¿Qué es lo que te hace feliz? ¿Qué es lo que te motiva a levantarte cada mañana y enfrentar los retos del día? ¿Qué es lo que te llena de satisfacción y orgullo al final de la jornada? Seguramente, hay muchas respuestas posibles a estas preguntas, pero hay una que creo que es común a todos los seres humanos: hacer feliz a alguien más.
Sí, así de simple. No se trata de tener mucho dinero, fama, poder o éxito. No se trata de cumplir con todas las expectativas que nos imponen los demás o nosotros mismos. No se trata de ser perfectos o infalibles. Se trata de ser generosos, amables, solidarios y empáticos con las personas que nos rodean. Se trata de dar un poco de nuestra luz a quienes están en la oscuridad, de nuestra alegría a quienes están tristes, de nuestra esperanza a quienes están desesperados.
No hace falta hacer grandes cosas para lograrlo
No hace falta hacer grandes cosas para lograrlo. A veces, un simple gesto, una palabra, una sonrisa o una mirada pueden hacer la diferencia. A veces, solo basta con estar ahí, escuchar, comprender y apoyar. A veces, solo hace falta ser nosotros mismos, sin máscaras ni pretensiones.
¿Y sabes qué es lo mejor de todo? Que al hacer feliz a alguien más, también nos hacemos felices a nosotros mismos. Porque la felicidad es contagiosa, se multiplica y se devuelve. Porque la felicidad no es algo que se tenga o se posea, sino algo que se comparte y se vive. Porque la felicidad no es un destino al que se llega, sino un camino que se recorre.
Por eso, te invito a que cada día te propongas un reto: alegrar el día de por lo menos una persona que se cruce por tu camino. Puede ser un familiar, un amigo, un compañero de trabajo o de estudio, o incluso un desconocido. No importa quién sea ni cómo lo hagas. Lo importante es que lo hagas con el corazón y con sinceridad. Verás cómo tu vida se transforma y se llena de sentido y propósito. Verás cómo el mundo se vuelve un lugar mejor y más bonito.