La historia comienza en El Remolino, un poblado de precaristas cercano a la ciudad de Puebla, era una pequeña urbanización que luce abandonada, como si fuera una inspiración de los suburbios expuestos en Los Olvidados de Buñuel. En ese miserable entorno se amontonan buen número de vecindades, que suelen ser ambientes propicios para vidas que se revuelven en el inframundo.
Es en esa vecindad, conocida como Las Angustias, donde se desarrolla un trágico suceso que estremeció a la conservadora opinión pública poblana hace cuarenta años. La muerte de una mujer de avanzada edad, solitaria, con apariencia de indigente, y según el rumor que circulaba entre los vecinos, practicaba la hechicería.
Los habitantes de la popular vecindad, hombres y mujeres, viejos y jóvenes, que alguna vez vieron a Samara o le pidieron hacer un trabajito especial, decían que era bruja, y no solo eso, también que tenía el poder de transformarse en el animal que quisiera, perro, cerdo, gato, gallina y otros. A esos extraños seres el pueblo, desde tiempos inmemoriales, los llama nahuales.
La bruja Samara era de mal carácter, no le agradaban los niños
Cuentan los vecinos que siguieron los hechos, que la bruja Samara era de mal carácter, no le agradaban los niños, siempre procuraba retirarse de ellos o cuando no había más remedio, al encontrarlos en su camino, intentaba cualquier truco para alejarlos de su paso, llegando incluso a la intimidación.
Samara era una mujer que rebasaba los sesenta años y vivía sola y su alma. Su aspecto descuidado reflejaba las implacables señales del tiempo, el cabello blanco y desordenado, las marcadas arrugas que se apilaban en las partes visibles de su cuerpo, el rostro, el cuello y las manos que terminaban en una largas y sucias uñas.
Se ignoraba que tuviera familia o amigos cercanos. Había llegado a la vecindad hace quince años y nadie se preocupó por indagar su origen o procedencia. Una vez, alguien comentó que seguro se había fugado de alguna comunidad de húngaros, esos migrantes que andan de pueblo en pueblo con su espectáculo de cine o circo, pero los mal pensados dicen, que solo es la fachada, porque son una partida de estafadores y ladrones que buscan incautos para cometer sus fechorías.
Según los testimonios, cierto día, por la tarde se encontraban jugando futbol en el pequeño patio de la vecindad un grupo de muchachos, los mayores eran Hipólito, le decían Polo, y Serafín, ellos organizaban la cascarita y disponían del espacio, sin importarles el tránsito de los demás inquilinos. En esa ocasión, Samara salió de su cuarto, como siempre cubriendo la mitad de su cara con un rebozo gris desteñido y colgando en el brazo una bolsa vieja.
Caminaba lentamente por el patio, cuando sintió un fuerte golpe en la cabeza
Caminaba lentamente por el patio, cuando sintió un fuerte golpe en la cabeza, quedó aturdida, pero se dio cuenta que había sido el impacto del balón, pateado con fuerza por uno de los muchachos, pudo identificarlo. Se recuperó y enojada se dirigió a Polo, el mayor del grupo, advirtiéndole que la próxima vez, se cobraría todas. En respuesta ellos rieron y siguieron jugando.
Cansada de ser mal vista y hostilizada, Samara planeó la venganza. Al siguiente día, a su regreso en la noche, Polo y su pandilla jugaban y despreocupados detuvieron la pelota y plácidamente platicaban. Entonces, de pronto, se les apareció un gran animal emplumado, parecido a un enorme guajolote. No tuvieron tiempo de reaccionar, el extraño animal voló encima de ellos y empezó a atacarlos a picotazos y con sus patas, convertidas en filosas navajas.
Todos corrieron, sin embargo Serafín tuvo tiempo de agarrar una pala y un machete, que estaban recargados en la pared de la vivienda de Don Nacho, el vecino de la entrada. Desesperado se unió a Polo para darle la pala y defenderse de la bestia. Ya con algunas heridas y armados, se fueron contra el agresor y lo atacaron con brutalidad.
Polo y Serafín asestaron sendos golpes y machetazos al gran guajolote, que al sentirse herido y acorralado, salió despavorido para ponerse a salvo de sus crueles victimarios, dejando rastros de sangre en el suelo. Ninguno lo siguió, tampoco alcanzaron a ver a donde se dirigió. Estaban revisando y lavándose los brazos y manos para limpiar los raspones y quitar la sangre, cuando en tumulto llegaron sus papás con otros vecinos.
Ambos acordaron la narración de los hechos. Un terrible animal, salido de un cuento de terror, los atacó y ellos se habían defendido y logrado que aquel monstruo huyera con rumbo desconocido. La multitud quedó conforme con el relato, sin siquiera imaginar sus consecuencias y el desenlace.
Unos indigentes encuentran el cadáver de una mujer mayor en la barranca cercana a Las Angustias
En la mañana del siguiente día, unos indigentes encuentran el cadáver de una mujer mayor en la barranca cercana a Las Angustias. El cuerpo presentaba lesiones graves y traumatismo en el cráneo, causantes de su muerte. La policía y los forenses que acudieron a hacer el levantamiento ignoraban de quien se trataba, la fallecida estaba desnuda. En el lugar se presentaron muchos curiosos, entre ellos se escuchó a una señora gritar, ¡Dios nos libre, es Samara la bruja!
Ya por la tarde, un periódico vespertino sensacionalista publicaba una imagen y la nota del suceso. “Mujer sexagenaria es encontrada sin vida en la Barranca de Los Misterios”, “se presume que antes de ser arrojada a ese lugar, fue salvajemente golpeada y herida de muerte”. Nadie reclamó sus restos, que fueron confinados en la fosa común. Mientras en Las Angustias había desconcierto y silencio. Todos los vecinos callaron ante la ausencia de Samara, pero entre algunos, se comentaba la relación que había entre su muerte y la aparición de ese animal diabólico que había atacado a los muchachos. Por su parte, Polo y Serafín, que conocían a la difunta y sabían de sus extraños poderes, decidieron guardar para siempre el secreto de ese crimen.