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Existió alguna vez, allá, en el viejo oeste. Un guerrero en forma de felino. Bigotes largos y relamidos, una nariz en forma de triángulo, y unos ojos de exacta figura geométrica. El color de su pelambre era del color del bien y el mal, era blanco con negro. Sus movimientos eran precisos, muchas veces fue visto brincar de tejado en tejado, con su cola en lo alto, únicamente moviéndola cuando se consideraba acechado. Se hacía llamar Gapache, el gato guerrero.

Cuando se sentía solo, buscaba la cima más alta, y ahí permanecía. Observaba el cielo, y mientras eso hacía, lamía lentamente sus pequeñas patas blancas con negro. Se retorcía entre el polvo y ronroneaba.

Gapache era un gato solitario. Hasta que conoció a manchas. Nadie supo de dónde vino. Únicamente llegó al pueblo. Todas las personas le tenían respeto. Menos uno, don sincebruto. Don sincebruto era un personaje regordete, de prominente papada, así como una calva que cuando salía el sol brillaba y reflejaba la luz como si fuera una gran lámpara.

Dicen que cierto día, don sincebruto, quien tenía una carnicería a las orillas del poblado, mientras meneaba sus olorosos chicharrones para la vendimia, Gapache, con pisadas finas, logró robarle un buen trozo de carne y escapó corriendo. Don sincebruto al percatarse de ello, tomó su afilado cuchillo y lo aventó tratando de herirlo, Gapache con suma acrobacia esquivó el arma. Eran ya varias las víctimas, ya que no quería a los animales.

-Espero que no regreses jamás, gato del demonio, ni creas que volverás a robarme. Decía lleno de ira don sincebruto.

Alguna vez escuché decir que Gapache era un gato que su madre lo abandonó en medio de la noche, y nunca más supo de su familia. Aquella noche, en medio del oeste, con el frío cubriendo gran parte del territorio, un personaje misterioso lo llevó hasta su hogar.

Cuando el amanecer hizo acto de presencia, una gran lengua despertaba a Gapache, gran susto le causó el ver a un perro enorme mirándolo. El pequeño gatuno se esponjó y hacía un sonido raro para tratar de espantar a su captor.

El canino nuevamente le daba de lengüetazos, y con su enorme hocico lo llevó a donde estaba la comida. El felino, al ver un traste lleno de leche, se olvidó de la situación y con su diminuta lengua inició a darse el festín de su vida, pues no había comido desde hace ya un buen rato.
Fue cuando Gapache conoció a quien sería su amigo y maestro.

-¿Quién eres tú, preguntó con miedo Gapache?
Con las babas escurriendo de sus bembas, el canino respondió.
-Me llamo “manchas” o al menos así me dice toda la gente de por aquí.

Ambos permanecieron observándose, pero al final manchas cubrieron con su cuerpo al minino. Manchas había encontrado un amigo. Gapache sabía que su nuevo camarada, no le haría daño.

Mientras crecía el felino, manchas lo llevaba en busca de comida a todos los lugares del pueblo para posteriormente descansar en un cobertizo. Ahí, manchas había logrado crear un lugar donde nadie supiera que estaban, Como estaba cerca de una casa, se robaba la comida y compartía con el pequeño Gapache.

Gapache aprendió toda clase de artimañas, utilizaba sus uñas cuando lo querían atrapar y de dos saltos siempre escapaba perdiéndose en los tejados que eran testigos de persecuciones al sonido del viento y sueños que se diluían en las noches de luna en compañía de manchas.

Y llegó aquel día cuando ya crecido y lleno de experiencias, Gapache supo del dolor, de la impotencia y sobre todo del valor de la amistad.

Manchas robaba una gran pieza de carne, pero como ya sus facultades físicas no eran las mismas como cuando estaba joven, don sincebruto se dio cuenta del robo y rápidamente tomó su cuchillo y lo lanzó al cuerpo de aquel rechoncho animal, logrando acertar en una de sus piernas traseras.

Manchas ladraba en señal de sufrimiento y así corrió despavorido. Gapache al enterarse de la situación, siguió a manchas hasta que, debido a la gran cantidad de sangre que perdió, manchas quedó tirado en una zona cerca de donde ellos vivían.

Gapache, al ver a su amigo moribundo, inició a lamer la herida durante un gran rato. Después desapareció.

Según cuentan que la carnicería de don sincebruto fue allanada por Gapache, y durante el robo, tiró una veladora que tenía el carnicero, iniciando así un gran incendio que acabó con la carnicería de don sincebruto.

La gente del pueblo se alegraba, ya que don sincebruto ya no les haría daño a los animalitos que se acercaran a su negocio, pero, por otra parte, lamentaban el suceso.

A la fecha, manchas ya está viejo y cansado, y Gapache lo cuida y lo consiente, tal como lo hizo el canino con él. Gapache aún sigue robándose la comida para llevarla a su gran amigo y maestro. Antes que el cronómetro se detenga en la vida de manchas.

No es difícil que, en alguna de estas noches, te despierte el maullido enamorado de Gapache, el gato guerrero, cuando se posa ante la luna y le ofrece sus mejores sinfonías.

Edgar Landa Hernández.

Día Internacional del Gato (8 de agosto)
Tequisquiapan

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