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A pesar de que se haya dado por sentado que la literatura policiaca tuvo su primera aparición cuando se publicó Los crímenes de la calle Morgue en 1841, del autor Edgar Allan Poe, es importante mencionar que algunos de los elementos principales que dieron nombre a dicho género literario ya habían sido utilizados, incluso siglos antes, en diversas obras de la literatura universal. Naturalmente, estos elementos han ido evolucionando a lo largo de la historia hasta llegar al día de hoy, pues el género policiaco tiende a desarrollarse y requiere constantemente cierta “actualización” narrativa conforme cambien los problemas sociales y políticos del entorno en el cual vivimos. No obstante de que los elementos “policiacos” hayan evolucionado a través de los siglos, han conservado desde el principio su esencia y propósito.

El académico Iván Martín Cerezo, en su ensayo “Breve urbanización del género policiaco”, menciona que:

Los relatos de carácter policiaco comienzan con la ruptura de un cierto estado de tranquilidad y con la ruptura de un orden fijado a través de leyes con la aparición de un crimen (asesinato sería lo más apropiado en la gran mayoría de los casos) en la escena social. La literatura policiaca trata de resolver un caso que va contra las leyes de la sociedad, las leyes de la convivencia, contra la ley. Ese crimen da lugar a un proceso de investigación que alguien debe llevar a cabo para restituir de nuevo el orden y la tranquilidad previas al crimen. Por lo tanto, podemos decir entonces que policiaca es toda obra que tiene como elemento principal de su contenido textual la investigación de un suceso criminal. Y esto nos lleva a que el encargado de materializar esa investigación sea el único personaje del que no puede prescindir este tipo de relatos y que, de hecho, ha caracterizado al género. [1]

Con base en lo anterior y haciendo una recapitulación del relato policiaco desde sus orígenes, el objetivo de este ensayo es delimitar los elementos canónicos de la novela policiaca que inauguró Edgar Allan Poe, con el fin de compararlos con los que Rafael Bernal utilizó en el detective de El complot mongol y evidenciar si hay una reproducción fiel de dichos elementos en ésta.

Los elementos del relato policiaco imprescindibles, que se han mantenido desde sus orígenes hasta la actualidad, son la ruptura del orden, el misterio y la investigación. Esta fórmula se ha podido ver incluso desde los escritos antiguos, como en las escrituras hebreas, en La Eneida, en las viejas leyendas de los beduinos árabes, en el folklore céltico y de los indios de América, en Hamlet, en Las Mil y Una Noches y hasta en la Biblia[2]. Sin ir más lejos en la historia, antes de que se publicara Los crímenes de la calle Morgue, estas mismas características se pueden encontrar en el manuscrito chino del siglo XVIII Tres casos criminales resueltos por el juez Ti, en Caleb Williams, de William Godwin, publicada en 1794, o en las memorias que escribió el policía francés Eugene Vidocq en 1828.[3]

Por otro lado, lo que a mi parecer influyó en mayor medida para que Poe siguiera cierta estructura en sus relatos policiacos fue la novela de vaqueros, ya que, además de existir ciertas similitudes entre ésta y la novela policiaca, el hecho de que la primera se haya desarrollado en territorio norteamericano fue de suma importancia para que se adoptaran cierto tipo de problemáticas y patrones en las apariciones del crimen y las características del detective. Por ejemplo, se pueden comparar y relacionar, casi sin esfuerzo, los intereses y particularidades entre el vaquero del Far west y el detective de la novela policiaca. Mempo Giardinelli describe al vaquero como “el valiente muchacho solitario que anda a caballo por las extensas llanuras”[4], y afirma que “su parentesco con los personajes de la novela negra es obvio: todos los modernos detectives son duros, solitarios y sólo confían en sí mismos”[5]. Además de estas similitudes que existen entre estos dos personajes clave, Giardinelli expone otras cuantas características que son propias de la novela de vaqueros y que posteriormente se encontraron en la novela policiaca:

