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Gracias, papá. Indudablemente esa fue la tarde de un domingo maravilloso; desde el lunes te apresuraste a decirme que el fin de semana podríamos ir a festejar mi cumpleaños, disfrutando de una hamburguesa con papas y un refresco de cola del tamaño más grande que hubiera.

¿Qué más podría pedir un niño?, si es que me corresponde ser considerado como tal.

A lo largo de toda la semana, me esmeré en tender tu cama y mi cama y dejarlas impecables, sin una sola arruga; además de dejar la loza después de comer, bien limpia y cristalina y sin ningún aroma, justo como a ti te gusta; por ningún motivo hubiera querido dar razones para que se cancelara esa comida, que por cierto para mí representa una de las grandes dichas de la vida.

Y finalmente llegó el domingo tan esperado; sin que te dieras cuenta, me levanté antes que tú y me apresuré a darme un baño, no quería hacerte perder el menor tiempo ayudándome en esa labor que yo siento que algunas veces te desespera.

Después del baño, decidí usar ese pantalón azul y esa playera blanca que me regalaste en la navidad pasada, a pesar de que yo como siempre, no te pude dar nada a ti.

Seguramente sería un día estupendo…

Cuando despertaste, no pudiste evitar una leve sonrisa al verme ya listo para salir, a pesar de que pasaría aun mucho tiempo hasta la hora de la comida.

Después de que te bañaste, me preparaste unos huevos con jamón y como siempre, al terminar me encargué de lavar los trastos; creo que nunca los había dejado tan limpios.

Al fin llegó la hora de la comida, pero hubo un cambio de planes; decidiste que, antes de ir a comer, pasaríamos a ver las casas de un fraccionamiento nuevo en el que te gustaría que viviéramos.

Y es que la casa en que vivimos se siente tan grande, desde que mamá se fue al cielo.

El cambio de planes me puso muy nervioso; tú sabes que no salgo mucho de casa y cuando salimos tiene que ser por periodos cortos de tiempo, para poder cubrir mis necesidades fisiológicas.

Cuando finalmente llegamos a comer, ya había pasado lo inevitable; había ensuciado mi ropa interior.

No pudiste evitar molestarte y regañarme, pero tu rostro se transformó completamente cuando viste la preocupación en el mío.

El coraje se transformó en dolor y luego en amor.

Tuvimos que regresar de inmediato a casa y cancelar esa comida, ahora tendrías que bañarme.

Cuando terminaste ya no quisiste salir de casa; era ya tarde y te encontrabas, con toda razón, fastidiado.

Pero no me molesté; por el contrario, mientras me bañabas te observaba y como siempre, me sorprendió el cuidado que ponías en no hacerme daño, mi piel es tan sensible.

Aunque no pudimos disfrutar de la hamburguesa con papas y un refresco de cola del tamaño más grande; indudablemente para mí, esa fue la tarde de un domingo maravilloso.

Ese día pude disfrutar la dicha de dar nuevamente gracias a Dios y a ti; ese día pude redescubrir a ese padre que me ama y me cuida con tanto cariño y dedicación como desde hace 52 años, cuando nací con Síndrome de Down.

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