PRESENTAMOS LAS PALABRAS DE MAXIMILIANO PEREZ NEUHAUS.
Leer historietas hasta muy tarde en la noche. Pasar de viñeta en viñeta fascinado por los colores, las onomatopeyas, las figuras y los fondos. Llegar al final y querer leer más, volver y arrancar desde el principio deteniéndome en las viñetas que más me interesan. Guardar el libro en la biblioteca, junto a los demás, no sin antes anotar los guionistas, dibujantes, editoriales y si hay otras historietas de la misma colección. Quedarme sentado como preso de una sensación etérea, de un flotar en la noche, una suspensión del tiempo.
Esto me ocurre desde mis nueve años cuando mi maestra de cuarto grado (la señorita Lidia) tuvo una excelente idea para sobrellevar un día de lluvia. En mi pueblo, cuando llovía mucho los chicos no iban a la escuela ya que hay muchos caminos de tierra entre las montañas, pero yo siempre iba. Así que la señorita Lidia nos dijo que eligiéramos un libro de la biblioteca. A partir de esa lectura de una novela de terror bastante mala, comencé a leer por placer de manera voraz. A la semana siguiente, Lidia nos dijo que llevemos libros para compartir lecturas con nuestros compañeritos de clase. Uno llevó una historieta: Patoruzito, de Dante Quinterno. A la semana siguiente ya me encontraba recorriendo los dos puestos de revistas de mi pueblo y la única librería buscando novelas de terror de R.L. Stine e historietas de Patoruzito. Así comencé a coleccionar libros e historietas, por placer, juntando monedas y ahorrando dinero. Pasé por muchas lecturas (cuentos, novelas, poesía, novela gráfica, tiras cómicas, libros de historia, etc.) y decidí estudiar la carrera de Letras. Hoy soy profesor de literatura y escritura creativa, coordino talleres literarios y soy poeta y también escritor. Y, para deleite de ese niño que leía historias de manera desaforada, también escribo guiones de historietas (y algunos han sido publicados gracias al trabajo de grandes dibujantes).
La historieta siempre ha sido un refugio para mí, un retorno a esa lectura descolonizada y liberadora que tenía cuando era niño. Cuando me encontraba tapado de densas lecturas teóricas sobre la literatura en la facultad o ahora que estoy lleno de trabajos por corregir de mis alumnos, la historieta aparece como un espacio alternativo. Leía y leo historietas con el entusiasmo de aquel niño que abría un cómic de superhéroes sin tener idea de qué le había pasado a Superman en el anterior número, ni si podría leer el desenlace de la serie, ya que en el pueblo no había muy buena distribución de revistas. Estar frente a una historia y poder escribirla pensando en que inundará los cuadros de una página de historietas me produce un entusiasmo que no encuentro en la escritura de cuentos, poemas ni ensayos. Hay algo allí profundamente conectado con el juego, con lo exploratorio, con lo liberador. Hace unos años intenté escribir un ensayo sobre esto y le puse el pretencioso título de “En el espacio entre las viñetas está la salvación”. Una frase totalmente exagerada y casi sensacionalista, que me da incluso un poco de vergüenza. Pero que intentaba resumir pobremente algo real: en la cesura entre las viñetas hay un espacio donde descanso del afuera.
Descanso de la crítica literaria y de mi propia lectura tomada por la teoría académica, descanso del análisis obsesivo de los textos escolares y de mis propios textos literarios. Me dejo mecer por dibujos, colores, globos de diálogo, historias dibujadas. Fantaseo con escribir nuevos guiones y verlos transformarse en historietas. Leo críticamente, sorprendiéndome de cómo la historieta puede dar por tierra con teorías literarias y semióticas con total facilidad, me asombro de la habilidad para contar una historia rupturista y a veces deconstructora de muchos sentidos naturalizados en unas pocas páginas, apelando frecuentemente a un público masivo, logrando complejidad y agilidad en la lectura. Quisiera que se entienda muy bien esto: la historieta no es exclusiva para las infancias y no es literatura para niñeces o adolescentes. La historieta tiene un lenguaje propio, con su complejidad y variantes, apela a públicos diversos y se diferencia del cine, la literatura, la pintura, aunque comparte algunas cualidades con estos. Pero es otra cosa. Tal vez por eso, por sus puntos de contacto con otras artes que también me apasionan, pero por sus grandes diferencias y sus herramientas autónomas de comunicación me siento tan cómodo leyéndolas y escribiendo guiones. Hay, para mí, un placer muy íntimo en leer una historieta escuchando un disco, o anotar ideas para un guión una mañana tomando mate. Ese placer me retrotrae a mi yo de nueve años hojeando páginas en blanco y negro con la señorita Lidia explicándonos la importancia de la lectura. Me recuerda mis pies cansados de caminar la avenida del pueblo en busca de nuevas historietas. Pero el movimiento que genera una secuencia de viñetas dispuestas en una página no se detiene allí, porque también me moviliza como escritor. Cuando leo historietas se dispara un deseo profundo generar eso en mis propios textos. El rapto que producen las viñetas, los dibujos, los colores, los globos de texto y la trama que se teje dentro de ese conjunto me carga de deseo y potencia. Y quiero eso para mis textos, quiero escribir con el entusiasmo con el que leí historietas toda mi vida, y querría que mis textos generaran un poco de aquel efecto etéreo que significaron las historietas para mi yo niño. Mi manera de escribir y mi manera de leer se las debo a las historietas. Entonces, de alguna manera, soy las páginas de historieta que fui leyendo, los dedos sucios de revolver pilas de revistas, los pies doloridos tanto caminar buscando nuevos cómics. La historieta, a lo mejor, sea también una práctica y una experiencia que van más allá de la lectura. La historieta como formadora de caminos alternativos y de resguardo, para la lectura, la escritura, y también para la vida en general.
Escritor Argentino, Autor de EL TIEMPO PERPETUO