Elementos subyacentes hoy en la mejor novela negra -como el poder, la corrupción, la crítica social- ya estaban presentes en aquel género, en el que se describía la brutalidad del atropello de los blancos contra los indios, el exterminio de aras de una dudosa civilización. […] Ahí están también las bases filosóficas y morales que aportó la literatura del Oeste a la novela negra: individualismo, nacionalismo, puritanismo religioso, romanticismo, confianza en la Ley y cierto maniqueísmo que se expresa en la peculiar visión que los estadounidenses tienen de la lucha del bien contra el mal. [6]

Imagen: publico.es

Lo que hizo años después el autor estadounidense en cuestión fue tomar como base esta misma fórmula y jugar con los elementos más inmediatos de su época: la urbanización del espacio -resaltando con sus descripciones la importancia del desarrollo de la ciudad-, que hasta cierto punto puede ser el tema esencial de su obra, y los problemas sociales de su entorno. Pero lo que marcó una pauta para el género policiaco moderno y su desarrollo, a partir de Poe, fueron las capacidades analíticas y críticas del detective, que en este caso es del detective Dupin, para resolver los nuevos misterios propios de la urbe: “Es significativo que el relato que inaugura el nuevo género comience haciendo referencia a una serie de cualidades de las que hará gala el protagonista de estas historias, es decir, el detective”[7]. Se podría decir que, acompañado de las características de este personaje, otro de los elementos que marcaron el género policiaco fue la creación de nuevos tipos de personajes principales y secundarios, pues, aunque el detective se encuentre en el centro de todo relato policiaco y sea el único capaz de llevar al lector, a partir de sus acciones e investigaciones, al desenlace y resolución del misterio, surge un personaje muy importante: el amigo de Dupin, narrador de toda la historia.

Las acciones de Dupin son relatadas por uno de sus fieles amigos, hombre de mente poco despejada, o por alguno de esos célebres comparsas en los que se inspirarán otros muchos autores, como por ejemplo Conan Doyle (Sherlock Holmes y Watson), Hornung, cuñado de Doyle (Raffles y Bunny), Agatha Christie (Poirot y el mayor Hastings), etc. [8]

Además de Los crímenes de la calle Morgue, Poe publicó otros dos relatos del género –El misterio de Marie Roget (1842) y La carta robada (1849)-, donde se hacen más evidentes los elementos que hereda de la literatura pasada y que pasan a ser, hasta cierto punto, los cánones de la literatura policiaca moderna occidental.

Edgar Allan Poe creó el relato policial moderno a partir de aquellos tres magníficos elementos que serían clásicos del género: un investigador astuto; un amigo de pocas luces que lo acompaña y ayuda a dar brillo al investigador; una deducción larga, compleja y perfecta, sin fallas, por medio de la cual se “soluciona” el “caso” (en realidad, un problema), y la inteligencia superior del detective frente a la burocracia de los miembros de la corporación policial.[9]

A diferencia de América Latina, la influencia de la novela policiaca norteamericana en Europa fue más inmediata, de tal modo que tomó diferentes direcciones en su desarrollo y tuvo como consecuencia diversas ramas y estilos, como es el caso de la Serie noire de Francia, cuya característica principal es la violencia del crimen y de la que surge a través de las investigaciones, o el Thriller en España, donde lo más evidente es el suspenso y sentimiento de incertidumbre o ansiedad por parte de los personajes que viven en primera persona el problema que desencadenó el misterio de la trama. En América latina, la novela policiaca llegó “en forma de colecciones populares de circulación masiva […]. Llegó en forma de colecciones de bolsillo, en excelentes traducciones y en ediciones baratas que pulularon en los años 40 y 50 y que hoy son buscadas por coleccionistas en las librerías de viejo”[10]. A pesar de que la literatura policiaca al llegar a América latina se le haya considerado como un subgénero que no valía la pena tomar en cuenta académicamente, no cabe duda que fue una gran influencia para los escritores locales, como Marco Denevi, de Argentina; René Vergara y José María Navasal, de Chile; Armando Romero, de Colombia; Luis Rogelio Nogueiras, de Cuba; Rafael Bernal, de México, etc.

