Ella no se atrevió a abrir la carta, el vuelco al corazón y su estómago estremecido le advertían antes de tiempo lo que en ella estaba escrito.
No necesitaba abrirla, estaba segura de que no serían buenas noticias. Las peleas constantes, ausencias e indiferencia de los últimos tiempos le confirmaban sus dudas, así que no tenía caso. ¿Para qué? Solo sería darse el tiro de gracia, dar por terminado lo que hace varios años comenzó como una hermosa historia de amor. Aun así, se aferraba hasta el último momento a dejarlo ir.
Miraba una y otra vez la carta que descansaba plácida en la almohada azul. Tenía miedo de acercarse, como si fuera algo peligroso. Su cabeza giraba llena de dudas y miedo, haciéndola perder la razón por momentos ¿Como era posible que un pequeño papel le provocara tanto dolor e incertidumbre? – ¿Y si lo quemo? Se preguntó, pero tendría que tocarlo para poder hacer eso y el solo hecho de acercarse y tomarlo era imposible, sus piernas no respondían y su cuerpo había entrado en estado de shock, la angustia la había dominado por completo.
Ese pequeño papel blanco poseía un tremendo poder, toda su vida y mundo giraban alrededor de el. Se sentó en el pequeño sofá que estaba enfrente de la cama y allí se quedó observándolo fijamente, custodiándolo como un amargo tesoro. Sus ojos estaban mojados, las lágrimas brotaban copiosamente sin tregua, impidiendo que en ocasiones pudiera ver. Al amanecer sabía lo que tenía que hacer.