Ella se acurrucó en sus brazos. Su respiración era intermitente. Él, pasó su brazo sobre el cuerpo de la chica. Miró por un momento el reloj, y apretó los labios. El tiempo era su enemigo. Era increíble que tres horas se pasaran de forma instantánea. Por unos momentos se quedó ido observando la silueta femenina, a pesar de su edad, aún mantenía su figura intacta.
Eran ya 6 años que tenían encuentros furtivos. Ella, siempre con la esperanza que algún día, la convirtiera en su esposa.
Aunque a veces, el tipo la golpeaba cuando se enojaba. Dejó gran parte de su vida entre cuatro paredes y promesas falsas.
Él se acercó y besó la frente de su amada. Ella, tímidamente abrió sus ojos y sonrió. – ¿Quién eres tú, a quien amo tanto? Murmuró él con aire de asombro.-Levántate, es hora de irnos. – ¿Pero, hasta cuándo tendremos que escondernos? Tú me prometiste que las cosas serían diferentes, ¡yo quiero tener un hijo tuyo! Comentó ella airadamente.
Él, calló. Solo le daría falsas esperanzas y nada de lo que le dijera cambiaría la situación, pero tampoco se atrevía a tomar una determinación. No se explicaba el por qué ella tan linda se hubiera fijado en un tipo como él.
Ella se vistió. Lo miró a los ojos, agachó su cabeza y unas lágrimas circularon por sus mejillas. Le agradeció y le obsequió el último beso. Se había cansado de recibir migajas. Aquel caballero trataba inútilmente darle una esperanza, ella ya no creía en vanas palabras. Entonces la cacheteo, gritándole improperios. La chica salió de la habitación, no quería más mentiras, tenía dignidad. Él, dejó que se fuera, quizá era una excelente excusa para no verla más.
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Entonces, bajó por las escaleras. Intentó subir a su auto, al tiempo que se escuchaban dos detonaciones de arma de fuego. Era ella, acabó con la vida del hombre que amó, pero que también, la hizo sentir miserable al solo otorgarle tres horas, cada quince días, durante 6 años.
