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No cabe duda que te luciste con los platillos, el espagueti, las costillas. La impresión que le causé es la de un fino, muy elegante, caballero. Comer las costillas sin cubiertos, sin manchar, en lo mínimo, mi esmoquin blanco, renunciando a usar las manos y embarrarme toda la cara. No. Lo sucio, lo salvaje, lo bárbaro, te lo debe ver después, en la cama, de madrugada. Es importante que en el cortejo te muestres educado, fino. Debe saber que no sólo eres hombre de píldoras y diagnósticos, sino culto, apreciador de Wagner, las pinturas, los libros. Es importante. De donde ella viene por poco se devoran los unos con los otros. Mostrarme así sería convertirme en uno más. Debe saber que ella, sutil dama, es indigna de tales ambientes. ¡Ah!, cuando la lleve a Viena, Londres…

Te amará, te amará. ¡Pero ya te ama! Es evidente. La forma en que sus ojos… a nadie engaña. La forma en que da los buenos días, jugándose el cabello. Quizá sea verdad: sus ojos, más opacos; y su cabello es más gris, quebradizo. ¡Qué cambiada estaba cuando la recogí! ¡La expresión que puso cuando abrí el féretro! Y es que todos dicen que ya no está, nos dejó, se fue, pero no saben verla, aquí sigue, cambiada, pero ella. Está aquí, esperándome en la cama. Después de cenar le puse su vestido favorito. ¡Ah!, ella, mi postre.

Tocan la puerta. Sólo quiero hacerle el amor y te juro la devuelvo. Sólo eso. Es su esposo. Seguramente me vio cuando salí del cementerio. El olor no es nada discreto; sabe que estamos aquí. Anda, patea la puerta, es de metal, y las ventanas las clavé con madera. Sabe que está conmigo. Esta noche será mía. Grita, grita cuanto quieras. Los celos queman, ¿no, infame?

¿Migrantes, refugiados, invasores o delincuentes?
La dedicatoria en una obra, por ejemplo, en un poema

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