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Nací en la Ciudad de México, hospital Dalinde en la Colonia Roma, frente a los originales Bísquets Obregón, un 2 de Noviembre de ya no me acuerdo que año, un domingo, 8 am; después de 2 días sin novedades, nos fuimos a casa. Vivíamos en una vecindad, como la del Chavo del 8, de rentas congeladas, en la calle de Guatemala No. 111, esquina Leona Vicario, centro de la Ciudad, esta casa de mediados del siglo XIX originalmente había sido un convento franciscano, muchos vecinos, amigos que nos visitaban, gente de servicio y mantenimiento decían que los espantaban los frailes que de vez en cuando se aparecían por ahí.

Había de todo tipo de inquilinos, una pareja de bailarines llamados los Tarascos, la señora Clarita quien se decía era amante de un político de alto nivel, varias tiendas o accesorias, la miscelánea de donde nos llamaban para hablar por teléfono, la tienda de dulces, el portero que además vendía calcetines, Don Álvaro que comentaba luchó en la revolución con Pancho Villa y sobrevivió y, posteriormente ya viviendo en la Ciudad, se cayó de un tranvía y perdió las piernas, trabajaba como bolero, y otros más que vivían en la parte de atrás de la vecindad y que poco a poco fueron abandonando la vecindad, ya que la dueña de la casona, al tener rentas congeladas, nunca les daba mantenimiento y poco a poco si iban derrumbando, incluso causando un par de incendios durante el tiempo que vivimos ahí.

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En la parte donde nosotros vivíamos también lo hacían 2 familias más, los hermanos de mi mamá, mi tía Gela y mi tío Raúl, mi abuelita materna mi mamis, su hermana Jovita y Catita la nana de mi tío Raúl; mis tíos también se mudaron de casa apenas pudieron por las mismas razones que los demás vecinos.

Curiosamente no tengo muchos recuerdos de navidades con ellos, aunque siempre el niño Dios y los reyes magos se las ingeniaban para dejarnos algo a todos, lo que fuera dependiendo de su situación, desde dulces, canicas, un trompo, carritos plástico o de madera, siempre estuvo presente la costumbre e ilusión que conlleva el hacer tu cartita para el niño Dios y los Reyes Magos, con la lista de regalos que quisieras te trajeran, argumentando que te habías portado súper bien durante todo el año, y en la noche buena o el 5 de enero no olvidarla dejar dentro de tu zapato y la promesa de no asomarte por la noche para descubrirlos.

Cuando apenas tenía 6 años, a boca de jarro me contaron por qué mi papá siempre estaba ausente de casa, algo así como una inocencia interrumpida, no recuerdo haber llorado tanto en mi vida, y es que siempre fue mi ídolo, su porte, su manera de vestir, verlo impecablemente vestido, el amor que me inculcó al futbol, que bien jugaba, más de una vez lo llamaron a jugar al Atlético Español de primera división, que reclutaba jóvenes talentosos de los llanos de en ese entonces Distrito Federal, mi papá podía jugar hasta 3 partidos un fin de semana en cualquier posición, destacaba mucho, pero su lema siempre era “o todo el equipo o nadie”, nunca cedió; su caballerosidad en las calles, en toda la extensión de la palabra me dejó una gran escuela y yo la transmití a mis hijos, ya que esta costumbre siempre es muy bien vista y elogiada en cualquier época así como las recompensas que trae, nada comparado con su forma de defender la camiseta en un partido de futbol.

Resulta que su buen corazón también lo llevo a una debilidad de carácter para cualquier tipo de vicio, principalmente el alcohol y el cigarro, desde los 13 años nos platicaba empezó a fumar; cada año había que ir a la Villa para que frente a la Virgencita de Guadalupe jurara que no tomaría por un año, siempre cumplía, pero en el inter siempre había, según la temporada, el hipódromo de las américas, las peleas de gallos, el pokarito con los amigos de la oficina, entre otros más. Nunca alcanzaba el dinero; de no ser por mi abuela que siempre tenía sus guardaditos y mi tía Jovita, Jovis como le decíamos cariñosamente, que era cartomanciana, daba “limpias” y leía la suerte a la gente que trabajaba en la XEW, que nos quedaba cerca de la casa; era mágico verla trabajar, solo a mí me permitía estar cuando hacía su trabajo, los olores del incienso, las plantas que usaba para las limpias, el glamur de los artistas y locutores que iban a verla, y después sentarme en sus piernas a escuchar Kalimán, Rayo de Plata y la hora de los Beatles en la radio, que hermosos recuerdos.

No sé cómo habríamos salido adelante sin su apoyo y el empeño de mi mamá de sacarnos adelante y completar el “gasto” diario, lo cierto es que a mi hermana y a mí, nunca nos faltó cariño, alimento, ropa, respeto y sobre todo educación.

Las cosas mejoraron cuando mi papá entró a trabajar a Pemex, a través de la recomendación de mi padrino, mi tío Trino, hermano de mi papá, quien se movía muy bien en el sindicato de Pemex y logró meterlo a trabajar, en un par de años conseguirle la planta, en embarques y repartos, toda la parte del reparto de productos, gas, aceites, gasolinas, diésel. En todos los demás trabajos duraba muy poco por las faltas que acumulaba, aquí estaba más estable, además de que pudimos disfrutar de las prestaciones de nuestra famosa paraestatal, servicios médicos, prestaciones superiores a las de la ley, acceso a vivienda, entre muchas otras, fue una bendición.

