(1938-2023)
“La esperanza de una vida eterna
Brinda consuelo y fortaleza
Guiándonos hacia un sendero
Lleno de posibilidades
infinitas y un amor
Que trascienda
los confines del tiempo”
“En memoria de María de los Ángeles Muñoz García”
(1938-2023)
Cuatro cirios en cada esquina sirven de centinelas. En medio, yace el féretro sobre verticales bases. Los arreglos florales despiden aroma a sufrimiento. El suplicio de los deudos por el descanso eterno del alma que nos deja es parte del ritual mortuorio.
El tormento se acrecenta conforme trascurre el tiempo. Imágenes del difunto recrean toda una vida. El abrazo gélido persiste, la parca es una compañera del que no se puede uno fiar. Se sienta, camina, se contonea airosa en el calvario, dejando un ramalazo de dolor y llanto.
Llega la contrición, el sentimiento de culpa es una punzada que ningún analgésico calma y una vez más el “hubiera” se convierte en el vocablo popular.
El perdón se posa como mariposa por breves segundos, minutos después vuela y desaparece.
El agradecimiento es una plegaria entonada por acordes de guitarra y mandolinas, conmueve, el sosiego se estaciona con placidez y se comprende el suceso. Los abrazos son la calma en medio del disturbio, la palmada en la espalda, la sonrisa sumisa que apenas perceptible da la caricia que tanto se necesita en esos momentos.
La desazón por la pérdida del ser querido es vista como una oportunidad de realizar acciones que conlleven al bienestar familiar, Es hora de asumir responsabilidades y desterrar el ego. Abrir nuestras conciencias y encaminarlas a un proceso de crecimiento.
El cuerpo inerte yace dentro del féretro, el personaje terrenal con nombre y apellido llega a su final. Se cierra una historia, pero comienza otra en donde la cordura y sensatez harán que una nueva familia emerja de este difícil capítulo.
Edgar Landa Hernández.