Él, era un joven delgado, de escaso bigote y ceja poblada. Con un cigarrillo siempre en su mano izquierda. Su edad fluctuaba entre los 30 y 38 años. Vestía de traje color gris. Un traje que se podía observar el paso del tiempo le había hecho sufrir mucho.
Durante un periodo se paraba justo enfrente de donde trabajaba yo de escribiente. Algunas veces caminaba hacia mí, pero a la mitad del camino se quedaba petrificado y nuevamente corría hacia su esquina. Miraba para todos lados.
A las ocho de la noche cerraba yo mi changarro. Y él permanecía ahí, volvía a fumarse otro cigarrillo y casi por compromiso se iba del lado contrario de donde me dirigía yo.
Durante el día, justo a las 9:00 am. Antes de que yo abriera mi negocio, ya estaba él ahí, con la misma ropa y con las mismas actitudes. Nunca le pregunté quién era ni a qué se dedicaba. Creo que no era de mi incumbencia que él se parara frente al árbol seco y justo enfrente de mi centro de trabajo.
Cierto día, cuando un chubasco inundó la banqueta, se dirigió rápidamente a escamparse de la lluvia justo ahí conmigo. Se quitó su sombrero y muy amablemente me saludó. Así como con su mano aventó el restante del cigarrillo que llevaba prendido, ahora lo echaba a donde escurría el agua.
-Buenas tardes- Me saludó.
-Buenas tardes, respondí.
-¿Mucho trabajo en su máquina de escribir?.
-Un poco amigo, últimamente el trabajo ha escaseado, pero va saliendo para comer, no me puedo quejar. Y dígame ¿Quién es usted?
Se me quedó mirando a los ojos como queriendo que yo lo reconociera, pero era inútil, jamás lo había visto con anterioridad, únicamente lo conocía de vista y eso porque a diario se parapetaba frente a mi local.
-Oiga amigo, ¿le puedo hacer una pregunta?
-¡Claro! ¡Por supuesto! Dígame, ¿En qué puedo ayudarle? Respondí amablemente.
-Usted que es escribiente me podría apoyar realizando una carta que quiero redactar, bueno, yo le diría los detalles que llevará. –
-Claro que sí, dígame ¿Cuál es su nombre? Le pregunté.
-Eso es lo de menos, lo que yo quiero es escribirle a una mujer, una mujer que me ha hecho mucho daño y solo quiero dejarle un mensaje a través de esta carta. Aunque, le diré aquí entre nos, yo aún la amo, pero ya no puedo soportar esta situación. –
La revelación del sujeto me hizo titubear y sobre todo compadecerme de su situación. Él continuó narrando.
-Mire amigo. La conocí siendo ella una adolescente y como todo enamorado le entregué mi amor, durante un buen tiempo todo fue felicidad, y logramos procrear 2 hijos. Hasta que posteriormente poco a poco nuestra relación se vino abajo, yo me la pasaba todo el tiempo en el trabajo y apenas podía sacarla a pasear, los gastos se incrementaron y ahora era necesario trabajar más, hasta que busqué trabajo de velador, que, para mi acabose, eso fue el detonante mayor de la ruptura con mi esposa-
La confesión del desconocido cada vez me impactaba, de qué forma decirle, o de qué manera poder darle mis condolencias si la vida estaba siendo cruel con él y con su familia.
Únicamente le dije que si prefería que la escribiera o que solo tomara yo sus comentarios para iniciar a redactarle la carta que a la postre le entregaría él a su amada. Al menos eso intuí.
Sacó de su bolsillo del traje un cigarrillo, lo encendió y comenzó a succionar sobre el filtro de nicotina.
Respiró profundo y con una gran melancolía inició a darme los pormenores de la carta.
Y así inicié a escribir:
– “Querida Lena»-. Me detuve por un instante y la respiración en mi cuerpo se convirtió en un sudor inexplicable por mi rostro. Alcé mi vista para poder observar su cara. Y continúe escribiendo. – “Hoy sé que nuestra historia poco a poco ya no tiene nada que contar. Al menos para mí ya no es viable continuar con esta relación. Sé que te ves con otro hombre. Al menos así lo he corroborado, aunque te diré la verdad, al inicio creí que solo eran figuraciones mías. ¡No, no me equivoqué! Solo esperabas que los niños se fueran a la escuela para poderte encontrar con tu nuevo amor. O al menos así parecía. Sé que tuve la culpa, pero no soy yo el culpable, somos los dos. Quizás era mi gran amor por ti el dudar de tu conducta, pero, sin embargo, no fue así. No quise partirle la cara a golpes a tu nuevo galán, aunque ganas no me faltaban. Muchas veces los vi, te lo comenté, pero claro, siempre lo negabas. ¡Pruebas tengo muchas! Así que no quiero que te hagas la víctima o que supliques por un perdón que ni yo mismo me he dado. Tengo todo planeado. Solo espero que algún día entiendas por lo que estoy pasando. Atte. Alfredo”
Cuando terminé de elaborar la carta, el rostro de Alfredo estaba inundado de lágrimas, le dije el precio que le cobraría por realizar su deseo. ¡Ya no dijo más! Se quedó mirándome fijamente a los ojos, sus ojos destellaban furia, yo lo comprendí, acababa de sacar su frustración. Él tomó de la bolsa trasera de su pantalón una pequeña cartera y me pagó lo establecido. Mientras yo contaba el dinero, Con voz enérgica comentó. -Esta es tu última carta, ya no escribirás ni verás más al amor de mi vida, ¡traidor! después de eso sacó un revólver y lo descargó en mí ser, ¡ya no supe más! Alfredo sabía quién era yo, ¡pero yo a él no lo conocía!
Edgar Landa Hernández