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Un sábado más saliendo de trabajar con el ánimo que dispone la rutina. Siempre caminando con las manos en los bolsillos directo al metro y mirando hacia todos lados sin observar nada en realidad.

Nada, sólo pensando en cuanta tarugada se me ocurre sacando de eso mil preguntas que jamás respondo, como por ejemplo: que si ese edificio aguantará otro temblor; que si ya habrá cerrado la tienda de la esquina que lleva una semana sin abrir; y el pensamiento más recurrente: qué se sentirá tener la vida del chavo que está afuera de la librería volanteando e invitando a la gente a pasar, siempre tan entusiasmado y tan alegre, será que le encanta su trabajo o será que simplemente tiene motivos para estar tan feliz. Me da un poquito de envidia, de esa de la buena. Bueno, no es sólo un poco, es más que eso. Bueno francamente me da envidia y punto. Bueno, sí ¡lo reconozco! Me da mucha envidia y nada de la buena, envidia y punto. Me brota desde las entrañas un coraje cada que paso frente a él.

Imagen: Healthline

Continúo caminando. A veces voy más lento sólo para disfrutar la caminata, el aire, y ver la gente pasar. Está bien, miento, camino con toda calma porque no tengo ninguna prisa en llegar a casa, ni siquiera por cansancio. También me tomo el tiempo para ver qué hay de nuevo en el recorrido al metro, hoy por ejemplo he notado un pequeño puesto en la calle frente al changarro de accesorios para celular, está con una manta roja en el piso con revistas y discos viejos, cajas llenas de juguetes usados y el montón de cosas antiguas, algunas nuevas y la mayoría usadas. Chácharas y curiosidades a montones, me detengo a mirar y fisgonearlo todo, como esa lámpara hecha de conchas de mar o ese juego de gatos de porcelana que está horrendo pero que me recuerda a uno que tenía mi mamá sobre la consola de la sala cuando yo era chico, ¡Oh señora nostalgia! Saco, ojeo, busco y no encuentro nada que me interese para comprar. Sí reconozco algunos juguetes de mi infancia pero que no tuve por aburridos o por feos. Al pasar uno a uno por mis manos, encuentro algo que ha llamado totalmente mi atención: unas cápsulas dentro de un paquete del tipo de Hot Wheels, sólo dos dentro de ese empaque transparente. Leo las instrucciones que tiene detrás “Tome solamente una antes de dormir, tenga la otra a la mano para cuando sea necesario tomarla”. Esa es toda la instrucción aparte de un “18 años y más”, “sin fecha de caducidad” y sólo eso.

Dentro del empaque transparente junto con las dos cápsulas vienen más instrucciones. Estoy totalmente intrigado, no había visto nunca un juguete así, no parece ser de esos de magia que existían antes, ni frijoles saltarines, ni imanes, nada que me sea familiar. Lo miro una y otra vez sin descubrir nada nuevo, excepto que mi morbo no tiene límites. Al no encontrar más información, le pregunto al vendedor.

  • Buenas tardes buen hombre, podría informarme, ¿qué es esto?  -Le enseño el objeto.
  • ¿Qué es? – Lo toma y lo mira intrigado- No lo había visto, no sé qué es pero ahí dice, ¿no? –Me responde como si me hubiera abierto el camino al cielo.
  • No, por eso le pregunto. – Le respondo contando mentalmente hasta diez.
  • Ah pues no sabría decirle –Me dice dándose la vuelta para atender a otra persona dejándome abandonado a mi infame suerte de curioso y morboso.

Me quedo pensando y sin entender qué es ni para qué, decido comprarlo.

  • Broder, ¿cuánto cuesta? –Le pregunto levantando el paquete con la mano, me voltea a ver, luego mira mi mano, hace cara de no tener ni idea de qué pasa en el universo y responde al fin.
  • ¿No dice ai?
  • No –Le respondo levantando las cejas y hombros.
  • Dame diez pesos –Concluye al fin.

¡Qué ganga! Me lo llevo. Saco la moneda y se los doy sin dejar de ver mi preciada adquisición. Así, cual correcaminos huyendo del Coyote, apresuro la huida para llegar a casa lo más pronto posible. Todo el camino a casa lo observo y lo observo, como si en algunas de esas veces pudiera salir mágicamente una nueva instrucción que sacie mi insana curiosidad.

Imagen: Womenonweb

Llegando a casa dejo en la mesa el paquete, me quito rápidamente el suéter, voy al baño y después de lavarme las manos regreso como resorte nuevamente al objeto. Lo miro una vez más y lo abro por fin. Pongo en mis manos las dos cápsulas y resultan ser como cualquier medicina, gris con azul con alguna sustancia en polvo dentro sin ninguna novedad ni nada fuera de lo común.  Las dejo sobre la mesa, tomo el instructivo y me siento en el sillón a leerlo:

“Instrucciones: Al tomar la primera debe estar consciente que eso es lo que desea, pues al ingerirla su vida ya no será igual”…

Me quedo con el corazón acelerado, la duda en los ojos y la curiosidad por delante. Continúo leyendo.

”Al dormir después de tomarla, en su sueño se remontará al momento en que su vida se encontró en la disyuntiva de una decisión, del Y si hubiera más grande e importante en su pasado. En el momento de haber visto lo que pudo ser o pasar, tomará la otra cápsula para regresar del sueño y encontrarse en su vida habitual. 

