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Leí por ahí, a propósito del final de la serie televisiva Juego de Tronos, que “el poder debe llegar a aquellos que no lo desean”. Coincido, sólo que agregaría: “pero que deben saber qué hacer con él”.

El problema de ambicionar el poder radica en lo que se hace, una vez que se tiene, con todo aquello que se presentó como un obstáculo para obtenerlo o que puede estorbar para ejercerlo. Instituciones, leyes y personas que se atraviesan en el camino de quienes no desean otra cosa en el mundo que alcanzar y conservar el poder, suelen ser destruidos como parte del ejercicio de quienes ostentan el trono o la silla presidencial.

Daenerys, la madre de los dragones en la serie, destruye King’s Landing cuando la guerra ya estaba ganada; lo hace, no por lo que representaba en términos estratégicos para su victoria, sino porque sentía la necesidad de demoler el último obstáculo que tuvo que vencer para alcanzar el poder. Lo hace, estrictamente, porque puede. En su definición más básica poder es eso: la capacidad de hacer lo que se desea.

No es, como dice el adagio, que el poder corrompa; más bien, el poder hace posible lo que sin éste no logra ser alcanzado. Quien no está preparado para el poder, no tendrá refreno para su uso. Por eso no basta que no se desee el poder para tenerlo; hace falta, insisto, saber qué hacer con él. Sin sabiduría el poder es sólo eso, poder. Daenerys comprenderá pronto -y al mismo tiempo, tarde- que el poder nunca es absoluto porque esa propiedad sólo le pertenece a la muerte.

Imagen: Forbes

Por una vez en la serie lo racional se impuso a lo pasional. Creo, por cierto, que fue lo que a muchos desagradó del final; queríamos ver sangre, venganza, mayores muestras de poder. Pero ante el triunfo de la política, de la auténtica política, no sabemos qué hacer. Ni siquiera la podemos reconocer. Y es que estamos demasiado habituados a coexistir entre ambiciosos del poder.

Nuestras propias decisiones suelen ser reflejo de eso. Nos gana la pasión. Y no es que ésta no deba ocupar ningún lugar en nuestras consideraciones. Al contrario, se la requiere y mucho. Pero, no puede ser el único motor. Ambas, razón y pasión son necesarias para actuar con sabiduría.

Para gobernar hace falta razón y pasión. Cuando sólo se destruyen los obstáculos al poder se olvida lo que éstos hicieron por uno: no mataron, engordaron. Lo que se opone en nuestro camino al éxito nos construye y fortalece. Nos debemos en parte a nuestros adversarios. Sin rivales fuertes jamás creceremos.

La serie termina así, sirviendo de alegoría sobre nuestra vinculación con el poder, la de todos, porque cada uno tiene sus pequeños poderes y anhela otros que todavía no alcanza: poder consumir, poder controlar, poder transformar.

El que tiene más poder se hace más visible y sus vicios también. Estoy convencido de que en México hace falta acabar con determinadas prácticas y hasta con ciertos grupos; pero, destruir sólo para demostrar poder no es lo que necesita este país. Gobernar por revanchismo; con odio hacia los que se opusieron; con resentimiento hacia quien no hincó la rodilla y aceptó el vasallaje, no es de sabios, sino propio de los ambiciosos del poder.

¿Quién fue LILITH?
Educación ambiental, desde la experiencia

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