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La hermenéutica es la disciplina que tiene por objetivo interpretar un fenómeno, darle o hallar su significado. La hermenéutica dirigida a la literatura, especialmente a la poesía, implica hallar o ser hallado por el sentido ante el fenómeno de la palabra escrita. Una obra literaria está hecha de palabras, pero también lo está con un elemento material y otro ideal: de un lado, el libro o formato en que dicha obra se haga pública; por otro lado, el diseño (ilustraciones, colores, organización del espacio en que se desempeñará la lectura), la fuente tipográfica. A esta materialidad e idealidad se añaden elementos elaborados con palabras, como la página legal, el prefacio, el prólogo, la advertencia, el colofón, etcétera.

Estos elementos, que no constituyen a la obra por sí misma, le aportan a ésta una interpretación peculiar, dan indicios clarificadores sobre el sentido de la obra en sí: en el ámbito material, el tamaño de un libro (grande o de menor medida) puede indicar el tipo de lector que requiere la obra, o bien, aquella obra que se puede leer en libro, o en la pantalla de una computadora o una tableta, según el lector haya disociado el progreso técnico de la tradición y defina lo que es, para él, la verdadera comodidad al leer cierto tipo de obra; en el ámbito ideal, por ejemplo, un prólogo puede dar los antecedentes, e incluso explicar, los fundamentos de sentido que componen el contenido de la obra. La interpretación, la hermenéutica, de una obra, estos es, el procedimiento para llegar al sentido que la contiene, se amplía al integrar estos elementos, que el francés Gérard Genette (1930-2018) en su obra Umbrales (1987) denominó paratextos, es decir, aspectos verbales o no que rodean la obra y le dan una importancia significativa a su interpretación: permiten que diga algo más de lo que dice por sí misma. En estos paratextos es que la dedicatoria hace su aparición.

Para la genealogía de la dedicatoria de obras, cuyo inicio se estableció en la antigua Roma, Genette señala que ésta “generalmente es un homenaje remunerado, sea con protección de tipo feudal, sea más burguesamente (o proletariamente) en especies contantes y sonantes”. Así, las obras se dedicaban a tal o cual persona social o políticamente importante, para que su autor obtuviera protección o una inversión (mecenazgo) por parte del dedicatario. Con el paso del tiempo, precisamente en el siglo XIX, la situación cambió, de tal manera que la obra, como cita el autor de Umbrales, “ya no depende ni de reyes ni de grandes, su misión es conferida por Dios”, por lo cual el destinatario de la dedicatoria ya no será ese rey o protector, sino “un colega o un maestro capaz de apreciar el mensaje [de la obra]”.

Con respecto a los dedicatarios, Genette los tipifica como públicos y privados. Un dedicatario público es aquel que es socialmente conocido: un artista renombrado, un funcionario público, una importante figura religiosa, etc.; mientras que el dedicatario privado es aquel que solo es conocido en el círculo del propio autor, y con quien el dedicador se vincula de manera más estrecha, como en el caso de un familiar o un amigo. Aunque también se puede dar el caso de que esa relación estrecha del autor sea con una persona pública, su familiar o un amigo públicamente renombrados. De cualquier manera, en la dedicatoria de una obra, apunta Genette, “destaca siempre la demostración, la ostentación, la exhibición: exhibe una relación intelectual o privada, real o simbólica”.

La dedicatoria en una obra, un libro, es un mensaje público dirigido a una determinada entidad, pero es posible que ese mensaje esté circunscrito como un elemento de interpretación codificado, encriptado en su sentido último: el autor dedica este libro o una parte, por ejemplo, un poema, pero la causa de esa dedicatoria solo la sabrá el dedicatario. El carácter público de la dedicatoria, entonces, contendrá un mensaje codificado, una propuesta de interpretación que solo la complicidad con el dedicatario podrá descifrar. Genette alude a la cualidad privada de una dedicatoria, y precisa en la condición confidencial de ésta, no en una obra, sino en un ejemplar de la obra, es decir, un autógrafo dedicado de manera más personal. Es preciso aportar a ese señalamiento la determinación oculta propia de la “ostentación” pública de la dedicatoria de una obra, aplicada por el autor francés, de tal manera que se acepte el aspecto no revelado (la complicidad en el sentido último) de la cosa pública que es la dedicatoria de una obra, o una de sus partes.

