¿Alguien se acuerda de la película Quicksilver (Thomas Michael Donnelly, 1986) en la que el corredor de valores Jack Casey —interpretado por Kevin Bacon— comienza a trabajar como mensajero en bicicleta tras un duro debacle en la Bolsa? Tal vez pocos la recuerden debido, principalmente, a que son demasiado jóvenes para haberla visto. Yo, sin embargo, la recuerdo bien. Debí verla cuando era apenas un niño, pero cada vez que utilizo la bicicleta no puedo evitar sentirme tan vehemente como Jack Casey conduciendo en las vertiginosas calles de San Francisco o entre los automóviles de la ajetreada y bulliciosa ciudad de Nueva York, con sus clásicos taxis amarillos y su incesante tráfico de maniacos al volante entre los cuales el protagonista se jugaba la vida en medio del caos y su propia destreza para desplazarse sobre esas delgadas dos ruedas.
Y la recuerden o no, resulta relevante la actual dificultad que tiene el conductor de automotor, de otorgarle su lugar al tan vulnerable ciclista como Jack Casey. Es que hoy por hoy existe, como en muchos otros rubros, una pugna entre conductores de vehículos a motor y usuarios de bicicleta. Sí, una incesante contienda por abrirse paso con libertad. Una lucha que deriva —naturalmente— en una crisis co-existencial para ambos tipos de vehículo.
Y es que el problema se suscita cuando estos dos medios de transporte comparten una misma infraestructura urbana. Ambos vehículos tienen sus ventajas y desventajas, privilegios y obligaciones, claro está. Jamás podrán competir entre sí porque pertenecen a planos distintos dentro de la —imaginaria— jerarquía del transporte. No obstante, esto no tiene por qué ser así y la culpa la tiene la infraestructura misma puesto que no da lugar a ningún tipo de cultura de convivencia entre ambos tipos de dispositivos, haciendo que cada día se vuelva una guerrilla por la supremacía de uno y la supervivencia del otro. Una verdadera reyerta, sí, en la que los accidentes están a la orden del día.
Aunque está de más adjudicar a cuál pertenece cada aspecto: la bicicleta siempre se llevará las de perder (lo cual me parece bastante irónico) en esta pugna a pesar de que se trata de un medio de transporte que no genera contaminantes, gases de invernadero ni emisiones de ninguna especie. Además, consideremos la siguiente nota:
Nota: el hecho de hablar de una jerarquía es únicamente para fines clasificatorios y excluyentes, aunque nunca falte quien esté convencido que existe una jerarquía sin sospechar siquiera que tal orden se encuentra únicamente dentro de su imaginación por medio de un complejo napoleónico de superioridad al pensar que, porque conducen un automotor, tienen preferencia cuando en realidad deberían mostrarse afines de que exista alguien —por vulnerable que parezca— que opte por moverse en bicicleta por varias razones que también le incumbe:
En primera, porque como se mencionó con anterioridad, no genera contaminación, algo que ya es en sí bastante positivo. En segunda porque no contribuye a producir ese insufrible tráfico vehicular al que no terminamos de acostumbrarnos aunque parezca que nos encante sufrir perdiendo nuestro valioso tiempo metidos en aburridos y desesperantes embotellamientos a la vez que nos neurotizamos todavía más. En tercera, porque tan sólo imaginen la utopía de tener a una gran población desplazándose a sus menesteres en este medio de este transporte a dos ruedas. Sería tan grato tener las ciudades rebosantes de bicipuertos, de ciclovías, de ciudadanos preocupados por el medio ambiente a la vez que ejercitan su salud física y mental por medio de un transporte que es amigable con el entorno y, por lo tanto, con el resto del planeta. Fin de la nota.
Lamentablemente aun así pareciera que no existe consenso en cuanto a la posible convivencia; a la cultura de respeto; a la siempre huidiza empatía. La ley del más fuerte termina imponiéndose ante el más vulnerable en una lucha de Goliat contra David. Lucha en la que la bicicleta resulta con pocos medios para defenderse, a diferencia de un escuálido David cuya onda resultó ser mortalmente certera para su imponente y bestial contrincante de peso completo.
