Tengo el vicio de la observación. En mi memoria no hay algún dato de cuándo se me hizo una adicción, ver a las personas y los paisajes que voy descubriendo a cada paso. Desde pequeño sentado en una banca del parque de mi pueblo, tenía ese pasatiempo que disfrutaba los domingos.
Observar los rostros y cuerpos de los que paseaban o deambulaban por los pasillos, me servía para imaginarme el mundo inmenso y diverso en el que existía. Un mundo tan dinámico como el mismo hombre.
No pude vencer ese vicio y ahora soy un observador crónico, que en silencio, pero sin descanso, recolecta escenas de la vida cotidiana y las va guardando para después desgranarlas en historias de vivencias personales o de personajes cercanos o extraños.
Me mueve la curiosidad, la fascinación por estar presente en un universo con una gran variedad en la naturaleza y en las sociedades humanas.
La tecnología y la globalización han expandido nuestros horizontes y estamos ante nuevos aprendizajes y experiencias que no imaginábamos vivir.
Las palabras clave para navegar en estos nuevos mares, con un cielo despejado, son la tolerancia y la empatía.
Ya acomodándome en los tiempos de las rutinas, salgo algunos días a comprar al mercado, uno de los más tradicionales lugares para socializar, saciar los sentidos de colores, texturas y mezclas de olores y sabores, que despiden los apilados locales de víveres y comida con el sazón casero, que provocan la llegada continua de lugareños y visitantes.
Después del breve recorrido me sitúo frente a la pequeña fonda donde cocinan el mejor arroz, compró una orden y atravieso la calle para entrar a una de las buenas panaderías del pueblo.
En la charola colocó algunos bisquetes, también orejas que son deliciosas y unos clásicos pambazos.
Con mi bolsa ecológica en la mano, salgo de la panadería y antes del regreso paso por las tortillas, que no son iguales a las que venden en las tienditas del barrio.
En las imágenes que percibo, voy observando las caras de estos mexicanos que salen a enfrentar sus batallas diarias con la mejor actitud, con su natural afán de servicio a los demás, con la implícita intención de unirse a un gran esfuerzo colectivo, convencidos de que es mejor sumar que restar o dividir, en una estoica comunidad ansiosa por crecer y prosperar.
Hoy vemos ausentes la paz y la armonía social, alejadas por el discurso ofensivo, la violencia verbal, la retórica sin argumentos, el mensaje que descalifica sin razón, sin justificación, solo con el ánimo de provocar linchamientos mediáticos, omitiendo las consecuencias legales, porque los transgresores se ocultan en la clandestinidad y en la misma impunidad que impera en la aldea.
Las redes sociales y demás medios digitales, nos han brindado inmediatez en la información, pero en los saldos negativos encontramos aislamiento, desinformación y violencia en la comunicación, que están polarizando a la sociedad, tarea realizada deliberadamente por grupos de perversos, frustrados, resentidos y enfermos de codicia, que juegan al todo o nada, que prefieren ver la parcela destruida antes de perder el poder y beneficios que ya se habían adjudicado a perpetuidad.
Es bueno caminar en esta temporada con los ojos bien abiertos y con esa actitud positiva de la mayoría de la gente, ajena a disputas ideológicas y luchas que son corrosivas para el tejido social. Hasta la próxima.
Miembro de la Red Veracruzana de Comunicadores Independientes, A.C.