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Estaba platicando en la cocina con mi hermano y le dije que tenía muchas ganas de comer profiteroles con crema y chocolate líquido. Obvio es un postre que no tenía en casa, así que fui a la alacena y tomé el pan de caja, el frasco de mermelada y regresé a la mesa para continuar con la conversación.

Un mes después, mi hermano volvió a visitarme para comer juntos.  Así, como cuando éramos jóvenes, él me invitó a comer fuera de casa, y al igual que antes, me dio algunas opciones para que yo eligiera el lugar.

Cuando terminamos de comer, me preguntó si ya había comido mis profiteroles con crema y chocolate líquido.  Le dije que no, que aún seguía con el antojo. Y él pregunto, con su típico gesto de seria autoridad, por qué elegí un restaurante de comida oriental en donde ya sabíamos que no vendían los profiteroles, en vez del lugar italiano en donde sabíamos que sí los tenían en el menú.  De hecho fue en aquel coqueto lugar de comida italiana en donde probé por primera vez los profiteroles con crema.

Después de un silencio incómodo, mi hermano tomó mis manos y me recordó como nuestro papá siempre nos decía que si queríamos algo, no nos quedáramos con las ganas.  De hecho, nos reímos con cierta nostalgia al recordar la manera en que papá nos decía si tienes un capricho, haz que suceda.

Para tener mis profiteroles como yo los quería, bastaba con ir a la tienda en donde los vendían, o comprar los ingredientes para prepararlos yo misma en casa.  Pero no lo hice y me conformé con el pan de caja untado de mermelada.  Después, cuando mi hermano me invitó a comer, tuve la oportunidad de elegir el lugar en donde podía pedir mis profiteroles… pero de manera absurda dejé ir esa oportunidad eligiendo un lugar diferente.

Haz que suceda.  Me recordó mi hermano, y fue un paso más allá.  Me lo repitió varias veces: haz que suceda.

Si quieres profiteroles, no te conformes con pan y mermelada.  Ve a la tienda y haz que suceda.

Si quieres ser psicóloga, no te conformes con el “hubiera”. Termina tus estudios, inscríbete a la universidad presencial o en línea, estudia y haz que suceda.

Si quieres ir a la playa, no te conformes con darle “me gusta” a las imágenes del Instagram. Busca agencias, busca paquetes, busca ofertas, pide informes, presupuesta, ahorra, reserva y haz que suceda.

Tengo más de cincuenta y cinco años de edad y hay días que extraño tanto tener a papá a mi lado diciéndome “si tienes un capricho, haz que suceda”.

La próxima vez que salga a comer con mi hermano.  No hay duda. Elegiré el lugar italiano y pediré mis profiteroles con crema y chocolate líquido.

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