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En la mañana

Abro Instagram y lo primero que veo es una publicación de Elvira Sastre donde figura con sus perros Viento y Berta. La fotografía me desencadena varias emociones, es un espejo perfecto: la vida y el arte en pleno beso. La imagen es poética en sí; de hecho, la poesía está en todos lados, expuesta para quien sepa apreciarla, y el poeta solo recolecta las palabras adecuadas. Claro, decirlo es fácil, pero hacerlo no lo es. El poeta, ante todo, es un cazador de luciérnagas como lo es Elvira, quien escribió su primer poema a los doce años de edad y a los quince ganó el concurso Emiliano Barral, organizado por el instituto Andrés Laguna, con el relato Saudade.

Sigo atento a Instagram y me percato que Viento y Berta tienen su propia cuenta en dicha red social. Lo primero que leo: «Puedes llamarnos #vierta. #adoptanocompres.» La regla casi nunca falla, los artistas son buenas personas, su esencia no se estanca en el arte, va más allá, intentando lanzar caricias hacia el mundo, acaso gritos, llantos, pero siempre en movimiento porque no se puede ser insensible. El arte, si no sacude, no sirve.

Recorro las imágenes y veo a Viento y Berta en diferentes lugares, en distintas posturas; incluso, junto a otros perros. En varias fotografías asoman unas piernas o unos brazos: recordemos que en esta cuenta ningún ser humano es el protagonista. Más adelante, o mejor dicho, más abajo, se aprecian fotos donde Elvira aparece de cuerpo completo: pasea a sus mascotas en la playa y la imagino en plena retroalimentación después de giras, firmas de libro, entrevistas y recitales. Y también la imagino, en ese momento de placidez, de quietud, recolectando “luciérnagas” que  se plasmarán en sus nuevas letras.

En la tarde

Escribo este artículo en un café de la calle Miguel Hidalgo, cuya panorámica me recuerda a la arquitectura de Madrid, ciudad a la que se mudó Elvira para cursar el grado universitario de Estudios Ingleses. A partir de aquel entonces su vida dio un giro fabuloso. Mientras seguía escribiendo, participaba en eventos poéticos donde se codeaba con cantautores consagrados como Adriana Moragues, Manu Míguez, Diego Ojeda; así como con poetas importantes como Carlos Salem y Escandar Algeet. Más adelante, después de mucho esfuerzo, compartió escenario con artistas como Andrés Suárez, Luis García Montero, Raquel Lanseros, Marwan o Benjamín Prado.

En diciembre del año 2013, la editorial Lapsus Calami publicó Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo, libro que lleva el prólogo de Benjamín Prado, uno de los poetas predilectos de Elvira. (A mí también me gusta la poesía del maestro Prado). En mayo del año 2014, Valparaíso Ediciones le propone publicar su segundo poemario, Baluarte, libro que causó furor más allá de las fronteras de España, como en Argentina, Colombia, México y otros países de América Latina.

Hace algunos años busqué Baluarte en mi librería favorita. Fui preciso, le dije a la chica que atendía que era un libro de Elvira Sastre. «Permítame, ya lo busco.» Cuando regresó traía un ejemplar que no correspondía con la portada que yo tenía en mente. Al fijar mi atención, me percaté que era una novela de Elvira Lindo. «No, señorita, es Sastre, Elvira Sastre.» «Ah. A ver, déjeme checar en el sistema.» Después de ciertos minutos en los que la chica miraba el monitor como un inspector de salubridad, me dijo: «Está agotado. Ya recordé el libro, se ha vendido muchísimo. Tal vez en unas dos semanas nos lleguen más.» Desilusionado, pero con la firme convicción de llevarme un libro a casa, eché ojo a la sección de poesía. De Elvira no había ningún otro, así que busqué con toda calma. Luego de casi media hora encontré una linda edición de Rimas y leyendas. Sé que Elvira no se molestará al saber que este libro fue el sustituto de Baluarte, pues tiempo después de aquel buceo en la librería me enteré que Bécquer, junto a Benjamín Prado, es su autor predilecto.

Me parece que Elvira Sastre es la poeta hispana del momento, aunque tengo la corazonada de que a ella no le agrada que se diga esto, pues se presta a una vanidad que no le encuentro por ningún lado. Me da la impresión que uno de sus más firmes ideales es mantener la humildad. Ya lo dijo Ernest Hemingway: «El secreto de la sabiduría, del poder y del conocimiento es la humildad.» Y dicha virtud la ha mantenido muy cerca de su gente.

En la noche

Imagino un auditorio abarrotado y vibrante en el que no estoy. Elvira se presenta esta noche. La expectativa crece hasta que revientan los aplausos en cuanto aparece ella. Sonríe y saluda mientras yo intento estar ahí a través de la distancia. Ignoro si lo logro, pero empiezo a escuchar su recital. Estoy con ella aunque no lo sabe, pues el artista se multiplica con su obra y se queda en la vida de quienes toca.

Elvira Sastre Sanz, quien nació en Segovia, España, en 1992, publicó en 2015 Ya nadie baila (Valparaíso Ediciones), una antología donde se reúnen poemas de sus dos anteriores libros y uno que otro inédito. En 2016, apareció La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida, libro que la lleva a formar parte de la prestigiosa editorial Visor. En 2018, salió a la luz Aquella orilla nuestra, una obra ilustrada por Emiliano Batista (EMBA), editada por Alfaguara. Y en 2019 se alzó con el Premio Biblioteca Breve por su novela Días sin ti, publicada por Seix Barral. También ha traducido varias obras al castellano.

El recital ha terminado. Las filas para la firma del libro son enormes. Me formo y espero mi turno. Observo el rostro de quienes están delante de mí y también el de Elvira, hay un halo en todos que solo el arte es capaz de provocar. Es una metamorfosis semejante a la muerte y a la resurrección.

Llega mi turno y me firma el libro. Le agradezco y me retiro con la sensación de haber saludado a un amigo. Y mientras hago un alto para leer la dedicatoria, pienso si conoceré a Elvira en persona. Espero que algún día suceda, por lo pronto ya tengo un libro firmado por ella.

Ya casi termina el día y me propongo culminar este artículo antes de que me venza el sueño. Leo, corrijo, vuelvo a leer (en voz alta) y de todos modos se asoma la bestezuela de siempre sentenciando que se puede entregar un mejor trabajo. Me relajo en mi sillón de lectura y durante unos minutos me olvido del mundo. Desde mi cama me mira Homero, el perro que adopté al encontrarlo herido y sarnoso. He aprendido que hay vínculos inquebrantables que se forman entre animal y hombre que nos transforman, que llenan un vacío específico y nos marcan un señalamiento de “no retorno”. Mientras Homero mueve su cola sin dejarme de mirar, vuelven a mi memoria Viento y Berta, y me pregunto qué tanto han sembrado en la vida de Elvira como para que en un futuro su literatura lleve la esencia, no solo de ambos, sino de todos los animales que merecen nuestro amor y respeto. Ellos solo quieren jugar, ser apapachados y, sobre todo, amar. Todos los animales son maestros de los que tenemos que aprender demasiado.

El día se ha hecho viejo. Apago las luces y trato de dormir pero no puedo: mi mente no me deja. La duda me persigue aunque, según yo, el artículo ya quedó listo. Y mientras rememoro los puntos que decidí escribir, el hashtag que se aprecia en la cuenta de Viento y Berta me sigue conmoviendo: #adoptanocompres.

Con afecto para Elvira, Viento y Berta. Y claro, por la poesía y sus amantes.

Cuernavaca, México. Julio 2019.

Jonathan Muñoz Ovalle (J. Moz)

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