Cuando uso un perfume, no lo hago para impresionar a nadie, sino para expresar quién soy. Mi perfume tiene toques cítricos y frescos, que me llenan de energía y me hacen sentir la libertad de mi alma. Me encanta respirar el aroma de la naturaleza, de las flores, de los frutos, de la vida. Mi perfume es una extensión de mi personalidad, que es alegre, dinámica y optimista.
Cuando me aplico perfume, no lo hago para que los demás recuerden mi aroma, ni para que por el aroma me consideren un ser enigmático e inolvidable. Para ser recordada, me basta mi paso seguro por la vida y mi congruencia al argumentar. No necesito perfume porque mi presencia impacta en cualquier lugar. Las personas no me recuerdan por mi aroma, me recuerdan por mi sonrisa sincera, mi empatía y sororidad, pero principalmente, quien me tiene de frente un día, siempre recuerda mi arrolladora personalidad.
Es una declaración de guerra y libertad
Cuando me pongo perfume, no lo hago para ocultar nada, sino para resaltar lo que soy. Mi perfume no es una máscara, es una declaración de guerra y libertad. No me conformo con lo que hay, busco lo que quiero. No me dejo llevar por lo que dicen, sigo lo que siento. No me limito por lo que esperan, creo lo que sueño.
Mi perfume es más que un líquido en un frasco, es una forma de vivir. Es un gusto o un capricho que yo me puedo dar. Y no se trata de cualquier perfume, es el que yo elijo, con el que me siento alegre porque me lo puedo regalar, es un beso, es un abrazo, es un «te quiero», que yo misma me puedo dar.
Es una invitación a disfrutar cada momento, a valorar cada detalle, a celebrar cada logro. Es un recordatorio de que soy única, de que soy fuerte, de que soy libre… Es un recordatorio de que todo lo que me propongo lo puedo lograr.