Esto trajo consigo la posibilidad de movernos de aquel lugar, siempre tengo presente en mi memoria los sabores, olores y adrenalina de aquel barrio, ya siendo yo un adolescente, entre sorpresa, casi seducido por una señora de la vida galante, entendí que vivíamos en una zona de tolerancia, frente a un parque de teporochitos a quienes veías llegar como seres humanos caídos en desgracia y a los 3 meses desaparecer como piltrafas humanas en su carrera hacia la muerte, pidiendo caridad para comprar alcohol etílico de 96° GL y un Orange Crush, que es lo que tomaban ya al final; cuando vi la película de «Adiós a las Vegas» de Nicolás Cage no la pude terminar de ver pues me reflejaba esa vida.

Adicionalmente, la pulquería de Leona Vicario, la cantina del Cielito Lindo, la señora de los tamales dorados, la Michoacana, ya desde esa época los mejores helados, el restaurante de la birria, los tranvías, el puesto de periódico, la licorería, la panadería, que un día casi explota y nos tuvieron que evacuar, los baños de vapor, subir a la azotea los 15 de septiembre a ver las luces del grito de independencia, el barrio de la soledad, la arena México, los cines de permanencia voluntaria, la cercanía e influencia del barrio de la Merced, Peralvillo, Tepito, la Librería Porrúa, correo mayor, el museo de la Moneda, la catedral, Palacio Nacional, la escuela de San Carlos, mi secundaria la Número 1, todo eso único e irrepetible; casi nunca podíamos salir, por obvias razones, a no ser que estuviera mi papá. Pero cuando entré a la secundaria empecé a tener permisos para salir con mis amigos de la secundaria, una hermandad de una diversidad de clases sociales de gente que se iba abriendo camino en estos barrios populares en base a sus esfuerzo y trabajo legándonos ese esfuerzo y educación que nos formó como gentes de bien y una hermandad que aún después de 50 años aún prevalece, magia pura.

Cuando tenía 16 años y mi hermana 13, al fin dejamos la vecindad, Jovis ya había fallecido llevándose su legado sin enseñar a nadie su arte de la cartomancia, Catita ya vivía con mi tío Raúl y mi Mamis con mi tía Gela, primero nos fuimos al barrio de Clavería y posteriormente a unos departamentos que hizo Pemex para sus trabajadores en el Rosario.

Sí tengo muy bonitos recursos de las navidades con mis primos, los regalos, el árbol de navidad, el nacimiento que ponía mi tío Trino, donde nunca faltaba, la cascada, el río, las casitas, los pastores, reyes magos, la Virgen María, San José, la vaca, el burro y el pesebre esperando al niño Dios y quienes serían los padrinos ese año y se comprometían a vestirlo y a dar los tamales para el día de La Candelaria, las posadas, los cánticos, las velas, los cuetes y su adrenalina y diversidad, estrenar ropa calientita, hacer una fogata, la deliciosa y tradicional cena con romeritos, caldo de camarón, pavo, pierna, puré de papa y otras delicias más, incluidos postres y botanas. Sin faltar los recalentados al día siguiente en los que prácticamente no la pasábamos en la calle jugando el sagrado futbol hasta que nos vencía el hambre o nos llamaban para comer.

¿Qué fue lo que cambió?, al estar mi papá trabajando en Pemex entre sus increíbles prestaciones, tenía 30 días de vacaciones, que hacia coincidieran con nuestra salida de vacaciones de la escuela, disfrutábamos mucho a mi papá, estaba en casa y convivíamos en las festividades navideñas con él y la familia, y aunque sabíamos que el riesgo siempre estaba presente, por lo menos el daño era controlable. Además, a partir del día 26 nos íbamos de viaje los 4 y los primos que quisieran ir con nosotros, mi papá era espléndido, si bien viajábamos en camión y llegábamos a hoteles modesto o a casas de huéspedes nunca nos quedamos con ganas de nada y lo que vivíamos era intenso e inolvidable, normalmente playas o los ranchos de la familia en Jalisco, Atotonilco, la Barca, o en Guadalajara.

La navidad era sinónimo de hogar, de cariño, amistad, de ternura, recuerdos, regalos, cálidos abrazos, mis primos que son como mis hermanos, mis tías y tíos que siempre fueron una segunda mamá y papá cuando los necesitamos, tanto los carnales como los amigos de la familia que, aunque eran contados siempre fueron igual de solidarios. Todo en conjunto fue una especie de bálsamo sanador de los primeros años vividos en mi querida vecindad, que en conjunto abonaron a forjar mi carácter, compromiso y esencia de siempre luchar, agradecer y entender que hay alguien que siempre está al pendiente de ti, que te ama y es capaz de entregar a su hijo para darnos un ejemplo de vida, aprendizaje, creer y confirmar que todo es posible en el entendimiento de la palabra mágica “amor”.

Con mis hijos procuré siempre seguir las tradiciones de celebración, cumpleaños, festivos nacionales, las vacaciones, pero la magia de la navidad era punto y aparte, poner el arbolito, un pequeño nacimiento, la lista de regalos, las compras, recuerdo que mi hijo menor desde que tenía 5 años, juntaba dinero durante todo el año para comprar un regalito para cada una de sus tíos, primos, su hermano, abuelos y papás, si nos llevaba un buen de tiempo esas compras, pero lo importante era ese detalle de dar, aunque fuese un detallito.

El festejo especial, preparar la cena, o ir al lugar donde tocara reunirnos, siempre tratando de transmitirles el mensaje aprendido de amor y entrega desinteresada, el significado y esencia de la navidad, en donde aprendí y comprendí, que siempre, y a veces de donde menos esperas, alguien te tiende la mano y te dice ¡Hey, aquí estoy, mira lo que te trajo el niño Dios!

Nunca dejen de hacer su cartita para el niño Dios y dejarla en tú zapato en Noche Buena, no importa qué edad tengas, Él siempre está y renueva la esperanza de que siempre nos brinda su amor, entrega, redención y bendiciones, Y si te has portado bien, hasta un regalito puede haber.

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