Rafael Bernal y El complot Mongol

Rafael Bernal (1915-197) es considerado el padre del género policiaco mexicano. Su novela más importante es El complot mongol (1969), ya que, como fue el caso de las obras policiacas de Poe y su influencia en Estados Unidos y Europa, dicha novela se convirtió en un modelo a seguir para la producción de literatura policiaca en México. Como en cualquier otra obra del género, Bernal utilizó en la suya los elementos característicos que la clasifican como policiaca, pero, debido a que la situación social y económica del México de la época era muy distinta a la de Estados Unidos, tuvieron que tomar diferentes formas para que se pudieran adaptar al contexto nacional.

Como se mencionó anteriormente, las tres principales características del género son la ruptura del orden, el misterio y la investigación. En dicha obra, la primera no se presenta con un asesinato, ni con cualquier otro crimen, sino con el rumor de un supuesto atentado hacia el presidente de Estados Unidos en su visita a México. La segunda es consecuencia de la primera: el misterio se basa en la incerteza de saber si el rumor es cierto o falso y quién podría ser el autor intelectual. La tercera es la que da sentido a toda la obra: todas las acciones que realiza para llevar a cabo la investigación el policía Filiberto García. La primera “falta” a los cánones se comete casi de manera inmediata: no hay un crimen que perseguir, sino un rumor que aclarar.

Justo desde el íncipit de la novela se encuentran ya las descripciones de Filiberto García, mismas que pueden ayudarnos a entender desde este punto cuál es su aspecto físico, su carácter y el estilo de vida que lleva:

A las seis de la tarde se levantó de la cama y se puso los zapatos y la corbata. En el baño se echó agua en la cara y se peinó el cabello corto y negro. No tenía por qué rasurarse; nunca había tenido mucha barba y una rasurada le duraba tres días. Se puso un poco de agua de colonia Yardley, volvió al cuarto y del buró sacó la cuarenta y cinco. Revisó que tuviera el cargador en su sitio y un cartucho en la recámara. La limpió cuidadosamente con una gamuza y se la acomodó en la funda que le colgaba del hombro. Luego tomó su navaja de resorte, comprobó que funcionaba bien y se la guardó en la bolsa del pantalón. Finalmente se puso el saco de gabardina beige y el sombrero de alas anchas. Ya vestido volvió al baño para verse al espejo. [11]

Imagen: IMER

El hecho que de que el personaje se haya despertado a las seis de la tarde tal vez quiera dar a entender que, como policía de una urbe tan grande como lo es la Ciudad de México, su única ocupación es servir a la Ley hasta muy avanzada la madrugada. Parece haber un cierto balance entre la manera en la que viste y el cuidado que le da a sus “herramientas de trabajo”: por un lado hay un personaje de porte impecable que cuida hasta el más mínimo detalle su vestimenta, por otro está el policía que tiene cierta “obsesión” por las armas. El cuidado con el que trata la manera en la que viste es el mismo que le pone al aseo y funcionamiento de sus armas. Más adelante se logra entender por qué éstas para él son parte fundamental de su persona, pues clasifica como su “trabajo” el hecho de asesinar: “Matar no es un trabajo que ocupe mucho tiempo, sobre todo desde que le estamos haciendo a la mucha Ley y al mucho orden y al mucho gobierno”[12].

La fama que ganó el detective Filiberto García en el género policíaco surgió gracias a su manera de actuar ante el peligro y a su falta de ética y moral. García es el policía de los “muertos pinches” que desprecia cualquier cosa que tenga que ver con la Ley posrevolucionaria, y nos deja ver, a partir de sus casi melancólicos recuerdos, la importancia para el nuevo gobierno que existan los hombres que “tengan huevos cada vez que se necesita otro pinche muertito”. García no es un detective ejemplar, sino todo lo contrario: es un acatador de órdenes, fabricador de muertos, al que no le importa violar cuantas veces sean necesarias las leyes para poder resolver el misterio.

