Amaneció con ganas de complacer a todo el mundo, así que se dirigió al mercado con el fin de hacerse de todos los insumos necesarios para preparar un exquisito platillo oaxaqueño, masa de maíz, papa, chorizo, en la cocina con el sartén desbordando en aceite y la llama a fuego lento, aconteció algo inexplicable. El recuerdo que por años mantuvo agazapado salto como un gato descubierto, en un segundo la tristeza lo invadía sin motivo aparente, las lágrimas que habían sido contenidas por cuarenta años atrás hicieron su aparición a borbotones, trato de calmarse para que la comida no absorbiera toda la tristeza y amargura que venían de su alma y mente, le llaman recuerdos asociados, es decir cuando el recuerdo está asociado a una función cerebral resultado de las conexiones sinápticas entre las neuronas y una facultad psíquica para retener el pasado, sabía que eran la trece horas con cincuenta minutos, de treinta y cinco años atrás, a sus oídos llegó la voz de la hora exacta en México, “haste, haste la hora de México” aquella trasmisión en radio de México que hizo su aparición en 1940 en la estación de radio XEQK, encargada de trasmitir la hora del Observatorio Astronómico Nacional en la voz del locutor número 343 Luis Ríos Castañeda, que además de dar la hora exacta daba paso uno tras otro a los anuncios publicitarios de esa época, “chocolates Turín, ricos de principio a fin”, las trece horas con cincuenta y un minutos, por eso supo con exactitud que esa era la hora en la que su corazón recibió la primera puñalada, su mamá se encontraba en la cocina parada de frente a un sartén que contenía aceite hirviendo, él observaba sentado en la plancha de cemento que se encontraba separada a metro y medio del piso, colocada junto a la estufa, le colgaban las piernas que no podía mantener tranquilas, le inquietaba ver pero sobretodo aprender aquella maestría con la que su madre emprendía esa titánica tarea para obtener tostadas, lo que hoy en día se consigue muy fácil en cualquier tienda de autoservicio, hace años requería todo un arte para obtener unas cuantas tostadas, la labor consistía en dejar deslizar una tortilla en el recipiente que contenía aceite hirviendo, después pescarla para obtener una tostada doradita caliente que se colocaba en un recipiente dónde terminaban de escurrir el aceite sobrante, que por lo menos otras quince tortillas que habían pasado por el mismo proceso; sin saberlo de la forma más terrible descubrió que en la vida se altera el orden en un minuto, “las trece horas con cincuenta y dos minutos “, el volteador cayó al suelo, la cocina quedó abandonada y el hogar igual. Por lo menos veinte años tuvieron que pasar para que ese hogar volviera a recuperar más o menos la cotidianidad, él no comprendía que pasaba sólo tenía cinco años seguía sentado junto a la estufa, la mamá abandono corriendo la cocina, el padre que estaba en la planta alta soltó las herramientas de carpintería con las que trabajaba para bajar las escaleras con la agilidad que le permitían sus 43 años y una enfermedad cardiovascular.
Cuando se dio cuenta que no había nadie a su alrededor, la llave del agua goteaba semiabierta, el gas se escapaba de la estufa, el volteador estaba tirado y la tortilla se había quemado, intento dar un salto para caer al suelo, girar la perilla de la estufa, recoger el volteador de tortillas, intento una y otra vez alcanzar la llave del agua pero no lo consiguió, subió muy despacio las escaleras, se dirigió a su recámara a colocarse el uniforme escolar, tomar su mochila, cruzar la calle que nunca había cruzado solo y dirigirse al colegio como una especie de acto para tratar de tomar el control ante el caos que predominaba a su alrededor, en la puerta se cansó de esperar, nadie volvería a ese hogar, nadie volvió siendo el mismo que minutos antes había salido, de alguna manera la vida de los habitantes de ese hogar había sido trastocada todos habían cambiado, hecho a andar volteo a ambos lados de la calle y corrió presuroso al escuchar la chicharra de la escuela estaban a punto de cerrar, una vecina que pudo reconocerlo entre la multitud, se acercó para tomarlo de la mano, le susurró al oído tienes que ser muy valiente, el que está en medio de toda esa multitud es tú hermano ¿quieres que nos acerquemos?, él muy seguro de sí mismo pero en el fondo muy lleno de miedo contesto que no, que por favor lo acercará a la puerta de la escuela, la vecina lo llevó y dejo ahí, por fin estaba en un lugar seguro, el lugar más bello que conocía, tenía amigos, jugaba, compartía en el recreo y el lunch con sus amigos, todavía podía darse el lujo con su moneda de cinco pesos de librar una batalla campal en la cooperativa de la escuela para hacerse de una paleta de hielo sabor grosella y con un poquito más de suerte un taco de una cucharada de arroz con la señora que llevaba taquitos a vender a la hora del recreo, tenía una maestra