espalda cuando era yo un niño una mochila confeccionada a partir de un costal de harina no fue motivo para sentirme menos que los demás, la cargaba con orgullo, ya que mi madre la había hecho para mí, para poder guardar los libros que a la postre me servirían para adquirir mis conocimientos primarios. De igual forma mis tenis, los compraban mis padres en el mercado Jáuregui.

Ellos nos daban lo que estaba al alcance de sus posibilidades y hasta la fecha lo agradezco. Con mis tenis de suela delgada, Gané y fui seleccionado para estar en la selección de atletismo participando en las carreras de cien metros planos y salto de longitud. Al mando del Maestro Arvizu, que en paz descanse.

En un mundo impulsado por la apariencia y la competencia, es crucial inculcar en los niños una comprensión profunda de la humildad y la empatía desde una edad temprana. Los valores arraigados en la idea de que la ropa que llevan, los útiles que usan y la comodidad de su hogar no son fruto de su propio esfuerzo deben ser una parte esencial de su educación. Esta perspectiva les ayuda a reconocer y valorar la importancia de la gratitud y el reconocimiento hacia quienes contribuyen a su bienestar.

Es fundamental que los niños comprendan que sus características físicas, tanto las admiradas como las que pueden considerarse «defectos», no son mérito ni culpa suya. Cada ser humano es único y hermoso a su manera, y enseñarles a abrazar la diversidad ya respetar a sus compañeros por lo que son, en lugar de cómo se ven, fortalece la construcción de relaciones saludables y empáticas. La autoestima no debe depender de la apariencia externa, sino de la calidad de su carácter y sus acciones.

El énfasis en los logros basados ​​en el esfuerzo y la dedicación es esencial para fomentar una mentalidad de crecimiento y perseverancia. Los niños deben comprender que sus logros no son solo el resultado de sus habilidades innatas, sino más bien de su trabajo arduo y constante. Esto no solo promueve un sentido de realización genuino, sino que también cultiva un respeto mutuo entre los individuos por sus respectivas trayectorias y esfuerzos.

Además, es primordial desterrar el temor a cometer errores. La idea de que equivocarse es una parte natural y valiosa del proceso de aprendizaje debe ser internalizada. Los errores no deben lograr un estigma de fracaso o vergüenza, sino que deben ser vistos como oportunidades para crecer y mejorar. Al abrazar los errores con una actitud positiva, los niños desarrollarán una mentalidad más resiliente y estarán mejor preparados para enfrentar desafíos en el futuro.

En última instancia, educar a los niños en estas perspectivas fundamentales los empoderará para ser individuos humildes, empáticos y orientados hacia el crecimiento. Les permitirá apreciar las contribuciones de los demás, reconocer sus propios esfuerzos y logros, y abrazar la inevitabilidad de los errores como parte integral del proceso de aprendizaje. Al hacerlo, estamos creando una base sólida para un futuro en el que la autoestima esté arraigada en la autenticidad y el respeto por uno mismo y por los demás.

Edgar Landa Hernández.

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