Hace muchos años, mi padre tuvo la iniciativa de llevarnos de paseo a Cancún porque le habían ofrecido unos “bungalows” para pasar unos días de vacaciones un amigo de él. Un señor con mucho dinero, quien por cierto ya falleció y como pasa en estos casos, no quedó nada pues los hijos acabaron con todo. Pero ese no es el punto, el tema es que mi papá solo nos dijo “Nos vamos” y emprendimos el camino hacia el sureste mexicano desde la ciudad de Córdoba, Veracruz. Y ahí vamos nosotros que éramos 5 de familia en ese entonces y una tía, hermana de mi mamá con sus dos pequeños hijos. Viajar por carretera en aquella Dart Guayín, fue toda una odisea por las horas de viaje, los chicos ahí vamos como cualquier niño: Emocionados, cantando, comiendo, por ratos durmiendo, en otros con el infaltable “¿Ya llegamos? ¿Ya llegamos?” y así tras un incidente automovilístico que no pasó a mayores, pernoctamos la primera noche en Cárdenas, Tabasco. Esperando que arreglaran la avería conocimos un poco de la ciudad y otro poco de Villahermosa y continuar… Mi padre manejaba, yo tendría unos 16 años y era la mayor de los 5 menores que viajábamos hacia la aventura de conocer cada pueblito, cada comida, cada “hay que bajarse al baño”… Quizá de niño no lo valoras mucho y te sientes fastidiado porque ya quieres llegar, pero al pasar los años te das cuenta del sacrificio, del riesgo pero más del amor de los padres por otorgarte experiencias de vida.
Por allí cerca de Escárcega nos encontramos con unas ramas atravesadas en el camino y con un poco de temor pensando que se trataba de un asalto, mi padre imprimió velocidad hasta sentirnos más seguros y ya después nos explicaron en un gasolinera que así avisaban por allá que había un accidente más adelante. Ya de noche veíamos que unos “pájaros grandes” atravesaban de un lado al otro de la carretera que era selva virgen, resultando murciélagos porque uno de ellos se atoró en la defensa. En aquel entonces ignoraba yo que a la postre, mi tesis para titularme como Bióloga, versaría en estos fascinantes y benéficos organismos… Pasamos una noche en Chetumal, donde el cuarto tenía un baño cuya ventana daba a un pasillo y mientras yo me bañaba unos jóvenes de un equipo de futbol se asomaron por allí, causando mi temor y el enojo de mi padre quien bajó a reclamar, al día siguiente, yo creo en represalia, le cobraron a mi papá unas toallas que según ellos nos estábamos llevando, cosa totalmente falsa. Pero bueno, eso ya fue. Llegamos a Cancún, el sueño cumplido, la arena blanca, la fantasía, el calor, los turistas, los famosos búngalos donde estuvimos muy a gusto y la felicidad que te da lograr la meta trazada. Sobre todo cuando es en familia.
Pero, pero, pero…sin duda alguna Mérida, la blanca Mérida, dejó en mí una huella imborrable. Llegas a esa ciudad donde sabes que su adjetivo viene de la limpieza que mantienen en sus calles. Que estas a kilómetros y kilómetros de tu casa pero te sientes a gusto, que el suelo que pisas tiene una historia destacada y una trascendencia de la cultura maya. Cenar en un lugar donde te falta boca para poder probar todas la delicias de la comida yucateca que es simplemente increíble. De lo mejor que recuerdo la famosa sopa de lima, salbutes, cochinita pibil, incluso carne de faisán y de venado (hoy día no me siento bien por ello pero pues uno es chico y no sabe, los papás ordenan y tu comes) y por supuesto los panuchos! ¿Quién puede olvidar la comida de Mérida? ¡Nadie! Y miren que la comida veracruzana también es un lujo de dioses. Pero esos platillos son de los que quieres volver a disfrutar. Por allí debe andar una foto donde estamos en familia afuera de un lugar cuyos escalones tienen como simbología o jeroglíficos mayas. Eso impacta. Eso le da un toque mágico a la ciudad. Te remite sin duda a un pasado de la cultura que permanece allí, silente… pero presente.
Cuando pienso en Mérida, recuerdo que después de cenar fuimos al parque central y lo que más más más llamó mi atención y se convirtió en inolvidable para mí, fueron las bancas del parque, en forma de S donde quedas separado de la persona en cuerpo pero cercano a su rostro, para “echar novio” o simplemente para sentarse a conversar.
Sé que hace mucho calor por allá, pero ¿En dónde ya no hace? Así que ese no es un inconveniente. Guardo con cariño un traje de Yucateca que utilizamos para salir un día en un baile escolar y también en un desfile de aquí de esta hermosa ciudad de los treinta caballeros, pero lo conservo con gusto por sus flores vistosas y su diseño, su frescura y su rebozo destacado. Hace muchos años que no he vuelto a la península, pero sin temor a equivocarme, anhelo regresar y si la vida me lo permite, ahora llevar a mis hijos para que un día como yo, más adelante recuerden entre muchas cosas más, a la banca del parque…aquella banca, de la Mérida blanca..
Muy agradecida.
[…] Más de 1,300 kilómetros nos separan, pero eso no impide acortar la distancia y darme el gusto de saludarte por este conducto, bajo la promesa de compartirte algunas novedades de mi tierra mexica en una próxima ocasión. Por ahora estoy ansiosa de escucharte y saber de ti, más allá del sobrenombre que ostentas como Ciudad Blanca. […]
[…] el caso de Mérida, igualmente conocida como Ciudad Blanca, es fácil enamorarse a distancia por la gran difusión que ha dado a la cultura en general, por […]
[…] ofrece la posibilidad de visitar el pequeño pueblo de Bernal (a los pies de la roca) que es un lugar pintoresco que se caracteriza por su arquitectura colonial y su rica gastronomía con platillos como la […]