Y ahora todo se hace con la ley. De mucho licenciado para acá y licenciado para allá. Y yo ya no cuento. Quítese viejo pendejo. ¿En qué universidad estudió? ¿A qué promoción pertenece? No, para hacer esto se necesita título. Antes se necesitaban huevos y ahora se necesita título. […] Ya lo mandaremos llamar cuando se necesite otro muertito. [13]

La característica principal del detective es violada en la obra de Bernal, sin embargo existen otras que se mantienen intactas o, mejor dicho, casi intactas. Por ejemplo, las descripciones de los espacios urbanos y la importancia que Bernal les da para mantener la investigación activa y dinámica, como lo hace al mencionar lugares que incluso actualmente son populares: la cantina La ópera, el café Cantón, los nombres de las calles del Centro histórico, la distribución y apariencia del Barrio chino, etc.

Otro de estos elementos que son respetados parcialmente es el del amigo cómplice que ayuda en cierta medida con las investigaciones del caso: el licenciado. No obstante, este cómplice nunca toma el papel de narrador de la historia, como pasa con muchos de los relatos policiacos modernos, sino que es sólo un personaje secundario que ayuda en ciertos momentos a acelerar la investigación y que, al final de la obra, se convierte en un amigo íntimo de Filiberto García al acompañarlo cuando descubren que Martita, mujer de la que éste se enamora, es asesinada. El narrador en todo momento es el detective, aunque pase repentinamente de primera a tercera persona para marcar la diferencia entre sus pensamientos y lo que habla o hace en la realidad de la novela. Esto hace que se conserven latentes para el lector las “dos caras” de Filiberto García: la del personaje que reniega de todo lo que lo rodea y la del personaje que sólo acata órdenes y mantiene la postura según su propio protocolo.

En conclusión, El complot mongol es una obra que inaugura, dentro de los cánones previamente establecidos del relato policiaco, nuevas características. El lenguaje, la crítica socio-política y los métodos de investigación aportan al relato cierta originalidad que hace que los lectores mexicanos podamos percibir como propio e identificarnos con este género literario. El detective Filiberto García, como personaje central, es lo que se conoce como el “antihéroe” de la novela policiaca, debido a sus acciones, que, en lugar de buscar el bien común, sólo trata de llegar al fondo del caso, sin importar lo que cueste y cuántos “pinches muertos” pueda dejar en el proceso.

Bibliografía

Bernal, Rafael, El complot mongol, México, Joaquín Mortiz, 2011.

Cerezo, Iván, “Breve urbanización del género policiaco” en Geografías en negro: Escenarios del género criminal, España, Montesinos, 2014.

Giardinelli, Mempo, El género negro: Ensayos sobre literatura policial, México, Molinos de viento, 1996.

Hoveyda, Fereydoun, Historia de la novela policiaca, Madrid, Alianza, 1967.


[1] Iván Cerezo, “Breve urbanización del género policiaco” en Geografías en negro: Escenarios del género criminal, p. 23.

[2] Cfr. Fereydoun Hoveyda, Historia de la novela policiaca, pp. 14-18.

[3] Cfr. Mempo Giardineli, El género negro. Ensayos sobre literatura policial, p. 16.

[4] Mempo Giardineli, El género negro. Ensayos sobre literatura policial, p. 33.

[5] Idem.

[6] Ibid. p. 27

[7] Iván Cerezo, op.cit., p. 27.

[8] Fereydoun Hoveyda, op.cit., p. 27.

[9] Mempo Giardineli, op.cit., p. 55.

[10] Mempo Giardineli, op.cit., p. 227.

[11] Rafael Bernal, El complot mongol, p. 7.

[12] Ibid., p. 9.

[13] Ibid., pp. 11-12.

La hormiga Moma
Empleados felices, instituciones sanas y productivas

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