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Repasemos lo siguiente: el hecho de recibir un salario no significa que el patrón, jefe o empleador sea dueño de nuestras vidas. Por eso existen horarios que limitan las horas de servicio. También hay contratos, a veces solamente tácitos, pero necesarios para que tanto el empleado como el empleador sean conscientes de las funciones a desempeñar. Resulta inaudito que en pleno Siglo XXI todavía haya quienes perpetúan los últimos vestigios de la esclavitud.

Los insaciables laborales que siempre quieren más y están dispuestos a comprar un trozo del alma del empleado por el salario que le brindan, sea bueno o malo; suficiente o raquítico, motivador o lánguido para su espíritu laboral.

Incluso hay una creencia popular bastante extendida que sostiene que la esclavitud no se abolió, sino que solo se reglamentó a través de las jornadas laborales; de horarios; de horas; contratos y estatutos —que muchas veces no se respetan en lo más mínimo—, y un Manual de Funciones mayormente inexistente en los trabajos, lo que sirve de caldo de cultivo para que los jefes, patrones y empleadores puedan exigir más de lo debido.

No todas las personas son empleados, pero todos los empleados sí son personas.

Son seres humanos con familias, con pasatiempos, con obligaciones que muchas veces van más allá de lo que su trabajo les exige y demanda.

Es por esa premisa universal que debemos humanizar el trabajo y tratar a cada uno de los empleados como a los patrones y jefes les gustaría ser tratados (una Regla de Oro de la cordialidad).

Me parece que debemos, entonces, volver al origen de nuestros valores y, para comenzar, podríamos dejar de ver al otro en función de nuestra propia economía personal, pues de esa manera sería fácil caer en la explotación humana y su consecuente discriminación.

Una sobreexplotación mezquina que se asemeja mucho a la ya abolida esclavitud de los países por los que se extendió este mal social.

Así que comencemos por el principio y pongamos los puntos sobre las íes en lo referente a lo que rodea, envuelve y debe ejercer y acatar un asalariado, por un lado, y las disposiciones del patrón o jefe por el otro. Todo ello desde una perspectiva mucho más humana. Una dimensión que —ésa sí— valdría la pena explotar, ¿no lo creen?

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