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La chica del tren. ¿Qué tengo que hacer para que él pueda verme? Dije para mis adentros. Aunque tampoco importaba si lo hubiese dicho en voz alta, igual nadie me escucharía.  Pensándolo bien, creo que prefiero que no pueda verme, de poder hacerlo sería consiente de mi cara de idiota al verlo.

Es realmente guapo, y hoy está espantosamente  adorable.

Realmente no hay palabras para describir cuan guapo es, sus ojos azules resaltan su perfecta y delicada piel pálida.

Continuo así; admirando su belleza y memorizando todos y cada uno de sus rasgos por lo que parece una eternidad.

Que en realidad son diez minutos, hasta que llega a su destino, y lo veo bajar del vagón hasta perderse entre la gente  de la estación del tren.

Entonces mi día vuelve a ser tan vacío como antes. Sobrevivo el resto de la noche, recordando cada uno de sus rasgos, incluso esa pequeña imperfección que tiene bajo la ceja, y el corte debajo del labio que debió hacerse esta mañana mientras se afeitaba.

Todo en él me fascina y me impulsa a seguir adelante.

Bajo del tren y camino hasta llegar a la orilla de un puente. Me detengo un momento para observar como la luna se refleja en el agua. Este lugar sigue siendo tan silencioso como lo recordaba. 

Estando sentada al filo del puente es imposible evitar pensar ¿Por qué lo habré hecho?  Soy consciente de la gente que camina a mí alrededor, pero no importa. Ya nada importa. Así que me permito llorar, lo necesito con todas mis fuerzas, debo llorar  o voy a explotar. Y así lo hago por el resto de la noche.

Mi corazón se acelera al verlo subir al vagón, como todas las mañanas. Camina con su mochila negra colgada al hombro y con los auriculares puestos.

Me pregunto que estará escuchando.  Mi corazón incrementa su ritmo cardiaco al ver que viene hacia donde yo me encuentro, y como los demás asientos se encuentran ocupados, al confirmar que viene hacia mí, me levanto enseguida.

̶ Por favor, no te atrevas. –dice para mi sorpresa, dejándome completamente muda. Me quedo paralizada intentando averiguar a quien se dirige. ̶ ¿Qué clase de caballero sería si dejara que una chica tan hermosa como tú, me cediera el asiento? –dice sonriéndome de oreja a oreja. Estoy completamente patidifusa.

¡Está hablándome a mí! ¿Cómo es que siquiera puede verme? Se acerca más a mí y siento como se me erizan los vellos de la nuca. Con un leve movimiento de su mano me indica que me siente.

Lo hago a pesar de los nervios, y él a su vez se pone frente a mí y se sujeta de uno de los tubos de agarre que corren por encima de nuestras cabezas.

La gente a nuestro alrededor lo miran asombrados.

Todos están preguntándose en silencio ¿Por qué no se sienta en el lugar frente a él? Les parece ilógico que prefiera ir de pie. Eso, hasta que un hombre de mediana edad se acerca, dispuesto a sentarse en el lugar que él atractivo chico frente a mi rechazo. 

̶ ¿Qué demonios hace? –le pregunta encolerizado a aquel hombre al ver que intenta sentarse. Y peor aún, al ver que yo le cedo el lugar.  Le impide sentarse, y enseguida se dirige hacia mí.

̶ Toma asiento. –me ordena.  No vuelvas a cederle el lugar a nadie. Tienes tanto derecho como él.

De verdad que este chico es un amor. Pero por más que aprecie esto no puedo permitírmelo. Si así, todos en el vagón ya están viéndolo como si estuviera loco.

̶ Descuida, no tengo problema con cederle el lugar. –intento tranquilizarlo, a la vez que  le dejo el camino libre a aquel hombre.

̶ No, pero…

̶ Shhh… descuida. –le interrumpo incitándolo a no continuar. –Ya estoy acostumbrada a esto.

̶ ¿Se encuentra bien? –le pregunta al chico una mujer, que al parecer acompaña al hombre al que acabo de cederle mi lugar.

̶ ¡De maravilla!, el que no parece estar del todo bien es su acompañante. Pero parece que ya está acostumbrado a tomar el lugar de una mujer, en vez de cederlo. –responde molesto.

̶ ¿De que estas hablando, muchacho? – pregunta en su defensa el hombre sentado, frente a nosotros. –Este lugar estaba vacío. 

̶ ¡¿Vacío?! ¿Y qué hay de la chica? –responde señalándome.

̶ Joven… ahí no hay, ni en ningún momento ha habido alguien. –interviene un anciano, desde el  final del vagón.

̶ ¿Están tratando de tomarme el pelo? Estoy más que seguro que aquí hay una chica, ¿acaso no la escucharon hablar hace un momento? Aquí esta ella…  –dirige su atención hacia mí en busca de ayuda. 

Su cara al verme negar con la cabeza es un poema. Y veo como el miedo se asoma en su mirada.

–Yo, no soy…  me extraña que tú puedas verme. –respondo apenada, avergonzada, y más que abochornada por la situación. Su rostro palidece ante mi confesión.

 Veo que va a decir algo, pero al final  decide no hacerlo. En su lugar, lo veo apartarse hasta el extremo del vagón.

Y como suele hacer a diario, escucha música durante el viaje y, al llegar a su destino, desciende del vagón.  Paso el resto del día como suelo hacer siempre; viajando en el mismo vagón, hasta llegar al puente. Camino hasta ahí, como hice hace una semana, en aquella fría noche de octubre. Como hago a diario.

Me siento al borde del puente y observo el agua, bajo la luz de la luna y la de los autos que pasan detrás de  mí.

Y lloro, como hice ayer, y como hago y hare siempre.  Tal vez nunca deje de arrepentirme de lo que hice.  No debí saltar de este puente.  No debí salir de casa esa noche. Me seco las lágrimas con el dorso de mi mano y salto, de nuevo. Por un momento dejo que el agua fría lave  mi dolor, y mi arrepentimiento.

Después, nado hasta la orilla y  camino  hasta  el árbol que hay a unos cuantos metros. Las lágrimas vuelven a correr por mis mejillas, sin darme tiempo a detenerlas,  al ver mi pálido  cuerpo  entre los arbustos.

Los que solían ser mis labios, ahora han tomado un color pálido y amoratado, y algunos de los rasguños y cardenales que yacen en mis brazos, en mi rostro, en mis caderas y muslos, han comenzado a cicatrizar, el resto aun están frescos gracias a la nieve.  

No sé si estoy muerta, o si aún hay oportunidad para mí.  Creo que de estar muerta mi cuerpo ya habría comenzado a descomponerse y no a cicatrizar.  El hecho de que aquel chico pudiera verme esta mañana  me da esperanzas.

Tal vez no este del todo muerta, tal vez pueda volver con mi familia,  volver a vivir…  o tal vez mañana alguien encuentre mi cadáver. Lo único que tengo.

Caída paradójica
La Orquesta Sinfónica de Yucatán cautivará con la música de Beethoven, Massenet y Tchaikovsky

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