ADVERTENCIA: No podrá quedarse en el sueño por lo que debe tomar la otra cápsula, de no hacerlo, su vida actual estaría siendo rechazada y se acabará. No corra riesgos, tómela y regrese, no se aventure a descubrir si es verdad o mentira.”

¿Qué es esto?  Me pregunto intrigado y asustado. ¿Será verdad o sólo una broma?  Busco en el instructivo minuciosamente para ver si encuentro en letras chiquitas la advertencia de ser una broma y nada, no hay letras chiquitas, ni siquiera un Hecho en China.  Me quedo inmóvil reflexionando con la mirada perdida en la nada hacia la ventana. Si le creo, si lo considero totalmente como cierto, ¿a cuál de todas mis decisiones malas me llevará?, ¿En cuál de todos esos Hubiera, aterrizaría? Han sido tantos que no imagino cuál será.

Estoy solo, aburrido de mi vida, harto de la rutina, cansado de ser quien soy, ¿en qué momento me sucedió que se me perdió la alegría? Quizá sería bueno ir a ese Hubiera, quien quite y lo descubro. ¿Si me diera por no querer volver?, ¿Qué podría perder?

Dejo las cápsulas sobre la mesa mientras realizo mis actividades sabatinas como comer frente a la tele viendo cualquier película o programa, después poner a lavar la ropa de toda la semana, después ponerme la piyama para al final cenar con mi café y un pan, lavarme los dientes e ir a la cama a leer un rato para después dormir. Mientras realizo paso por paso mi rutina, volteo la mirada a las cápsulas que pareciera que me observan instigadoras ejerciendo presión para tomarlas ya.

Al fin terminadas las tareas, me preparo para ir a dormir, incluyendo las cápsulas en mi mano. Me siento a la orilla de la cama con la lámpara del buró encendida, un vaso con agua y el departamento en completa oscuridad. Aterrado, respirando profundo y sin darle más vueltas, de un impulso me tomo la cápsula. Me recuesto boca arriba con la otra cápsula en mis manos entrelazadas, muerto de miedo y temblando, espero que suceda. Sólo silencio y obscuridad por ahora.

De pronto me topo con el escenario de ese día. ¿En verdad este momento fue el que decidió mi vida? Fue hace como cinco años, me hice de la vista gorda al ignorar a ese perro cachorrito acurrucado entre la llanta de ese coche y la banqueta a menos de una cuadra de mi edificio. Sentí feo, recuerdo, pero no quise traerlo porque implicaba mucha responsabilidad y caos en mis rutinas. En este momento en que me pasé de largo, ahora sucede que lo cargo y lo traigo conmigo a mi casa. Y así, me pasan por delante las imágenes de las cosas importantes que sucedieron en mi vida después de adoptarlo. Le puse collar y una plaquita con el nombre de Sasha, era hembra.

Heart shape made from pills isolated on white

Por ella, el veterinario y yo nos hicimos grandes amigos, para no dejarla tantas horas sola cambié de trabajo y resultó mejor que el que tenía y que aún me aburre. Por ella conocí gente en el parque que se hicieron buenos amigos míos, chicas con las que salí hasta que conocí a la que me robó el corazón y hoy es mi esposa, vivimos en otro lugar con nuestros perros. Me veo feliz, alegre, vivo. Se me escapan unas lágrimas en contra de mi voluntad, no sé si de lástima por lo que perdí o de alegría por verme feliz.

Cual película muda, pasan frente a mí todas estas escenas en las que no puedo interferir, sólo observar, las veo una y otra vez (pues no he tomado la otra cápsula) y yo las admiro con delicia, queriéndolas tocar, hacerlas mías. ¿Cómo pude dejar a la perrita ahí a su suerte? Soy un miserable, por eso tengo la vida triste y vacía que tengo, me lo merezco, así que decido no volver y si he de perder la vida, que así sea.

El sol entra por la ventana y despierto con la cápsula en la mano, ¿por qué regresé si no la tomé? Me levanto de golpe a revisar si algo cambió y no, todo sigue igual, estoy solo y todo está como lo dejé en la noche. ¿No que la vida se acabaría si no la tomaba? Me regresé a la cama a recostarme sin entender nada. Dejo la cápsula en el buró observándola intrigado, ¿será para volver a otro hubiera o será que ninguna de las dos sirve para nada y todo fue sólo un sueño? Creo que nunca lo sabré.

Me levanto a bañar conforme con seguir la misma vida. Termino de bañarme, me visto y salgo hacia el tianguis de los domingos a desayunar, si, como cada domingo.

Al caminar de regreso, me topo de frente con la misma situación de aquella vez, un gatito bebé llorando dentro de una jardinera. Entendí del error pasado, así que, sin dudarlo, tomo en brazos al gatito negro que llamaré Máximo y que ahora dará un cambio a esta vida aburrida y sin sentido. No sé si mi vida vaya a tomar el rumbo de eso que rechacé aquella vez, lo que sí sé, es que vale la pena el riesgo. Siempre valdrá la pena.

Paul Cheneour: la música del silencio y el silencio de la música
Danza onírica

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