– Mi papá hizo que nos construyeran una casa increíble. Yo era muy joven, cuando comenzó todo esto. Recuerdo a mi papá haciendo una primera maqueta con papel cascarón y lápices de colores.
A mí me parecía que estaba jugando y me encantaba imaginar pequeños humanitos viviendo dentro de esa casa. Seguramente mi papá también imaginaba a esos pequeños humanitos viviendo ahí… esos humanitos éramos nosotros, su familia.
Veíamos la maqueta y luego, algunos fines de semana, íbamos al lugar en donde se iba a construir la casa… yo no entendía cómo iba a suceder, sólo veía un gran terreno con montañas de ladrillos, varillas, arena y ese tipo de materiales que más tarde formarían parte de esas paredes que guardaron tantos momentos de amor, aprendizaje, dolor y fortaleza, risas, fiestas, despedidas y abrazos de bienvenida. Paredes que fueron tapizadas de fe.
Hasta dónde conozco de la historia, mis papás, aún siendo novios, estaban paseando en bicicleta por las calles de una zona residencial de la ciudad de México, “Bosques de las lomas”, y mi papá sin que en ese entonces fuera multimillonario ni financieramente acaudalado, le dijo a mi mamá que si se casaban, le iba a construir una casota en esa colonia.
No tenían el terreno, ni el dinero, ni un ladrillo… pero contaban con lo principal: la capacidad de imaginar.
Mis papás se casaron. Pasaron los años, sé que tuvieron altas y bajas en muchas áreas de sus vidas, como pareja, en sus trabajos, en lo económico… llegamos los hijos… Mi papá nunca renunció a su promesa.
La primera vez que yo vi la casa, fue en una hermosa maqueta que hizo mi papá con sus propias manos… Cuando yo tenía catorce años de edad nos estábamos mudando a nuestra nueva casa. La casa real es igualita a la maqueta. Mi papá cumplió su promesa, mi papá cumplió su sueño. Él siempre confío en que podía hacerlo realidad y lo hizo.
Tu mundo visible es producto de tu mundo invisible.