A pesar de los infructuosos intentos de los departamentos de movilidad y transporte —en cualquiera de sus presentaciones—, la bicicleta ha pasado a ser parte, casi de forma unilateral, de una mera disciplina recreativa a la cual ha quedado relegada, lo que acarrea como consecuencia su marginación de la consciencia social que vivimos en las distintas urbes desde que se inventó en Alemania por allá del año 1817 y que desde entonces ha sido parte de convulsas comunidades: las emergentes, las marginadas, las tecnocráticas o las bohemias.
La solución a tal predicamento, al menos de momento, radica en la empatía. Una palabra mágica que actualmente carece de mucho significado. Eso significa que el ciclista debe mostrarse empático ante los avezados —y a veces no tanto— conductores motorizados, no transgrediendo las vialidades ni los sentidos de las calles, usando protección personal y toda clase de dispositivos que permita su visualización, además de que debe respetar a rajatabla los límites y el alcance de su propio medio de transporte, o sea, manejar con responsabilidad.
Por otro lado, los choferes —esos contrincantes de peso completo— deben mostrarse empáticos a su vez con el ciclista que, en clara desventaja, busca darse su lugar en una sociedad que lo remite una y otra vez a la marginación debido a la falta de conciliación, a la paupérrima infraestructura que muchas veces carece completamente de opciones de movilización, a la estigmatización deportiva y a la pésima cultura de inclusión que vivimos día con día en el país: los ingredientes perfectos para que se cocine la catástrofe.
Así que, en apariencia, la solución es asequible pese a nuestra violenta manera de percibir el mundo a través de un prisma basado en el materialismo, en la aparente riqueza económica e imaginaria escalada social, y en la socavación de los derechos de los demás que tanto placer causa pisotear. Y, muy especialmente, por el hecho de buscar diferencias donde debe haber fraternidad, colaboración y respeto hacia el prójimo sin importar su medio de transporte, ya sea automotor o de autopropulsión como la bicicleta.
Así que, si ser ciclista es tu pasión, no seas tan vehemente y divertidamente temerario como Jack Casey y muestra algo de respeto por tu propio medio de transporte si quieres que los demás comiencen a respetarte como ciclista, otorgándote un lugar en la caprichosa, impredecible e indómita urbe a la que estamos irremediablemente sujetos, pero no por ello debemos permanecer sujetos a la imposibilidad de ser mejores seres humanos sin importar el medio de transporte en el que decidamos movernos.
Continúa, pues, pedaleando aunque con la guardia bien en alto conforme llegue el momento en que la bicicleta vuelva a gozar de sus días de gloria como medio de transporte —con todos sus inalienables derechos u obligaciones— en las cada vez más crecientes, rebosantes y trepidantes manchas urbanas y, por favor, no desfallezcas en el intento por abrirte camino sobre esas dos ruedas hacia una sociedad más digna, igualitaria, consciente y empática.
Hablando como usuario de la bicicleta, dado a que puedo decir que me adopto este medio transporte, libre en todo aspecto, desde libre de estrés por el tráfico hasta la satisfacción de que creo poder llegar a un edad mayor y seguir poder montarme a un bici.
Cuando se habla de la «jerarquía vial», no muchos saben que el ciclista es el segundo en la lista. Y lo ven mal, nos ven como un estorbo y viceversa, por que uno también ve en eso en los automovilistas.
Estoy en total de acuerdo en que debe des haber una empatía enorme por parte de todos los usuarios, tanto no automotores como los que sí, para poder generar una buena educación vial.
Tal vez el conductor esta enfadado por su día en el tráfico pero justifica su enojo por darle el paso a un bici. AMBOS tienen sus pro y sus contras;
En auto no te mojas, puedes arreglar el clima si hace calor o frio. y estas cómodo esperando llegar a casa, PERO te lleva más TIEMPO, y es un poco mas seguro en cuestión de accidentes.
La bici, mas rápida, ligera, un poco mas fácil de transportar, pero el clima a veces no juega de nuestra parte y no es tan segura en los accidentes.
Lo único que si compartimos en donde dejar el vehículo y bicicleta.
Si se puede ser empáticos, y pensar de manera lógica y cada quien dar su aporte a este tipo de situaciones; donde nadie salga afectado y si es así, que solo sea algo ligero.