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Era la Semana Santa de un incierto año, que puede ser 1960 en una apartada población del sur de Nuevo León, nos encontrábamos reunidos, como todas las noches, en la tienda de mi compadre Nacho.

Se trataba de compartir las novedades de un lugar donde rara vez sucede algo interesante, por lo que cualquier acontecimiento se convierte en tema de conversación.

La mayoría de las veces, cualquier suceso se convertía del dominio público en el momento mismo en que estaba sucediendo. La idea del dueño del negocio era vender sus productos mientras nos entreteníamos con aquellas ocurrentes pláticas.

La reducida variedad de mercancías consistía en una conocida marca de cerveza, refrescos de cola, cacahuates y el pan que el mismo elaboraba.


Pero sobre todo, ahí en la tienda que era iluminada por un ínfimo quinqué (pues aún no había red eléctrica) cuya escaza luz al proyectarse en los rostros de los presentes semejaban máscaras de los «chamucos», * se podía encontrar, además de la plática sabrosa, cierta protección del inclemente clima que predomina en esa época.


A pesar de que la Semana Santa cae en primavera, en esta región el frío no se ha ido. Incluso como todos los campesinos lo saben, todavía pueden presentarse heladas.

Con su imaginación, quiero que me acompañen a vivir el ambiente que predominaba la noche que les esto narrando.

Sientan el viento gélido cuyo soplo levanta el tamizado polvo que limita la visión, y distorsiona las imágenes de personas casas, árboles y demás objetos Por la única calle del poblado ruedan a toda velocidad, empujadas por el viento muchas ramas de las plantas conocidas como maromas.

Escuchen el ulular del viento al filtrarse entre las ramas desnudas de los enormes álamos.


Mientras la charla, en el interior de la vieja construcción de adobe, se ha animado al máximo. Uno de los temas trata de los tesoros, conocidos como relaciones. También se habla de aparecidos y de animales invisibles que arrastran cadenas.

Alguien cuenta de la extraña mujer – que es mi vecina- que según dicen, tiene la facultad de convertirse en lechuza durante la noche, y que suele posarse en las ramas más altas de los álamos de la plaza.

Resulta que frecuentemente, se queda dormida durante sus incursiones nocturnas, de manera que a la mañana siguiente, sus familiares tienen que ayudarla a bajar, pues ya convertida en persona de mucha edad no puede descender por sí misma.


Quien había visto una sombra, o escuchado un tropel de caballos sin que se justificara semejante alboroto. Aunque algunas cosas no eran creíbles, si lograba asustar a los presentes.

Muchas veces, al menos nos arrancaban una sonrisa nerviosa. Como cuando contaron acerca de la señora que para ver el mundo sobrenatural, tenía que intercambiar sus ojos con los de su gato Todo muy bien, hasta que un día olvidó donde había dejado sus ojos -si se excedía de tiempo quedaría ciega- hasta que descubrieron que sus nietos los estaban usando como canicas o ágates.


También me contaron, que una vez, en la tienda de Celestino, empezaron a platicar de fantasmas, ruidos extraños, sombras y lechuzas, hasta que pasada la media noche uno de los participantes se despidió y abrió la puerta para irse.

Sin embargo, cuando se asomó a la calle, todo estaba tan oscuro que decidió esperar a alguien que fuera por su rumbo, cuando consiguió un compañero, se escuchó aletear un ave, de manera que todas decidieron dormir ahí mismo, pues ni el más valiente se animó a salir.


La concurrencia guardaba un profundo silencio, que solo era profanado por el silbar del viento.

Unos acomodados en una viga de madera apolillada que hacía las veces de banca, otros sentados en bultos o en cartones de envases de cerveza, pero todos atentos a la conversación para atestiguar en caso necesario. Dentro de los oyentes se encontraba Peluquín, un pequeño quien era el terror de todo el vecindario.

A su paso iba destruyendo lo que se atravesara en su camino. Aquella noche no fue la excepción, antes de llegar a la tienda, había matado un pajarito, tumbó una maceta de doña Rogelia, movió de su lugar una mesa que don Genaro utilizaba para obtener algunas monedas con su juego de lotería. Sólo se pudo controlar oyendo los relatos de espantos.


Un poco antes de la media noche, ante la insistencia de su esposa, el dueño del negocio dio por terminada la reunión. De forma diplomática anunció que iba apagar la luz y que deseaba a la concurrencia muy buenas noches.

Uno a uno empezó la desbandada. Salir de pronto de un lugar tibio para enfrentar el cruel frío, el viento y la oscuridad, requiere cierta valentía. Todavía no se había retirado la mayor parte de la gente, pues se estaban despidiendo, poniéndose de acuerdo para acompañarse, no sea que por ser Semana Mayor los aparecidos les dé por aparecer.

O que tal, si por el mismo motivo se encuentran una relación – pues es bien sabido que en esta semana los tesoros se abren.


El caso es que, la conversación siguió en la calle cuando de pronto se escucharon unos gritos despavoridos, y regresó Peluquín con los pelos de punta y totalmente lívido. Cuando pudo articular palabra, después de que le dieron azúcar y agua, pal´ susto, explicó qué se le había aparecido una bruja, la cual pudo describir con mucha precisión, según él, vestía de negro y tenía el pelo muy alborotado y sucio.


Por algo Peluquín era el terror del pueblo, así que, al ver la bruja se armó de dos grandes piedras las cuales lanzó con gran destreza a la Maléfica, haciendo blanco en la cabeza pero sin causarle el menor daño, sólo logro que se balanceara un poco.

Entonces se arrodilló y le pidió a la brujita que le permitiera pasa. Al no lograr clemencia de la bruja, empezó a llorar y a pedir auxilio al mismo tiempo que corría hacia donde estaba la reunión.


En un abrir y cerrar de ojos, se congregaron las fuerzas vivas de la comunidad, quien portaba un Detente, alguien más, el texto de las Siete Verdades que debería ser recitado al revés y al derecho 9 veces, anotado en una amarillenta libreta de espirales.

Otros iluminaban la escena con unas grandes antorchas y los demás incitaban a la gente a linchar a la hechicera.


La tropa se dirigió en la dirección que les indicó Peluquín, aunque vacilaron un poco al distinguir la malévola figura de la malvada mujer a través de la bruma y la espesura del fino polvo suspendido en el aire.

Uno de los más valientes del grupo avanzó armado con un hacha y golpeó con gran fuerza aquella aterradora figura. En ese momento se oyó crujir la madera y saltar astillas de la mesa de la lotería, que el propio Peluquín había colocado, por travesura, en medio de la calle.


Cuando se disipó la tensión, el viento también suspendió su furia y cada quien regresó en silencio a descansar a sus respectivas casas.
*Chamucos- también conocidos como chicaleros, se disfrazan, en Semana Santa para salir a bailar en las calles Se caracterizan por llevar terroríficas máscaras.

https://laredaccion.com.mx/lo-santo-de-la-semana-santa/amarqheryahoo-com-mx/
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