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Agradecer lo que recibes te dará más. Había un acaudalado hombre que tenía un gran terreno, el cual dividió en tres partes.  Una para vivir él con su familia y las otras dos se las cedió a dos humildes familias. Los dos terrenos que dio a las familias humildes, eran exactamente del mismo tamaño y con las mismas condiciones.

Ambos terrenos tenían una pequeña pero cómoda casa con todos los servicios que sus habitantes pudieran necesitar. Además, ambos terrenos contaban con una gran parcela en dónde podrían trabajar para generar sus propios ingresos vendiendo lo que ahí cultivaran y cosecharan.

Pasados algunos meses el acaudalado hombre fue a visitar a las familias para saber cómo les estaba yendo con sus parcelas.

La primera familia lo recibió muy alegre y agradecidos lo invitaron a pasar y le dieron a probar de un gran plato de verduras y frutas cosechadas en esa parcela que les había dado.  El hombre acaudalado, muy satisfecho con los resultados, les dio algunas ideas para vender sus productos y, para ayudarlos más, les dejó algunos billetes para que compraran una carreta y dos caballos.

Al visitar a la otra familia, estos abrieron la puerta apenas dejando una rendija para poder hablar. 

Con desconfianza, preguntaron al hombre qué era lo que se le ofrecía y éste, amablemente, respondió que sólo pasaba a ver cómo les estaba yendo con la parcela que les había cedido.  Ellos le dijeron que la mantenían limpia y sin plagas y que si la quería de regreso estaba bien, que no tenían nada sembrado. El hombre acaudalado, un tanto sorprendido, les explicó que esa parcela era de ellos para que la trabajaran y vivieran de la venta de sus frutos. Sacó de una bolsa algunas pequeños paquetes con semillas, los cuales les entregó a través de esa pequeña rendija por la que apenas dejaban ver la mitad de sus rostros y les dijo: -aquí les dejo estas semillas para que comiencen a hacer sus primeros cultivos y tengan un medio para generar sus propios ingresos-. Hecho esto y sin decir más, la familia cerró la puerta y el hombre se retiró.

Algunos meses después, nuevamente, el hombre acaudalado visitó a ambas familias.

Como era de suponerse, la primera familia volvió a recibir al hombre acaudalado más agradecidos que antes y le mostraron lo mucho que había prosperado su parcela y la lista de ventas y pedidos que ya tenían de sus productos de cultivo. Esta vez el hombre, además de hacerles algunos pedidos para comprarles, les dejó un poco más de dinero para que ahora compraran una camioneta que les ayudaría en el reparto de sus ventas.

Al visitar a la segunda familia, nuevamente lo recibieron con desconfianza, aunque está vez salieron a mostrarle que ya estaban cultivado algunas cosas y lo primero que le preguntaron fue que cuánto les iba a cobrar por esa producción. El hombre acaudalado, un tanto incómodo por la pregunta, les respondió que no les iba a cobrar nada, que solamente quería saber cómo les estaba yendo y que tenía la esperanza de verlos progresar. Les reiteró que la parcela era de ellos así como el producto que de ella obtuvieran.  Sin más por hablar, el hombre acaudalado se retiró ya sin deseos de mirar atrás.

Esas visitas se siguieron dando de manera periódica.

El hombre siempre llegaba llevando algún obsequio para seguir apoyando a la familia que lo recibía con agradecimiento y bondad.

La segunda familia, jamás volvió a recibir la visita de aquel buen hombre que, sin otro interés más que el deseo de hacer el bien, les había entregado el terreno, la casa, la parcela, incluso las semillas y, principalmente, la oportunidad de agradecer.

Siempre tenemos frente a nosotros la oportunidad de agradecer lo que recibimos, y lo que tenemos.

Cuánto más agradecido estés por lo que tienes, más cosas y razones atraerás para agradecer.

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