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¿Puede la belleza curar las heridas más profundas del alma? ¿Puede la contemplación estética aliviar un dolor muy grande? ¿Puede la creación artística ayudar a superar una experiencia dramática? ¿Puede una obra literaria transformar, para bien, la vida de una comunidad?

A responder éstas y otras preguntas se concentra el escritor francés David Foenkinos (París, 1974) en sus dos obras más recientes, es decir, en Hacia la belleza (2019) y La biblioteca de los libros rechazados (2016), en los que se aproxima a la trascendencia que tienen dos manifestaciones artísticas, la pintura y la literatura, en la vida cotidiana.

Dostoievsky escribió que la belleza salvará al mundo, y Foenkinos retoma esa idea en Hacia la belleza para adentrarse en el poder de la pintura, ya sea al crear una obra o disfrutarla a través de la mirada. Llama la atención que lo hace precisamente en un momento en que al parecer la gente vive arrobada por los implementos tecnológicos, principalmente el teléfono móvil, y las redes sociales, que han dejado en el olvido a las expresiones artísticas.

En esa novela Foenkinos retrata, para retomar una de sus frases, a personajes que arden por dentro y sólo pueden ser salvados por la belleza, la cual se erige, a través de una narración ágil y amena, como un bálsamo, como una cura en un mundo contemporáneo marcado por la hipocresía, por los intereses mercantilistas y por la violencia.

Hacia la belleza tiene múltiples vasos comunicantes con La biblioteca de los libros rechazados, novela en la que Foenkinos, con sarcasmo y cierta dosis de humor negro, se adentra en la creación literaria y, a la vez, en la fabricación de obras artificiales, de best sellers al gusto de un público no ávido de calidad, sino de las historias detrás de las novelas, del morbo y del marketing que permite a las editoriales colocar en el mercado miles de ejemplares de libros como si se tratara de una mercancía más  -entiéndase una tablet, unos audífonos o una pantalla de plasma- con el fin de obtener abundantes ganancias.

Al final, queda en el lector la impresión de que la verdadera esencia de una obra artística, en este caso una novela, se convierte en el personaje secundario, en lo menos importante, porque detrás hay un aparato publicitario cuyo objetivo principal es vender y no dar a conocer un trabajo literario de calidad.

Vale leer estos trabajos de Foenkinos, quien saltó a la fama con su novela La delicadeza (2009), porque son un elogio de las obras pictóricas y literarias, es decir, un poner énfasis en dos expresiones artísticas de las que la gente al parecer se aleja cada vez más.

De ello llamó la atención el propio Foenkinos en una entrevista reciente (19 de noviembre) con el diario español El Norte de Castilla, en la que lamenta que es gente mayor la que asiste principalmente a eventos literarios mientras las salas de los museos lucen semivacías casi todo el tiempo. “Habrá que poner droga en los libros”, asegura con sorna.

Quien se adentre en las dos novelas aquí mencionadas tendrá también el gusto de reconocerse en personajes que dentro de su rutina viven episodios extraordinarios, historias que se cruzan y se mezclan hasta invitar al lector a adentrarse en la aventura de la belleza.

Neuromarketing
¿Y yo para cuándo?

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