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Era una linda mañana de Julio del año 1518 en Estrasburgo; Sacro Imperio Romano Germánico . Todo parecía transcurrir normalmente hasta que de la nada una mujer llamada Frau comenzó a bailar en medio de la plaza. La actitud escandalizó a las personas que por ahí transitaban pues no era un hecho común. Se pensó que tal vez se le habían pasado las copas pero la situación se tornó seria cuando pasaban los minutos y ella no cesaba en su actividad.

Como suele decirse los minutos se hicieron horas y las horas días ¿Cómo era posible que alguien insistiese tanto en su afán de bailar? Aún más grave resultó el hecho de que más gente se le había unido. Durante los dos primeros días ya bailaban sin descanso 15 personas. Pasada una semana los bailarines llegaban la centena.

Lo más grave es que a decir de los participantes ninguno tenía la capacidad de detenerse. Se notaba en sus rostros que no la estaban pasando nada bien. Se trataba de una enfermedad nunca antes vista o por lo menos nunca antes registrada. Los gobernantes enviaron de inmediato a las fuerzas civiles para detener tan extraño evento pero resultó inútil pues los soldados también se habían unido al grupo y ahora bailaban sin descanso.

Pasados algunos días las autoridades comenzaron a preocuparse más pues el grupo ya sobrepasaba los 250 integrantes. Se prohibió el acceso a la plaza principal de Hasta ahora se piensa que pudo tratarse de un caso de histeria colectiva o bien de una intoxicación por alimentos contaminados por el cornezuelo del centeno en Estrasburgo (donde había iniciado el brote) cosa que no resultó porque la enfermedad se había extendido tanto que se bailaba hasta en los callejones más lejanos y escondidos de la ciudad. Cabe destacar que el padecimiento no distinguía sexo, edad ni clase social. Se podía ver grupos de personas de todas las clases sociales bailando descontroladamente.

Asustados, los nobles pensaron que lo mejor era no detenerlos sino todo lo contrario: motivarlos para que se cansaran y volvieran a sus casas cuanto antes. Así que mandaron traer a los pocos músicos que estuvieran disponibles, incluso de los pueblos más lejanos y les ordenaron que tocasen día y noche hasta que la plaga terminara. Así mismo construyeron y adaptaron todo tipo de escenarios, carpas y pistas para que los enfermos movieran el cuerpo a sus anchas.

Lamentablemente fallaron en su estrategia pues se tiene registro de que al cabo de un mes los bailarines ya eran más de 400. El ritmo de la epidemia hizo sus estragos y algunos afectados murieron de ataques cardíacos, derrames cerebrales y agotamiento. Muchos de los enfermos fueron llevados a capillas, iglesias y monasterios para buscar la ayuda divina. El último esfuerzo que se hizo fue por parte de las autoridades eclesiásticas y consistió en llevarlos a la catedral de Praga dedicada a San Vito; santo patrono de los bailarines y los epilépticos.

Poco se sabe del desenlace de esta historia pues años después Paracelso, intrigado por dicho fenómeno, sólo pudo tener contacto con una sobreviviente: la propia Frau Troffea, la primera afectada por la enfermedad. Hasta ahora se piensa que pudo tratarse de un caso de histeria colectiva o bien de una intoxicación por alimentos contaminados por el cornezuelo del centeno en Estrasburgo.

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Mi madre se transformó en mamá oso.
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