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La Cuba que es y será. Me acerco a tomarle foto a la única carreta que había visto donde las frutas tenían el color que se suponía, ayudadas por la luz que se filtraba entre los edificios ruinosos

-Un dólar- escucho que me dice la negra que está sentada a lado de la carreta -Un dólar por tirar la foto.

-No traigo un dólar.

-Bueno, chico, lo que tengas.

Meto la mano en mi bolsa, sintiendo las monedas y tratando de encontrar la más pequeña. Al final le entrego 25 centavos de CUC -la moneda cubana para extranjeros con un valor a medio camino entre el dólar y el euro-.

Así es constantemente en las calles de La Habana: una ciudad mítica que durante la Colonia era una de las joyas del Nuevo Mundo, al ser el puerto obligado entre América y Europa, pero que en la historia reciente simboliza la gran derrota de Estados Unidos durante la Guerra Fría; el remanente de un pasado convulso, donde Fidel, el Che y el socialismo siguen siendo una realidad.

Desde que yo y mis compañeros de viaje llegamos el viernes 7 de abril, la iluminación que antecede al descenso en una ciudad capital fue inexistente.

Nuestro transporte, una combi Volkswagen modelo T2, que según nos contó el chofer es una de las únicas 34 combis privadas que existen en todo el país, nos llevó hasta la casa particular en la que nos hospedamos, en el límite de Vedado y Miramar, dos de los barrios que conforman la ciudad de La Habana. 

El trayecto fue de calles vacías, salvo por las atestadas paradas de autobús, y postes de luz a los que los años les han mermado las fuerzas, dejando grandes espacios en completa oscuridad.

Todo cambió momentáneamente cuando pasamos por la Plaza de Revolución. El Che, Camilo Cienfuegos y José Martí vigilaban desde sus respectivos monumentos la plaza amplia y bien iluminada, pero completamente vacía. Muy distinto al día siguiente, cuando a la luz del día los autos de hace medio siglo se estacionaban ofreciéndose para pasear a los turistas por la ciudad.

Es por este tipo de escenas cotidianas que existe la creencia de que Cuba es un país detenido en el tiempo. Pero la realidad es que La Habana -y en general el país- es una ciudad que no ha podido envejecer con dignidad, como lo atestiguan las paredes cacarizas que algún día tuvieron colores pastel, los trabajos de herrería oxidados, las ventanas tapiadas con maderos y los numerosos edificios en ruinas.

A pesar de la multiculturalidad que existe en Cuba, es imposible ocultar la condición de extranjero.

Es por eso que constantemente la gente te aborda en la calle para ofrecerte habanos, ron y mujeres -casi siempre en ese mismo orden. A veces agregan el taxi-. Como sede turística, Cuba es relativamente joven. Fue a partir de mediados de los 90, donde la caída del socialismo dejó a la isla sin aliados y entró en una fuerte crisis, que encontraron una salida en el misterio y la curiosidad que provocaba al resto del mundo occidental

Sin embargo, la carencia de productos, la falta de experiencia al prestar servicios, la burocracia que tiñe todos los aspectos del país y la muy natural -aunque no por eso menos molesta- característica latinoamericana de quererle ver la cara a los demás hace que las experiencias al tratar con los cubanos sean ambivalentes.

El chofer del camión que nos iba a llevar al Castillo del Morro -una de las tres fortalezas que defendían La Habana en tiempos coloniales- nos cobraba dos CUC por persona. Una señora de unos 30 años salió a decir la verdad antes de que pagáramos: el precio real era de 40 centavos de moneda nacional -un CUC son 24 pesos cubanos-.

La situación con las dos monedas que circulan en las calles de Cuba tampoco ayuda en la intención de convertir a la isla en una meca del turismo.

En museos y otros eventos culturales el número que aparece en el cartel con los costos es el mismo: solo que extranjeros lo pagan en CUC y los cubanos en moneda nacional.

Sin embargo, eso no ha impedido que visitantes desde Rusia hasta Estados Unidos lleguen a la mayor isla del Caribe en un afán de conocer uno de los lugares que por tanto tiempo los tuvo enfrentados.

A las orillas de Varadero, una de las costas más espectaculares del país y a las que el gobierno cubano defiende con ferocidad – actualmente se sigue un plan para controlar el número de huéspedes y hoteles con el fin de no afectar el ecosistema- se aglomera la mayor cantidad de visitantes extranjeros en el país.

El turismo ruso ha ido en aumento debido a los lazos históricos y a la situación política y militar a los que los ha llevado el presidente Vladimir Putin en sus zonas tradicionalmente turísticas.

Durante la era de la Guerra Fría, muchos cubanos realizaron sus estudios detrás del telón de acero, lo que ahora los ha convertido en el enlace turístico ideal a pesar de ser profesionista en carreras como periodismo o ingeniería.  

Pero a pesar de las carencias económicas y lo que en occidente consideraríamos falta de oportunidades, el pueblo cubano demuestra una fidelidad a los principios de la Revolución de Fidel, en parte gracias al largo adoctrinamiento ideológico – el uso de las mismas frases y términos es una prueba de ello–, y a una creencia de que la lucha contra el imperialismo es la razón de ser.

Después de hablar con un cubano uno queda dudando de si la historia que nos han contado es la verdadera o, como ellos sostienen, una mentira prefabricada para desacreditar los logros del país.

Uno sale de Cuba a sabiendas de que su dignidad tuvo un precio.

Si fue justo pagarlo o no dependerá de la visión de cada uno, pero para los cubanos, haber sacrificado el progreso y la riqueza por sus valores no fue una decisión difícil. En la opinión de los ellos, las elecciones que vendrán en 2018 no cambiarán la naturaleza dominante en la sociedad ni en la política. A pesar de que la Generación Histórica perteneciente a la Revolución Cubana ha terminado su ciclo, el camino y las enseñanzas que dejaron se mantienen.

La idea de que la Cuba de antaño, esa que ha atraído a miles de turistas y que muchos han temido que desaparecerá, seguirá existiendo para beneficio o perjuicio de su pueblo. El gran error de la Revolución fue querer forzar a todos a atenerse a sus principios. Algunos resistieron y otros desertaron, y dentro de nuestra lógica occidental tal vez nunca logramos entenderlo, pero Cuba resistió al tiempo, a las adversidades y a la desaparición de un mundo en el que solamente ellos llegaron a ser la gran esperanza de América Latina.

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