Las gotas de agua se deslizaron sobre el cable de la luz. Lo único que hice fue lo suficiente para poder complacer mi vista. El olor de la mañana se mezcló con la incertidumbre. La incesante lluvia dejaba al descubierto montículos de piedra, como si se tratara de pequeñas constelaciones en la tierra. No me sorprendí solo lo admiré.
He visto más de una vez los espectros inconscientes saludarme. Con los ojos rojizos y sus mentes trasnochadas. Seres en vigilia. Y una capa delgada de neblina se esparció por las calles solitarias. El clima me ayudó. Con ello, la inspiración.
Y mientras el agua arrastraba todo, despejó mis pensamientos, sucedió que la claridad de lo que deseo llegó en un instante. Decenas de mensajes se arremolinaron y tomé algunos para lograr mi objetivo. Y fijé mis ojos entre tantos árboles, en las nuevas plantas, en las flores amarillas con color de caramelo tratando de localizar esa luz que me guía diariamente.
Pensé que con tanta lluvia el trabajo disminuiría, cosa que no fue así. Me quedé con mis dudas, escudriñé en los recuerdos, fisgoneé en las avenidas, sentí por unos minutos la trivialidad de la vida. Las cosas simples se convirtieron en señales, y acepté cada una de ellas. Como por arte de magia la armonía llegó.
Mi respiración marcó cada latido.
Registré lo que mi sentido auditivo me hizo llegar. Una lucha con lo desconocido. ¿Para qué saber más de lo que estoy dispuesto a comprender? Es tan rápido lo que corre el tiempo. La lluvia disminuyó. Tomé mi cámara y disparé. Todo quedó en una imagen.
Y sigo escarbando entre las palabras. Abriéndome al mundo y cerrándome a la ignorancia. Tan solo fue un día, y, sin embargo, ¡ha pasado tanto!