– Me reuní para almorzar con una amiga a la que hace mucho, pero mucho tiempo no veía. Ella se había mudado a otra ciudad y dejamos de frecuentarnos. Fue maravilloso verla tan guapa y exitosa, sin embargo, su sonrisa parecía un poco forzada y faltaba ese hermoso brillo en sus ojos que siempre iluminaba a todos los que convivimos con ella alguna vez. No parecía estar realmente feliz.
Cuando estudiábamos juntas, ella siempre fue la que mejores calificaciones tenía, no sólo de nuestro grupo, sino de toda la generación. Además, era la más popular de las estudiantes, tanto por su belleza física, como por su facilidad de oratoria. Cada que había un evento, era la encargada de hablar al micrófono en representación de todos los alumnos.
Durante el almuerzo, fui descubriendo que tenía una maravillosa familia, una hermosa casa propia, un auto último modelo, un excelente empleo, y un sueldo generoso. Entonces ¿por qué no se veía realmente feliz?
No dudé en preguntárselo directamente y su respuesta fue, con voz nostálgica, que siempre soñó con hacer obras de arte pintadas al óleo y exponer en su propia galería, pero sólo tenía un cuarto lleno de bosquejos porque nunca tenía el tiempo necesario para dedicarle a su verdadera pasión: la pintura al óleo.
Aún cuando sus hijos ya eran grandes e independientes, y su situación económica le permitiría sin problema realizar su sueño y montar su propia galería, vivía tan atareada que fue postergando día a día su deseo… y así lo postergó durante más de treinta y cinco años…
Platicamos de que ya era el momento de parar, de hacer un alto, y dedicarse a materializar ese sueño y darle libertad a su don artístico. Obvio ella aceptaba, pero de inmediato mencionaba los muchos compromisos y proyectos de trabajo que debía hacer antes. Ella trabaja muy duro… en los sueños de alguien más.
Nos despedimos esa mañana, no sin antes decirle que, en verdad, considerara la posibilidad de renunciar a su empleo y avanzar en su sueño.
Pasaron un par de años cuando volví a saber de ella. Me llamó para invitarme a la inauguración de su galería de arte en donde estaría presentando su primera colección de cuadros al óleo. ¡El entusiasmo en su voz era increíble! Con sólo escucharla casi podía imaginarla brincando de emoción como cuando éramos adolescentes.
-¿Pero cómo fue que tomaste la decisión?- Le pregunté feliz y curiosa, y entonces ella respondió: -Poco después de nuestro almuerzo, me caí en las escaleras de la oficina. Tuvieron que hacerme una cirugía en la cadera que me impidió seguir trabajando, así que perdí mi empleo. Y mientras me recuperaba, aprovechando el descanso obligatorio, empecé a pintar y a darle forma y color a mi sueño… Hoy, por fin, es una realidad-.