Imagen: Freepik
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Un poema y sus múltiples interpretaciones incrementa todavía más esas posibilidades de sentido cuando a él se le añade una dedicatoria: es un hecho que su dedicatoria refiere a un receptor que no es el autor mismo (que lo puede ser), pero ¿por qué? ¿Qué argumento une al dedicador y al dedicatario a través de esa obra? En esa pregunta se halla el camino de desvelamiento que conduce a la causalidad de una dedicatoria, e incluso, a la interpretación misma de la obra, del poema. A la interpretación del poema por sí mismo se añade la circunstancia, el paratexto, la dedicatoria, la cual llega ante el lector y, de esta manera, esa pequeña obra adquiere un significado de profundidades más lejanas. El lector se presenta, entonces, como el primer agente hermenéutico, y el último, que tiene el objetivo de resolver lo que ya está resuelto, pero oculto, en esa obra, en ese poema con dedicatoria. La opacidad de las luces que arroja esa obra dedicada es lo único de que dispone para abrir el sendero del sentido.

Un poema dedicado, ya en el siglo XX y principios del XXI, es un homenaje que, a diferencia de los siglos anteriores, puede o no tener una remuneración. Dicha remuneración no se inscribe ya en el ámbito pecuniario (aunque podría haber sorpresas), sino en el valor intangible del agradecimiento, del reclamo, o bien, de la indiferencia, por parte del dedicatario. Múltiples significados implican, también, múltiples consecuencias, previsibles o no. La complicidad de una dedicatoria puede ser admitida o no. Lo que sí es posible aseverar es que, a diferencia del período en que se dedicaban las obras para recibir favores, la dedicatoria en un poema en estos últimos dos siglos es un ejercicio solitario, un susurro en el infinito de la interpretación. La ética de la dedicatoria de un poema en estos períodos indica una actitud prudente hacia el dedicatario que vive fuera de la dedicatoria, fuera del poema. Prudencia estoica, pero a la vez satisfecha. Llevar a cabo la dedicatoria de un poema es un ejercicio solitario, pero no enajenante: el dedicador sabe que no está solo en su acto, que hay un dedicatario que lo leerá, pero su iniciativa sí que es responsablemente individual.

 Hay poemas dedicados por motivos fraternales, por afinidad intelectual, por intención amorosa. Ante cualquier objetivo, la dedicatoria es una celebración sobre un tema (la obra) que ejerce un acto vinculante entre el autor y el dedicatario. Esta celebración no siempre remunerada lleva consigo la marca de la posteridad, aun cuando el material donde se publique, impreso o digital, se destruya o se borre. En los poemas dedicados, asonantes o consonantes, heptasílabos o alejandrinos, sonetos o antipoemas, la perdurabilidad es más grata en la memoria (que sobrevive a la materia) cuando dichas composiciones son, finalmente, vistas por el dedicatario, con consecuencias, se ha dicho, previsibles o imprevisibles.

Para tal posteridad de los poemas dedicados, es necesario el ejemplo que acuse su ejercicio solitario y manifieste las imprevisibilidad de sus consecuencias. Es propiamente un acto de vinculación que explicita las características de la dedicatoria, anteriormente mencionadas, sin obligar al lector mas que a la interpretación más adecuada y conveniente, para hallar la esencia más perdurable en la dedicatoria de un poema. Así:

Tu cara

para Ximena

Al mirarte
con interés
se resuelve
el misterio
de los trazos
finos
que formaron
tu cara que
en bondad
muestra su belleza
con un final
feliz
la sonrisa
que dices
con los dientes
y tus labios
de dulce
y ligera
vibración
pues brillan
y se limpia la tarde.

La cena (#CuentosDeTerror)
Sin miedo a volver a empezar

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