En la cronología no hay fecha ni registró de ¿cuándo la inclusión y diversidad se fueron normalizando?. Sin embargo, es una realidad evidente en la mayoría de las sociedades del mundo. Anselmo, con una vida andando en la sexta década, recuerda su paso por el INEGI, el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, el organismo público mexicano, con más experiencia y credibilidad en materia de censos y encuestas de carácter sociodemográfico.
Corría el año de 1999, a la Coordinación del Estado llegó la instrucción de la Dirección General, de realizar, el que sería el primer ejercicio institucional, para recabar de manera directa información sobre la discapacidad en México, es decir, una encuesta nacional, con la finalidad de conocer nombre y domicilio de las personas con capacidades diferentes, identificando y comprobando el tipo de limitación física o neurológica en cada caso.
La realidad no pudo ser más dramática para Anselmo y el grupo de trabajo que participó en aquel evento, agonizando el siglo XX.
Sin escenografías o montajes oficiales, la rudeza vista en la condiciones de la mayoría de los discapacitados ubicados (abandono, maltrato, exclusión y aislamiento social de la familia), sirvió no solamente para hacerlos visibles, sino también para apretar el botón de alerta a la sociedad mexicana, a fin de generar un proceso de inclusión y atención necesario y urgente para este grupo de población, que ya rebasaba el millón de habitantes, según estimaciones previas al censo.
Veinticinco años después, la situación ha variado relativamente, en el mundo y en este País. Los avances fueron más notables y acelerados en las naciones desarrolladas. En México se dieron cambios trascendentes aunque paulatinos en este siglo, en los rubros de atención, educación e inclusión social.
Por otra parte, de acuerdo con los resultados del Censo General de Población y Vivienda 2020, efectuado por el INEGI, en México se contaban 6, 179.890 personas con algún tipo de discapacidad, lo que significaba el 4.95 de la población total.
No obstante, esa institución reportó en 2024, que en el País hay cerca de 14 millones de habitantes que viven en esa condición.
El asunto no es menor, si pensamos en atender y garantizar el pleno goce de sus derechos a este sector de la población, siendo ahora una minoría relevante.
El tema de las capacidades diferentes, y particularmente la neurodiversidad, desde hace unos años, fue abordado por la industria del entretenimiento, presentándolo con naturalidad y exponiendo la necesidad de su inclusión a la dinámica familiar, laboral y social, con la misma apertura y condiciones otorgadas a las demás personas.
Tal es el caso de la serie de televisión estadounidense The Good Doctor (2017), que se basó en la serie surcoreana de 2013 del mismo nombre. Fue protagonizada por el actor británico Freddie Highmore, interpretando a Shaun Murphy, el joven médico cirujano con autismo y síndrome del sabio, que llega a colaborar al ficticio Hospital St. Bonaventure de San José California.
Pero más recientemente, en este mes de julio, se estrenó en una plataforma de streaming, la película argentina Goyo, escrita y dirigida por Marcos Carnevale, llevando en los roles estelares a los actores Nicolás Furtado y Nancy Duplaá.
Una historia que logra una fantástica alquimia de drama con chispazos de comedia.
En la misma se narra la aventura romántica de Goyo, un guía del Museo de Bellas Artes de Buenos Aires, que padece el síndrome de Asperger (trastorno del espectro autista), con Eva, que se integra como guardia de seguridad del recinto cultural.
Goyo nos muestra una perspectiva profundamente humana y cotidiana, de una historia de amor en circunstancias poco convencionales, entre dos seres que buscan un espacio para trascender, además de aceptarse y ser aceptados en un mundo cada día más complejo.
Colmado de una delicada sensibilidad, el guion resulta extraordinariamente conmovedor y reflexivo. No se extrañe que suelte una que otra lagrima durante el desarrollo de la película. Se recomienda. Hasta la próxima