que lo amaba así con todo y sus escasos 50 centímetros de altura, podía decirse que era víctima de bullyng por algunos de sus compañeros que lo llamaban chiquitito, pulgarcito, pero como él ni sabía de esos males modernos de hoy llamado bullyng, en ninguna manera le afecto.. menos mal que con el paso del tiempo todo eso cambio, su estatura paso al promedio de cualquier hombre adulto mexicano, para esa altura su camisa estaba mojada las lágrimas le hicieron retroceder en el paso del tiempo le hicieron recordar y le obligaron a enfrentar, enfrentarse con aquél cuerpo destrozado partido por la mitad, cuerpo al que en cada respiración se le iba la vida, en pesadillas solía imaginarse las manos morenas y delgadas aferrándose al delantal de su madre quién no paraba de dar gritos de dolor, ¿quién había sido tan cruel para golpear de aquella manera a un ser inocente de sólo 16 años? ¿quién con tan poca alma había abandonado un cuerpo en mitad de la calle dejándole abandonado a su destino?, ahora ya no sólo era su recuerdo y dolor, era la suma del dolor de cada uno de los integrantes de esa familia potenciado por cada uno de los años que había echado con llave ese recuerdo, que salía con un olor picante que impregnaba todo alrededor suyo, tuvo que sentarse para recuperar la agitada respiración, dejar fluir las lágrimas sanadoras, llorar por su madre que debió haber sufrido la peor de las tragedias al tener en su regazo a su hijo malherido, llorar por su padre que no fue lo suficientemente valiente como se pregonaba en las calles, pues esa ausencia familiar termino por acabar con su vida, ¡tic!¡tac!,¡tic!,¡tac!, el minuto se encontraba trascurriendo ahora, “haste, haste la hora de México”, no volvería a volver a escucharse en esa consola de madera de aproximadamente un metro de largo dispuesta con un tocadiscos al centro y botones al frente para sintonizar la radio…”haste haste la hora de México”.
Se cansaron de esperar la ambulancia que no llegó, trasladaron por su propia cuenta aquel cuerpo maltrecho y roto que por los múltiples traumatismos era más semejable a un rompecabezas que a un ser humano, para subirlo al auto ambos padres tuvieron que armarlo sosteniendo una a una sus partes, la cabeza con ambas manos para unirla, la nariz y los pedazos de piel que quedaban de ella prefirieron no tocarlos, se limitaron únicamente a cuidar que no se dispersara la masa encefálica, los hilos de sangre mojaron los sillones y las puertas, la ropa de ambos salpicados de plasma, fue el trayecto más largo de toda su vida, arribaron al hospital sin poder articular palabra, ya sin lágrimas en los ojos, los enfermeros les arrebataron el cuerpo en seguida, lo colocaron en una camilla por la que se dirigieron a toda velocidad por el pasillo interminable que conducía al quirófano mientras ellos como autómatas seguían los restos humanos de lo que alguna vez fue su hijo.
Las enfermeras le tomaron entre sus brazos para colocarlo en una mesa de operaciones, hubo que amarrarle las manos pues aún en estado de inconciencia no cesaba en moverlas, esa escena les partía el alma, el padre cayó desplomado y hubo que aplicarle primeros auxilios, dos horas después recuperaba la conciencia, la madre no dejaba de caminar de un extremo a otro solicitando ayuda para evitar que su hijo muriese desangrado aunque lo más probable es que horas antes ya hubiese ocurrido la muerte por la hemorragia intra craneal, una enfermera se apiado de su dolor, los alejo de la sala, y a los pocos minutos regreso para decirles con frases cortas que su hijo había partido en sus brazos.
El joven de dieciséis años paso a formar parte de la estadística de las muertes del grupo etario entre 15 a 29 años de los 1.3 Millones de personas en todo el mundo víctimas de accidentes automovilísticos, seguramente la velocidad a la que debió haber pasado ese vehículo por una calle nada transitada supero por demás el promedio de la velocidad permitida, quizá si ese joven hubiese llevado casco aún seguiría con vida, aunque en ese día en el firmamento su reloj ya se había detenido, siendo las quince horas con dos minutos todo se conjugo puesto que tampoco tuvo acceso a una atención de emergencia eficaz y oportuna tras el accidente, o si la hubiese tenido lo probable era que hubiese quedado en una condición incapacitante; ahora sentado a la mesa ya sin lágrimas en los ojos probaba ese pedazo de masa relleno de papa y chorizo llamado molote que tragaba por la garganta al mismo tiempo que dejaba pasar el dolor que había congelado por años; el molote originario de la gastronomía mexicana de la región oaxaqueña, una especie de empanada FRITA hecha con masa de maíz, molote palabra derivada del náhuatl, molo tic “ovillo piedra para moler”, ese rico platillo frito nunca más volvería a ser preparado en su cocina pues no deseaba más recuerdos asociados que le recordaran aquella escena en la cocina vieja de su casa.