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Esta es una historia real, de una vida humana que se vio confundida en el tiempo y en el espacio mientras la inconsciencia la llevaba por el mundo infrahumano de las drogas. Este escrito está basado no sólo en un hecho real, sino en una entrevista que conmueve hasta las fibras más íntimas del ser al chocar con la crudeza del nivel al que una persona atrapada en la drogadicción puede llegar.

Pero es una historia que llama más a la esperanza y al anhelo de superación que a la vergüenza y el autocastigo, es una plática que Lulú, nuestra entrevistada, quiere que leas si tú o alguien cercano a ti está clavado en la trampa de la drogadicción. Quizás aplicaría el tema al alcoholismo, pero la drogadicción es una caverna que lleva al infierno más profundo a quien la vive, y peor aún es que vive ese infierno por voluntad propia sin el más mínimo deseo de salir de él, a pesar del dolor y la desesperación.

Cuando escuchamos la frase de que la drogadicción no reconoce sexo, edad, color o condición social la sentimos como un cliché que se utiliza para dar difusión a organizaciones sociales que tienen la misión de rescatar a quienes están atrapados en adicciones. Nada más real, las adicciones no discriminan a nadie, seas rico, seas pobre, preparado o ignorante, con una familia amorosa o problemática, nada de eso importa cuando inicias el camino de la drogadicción.

La historia de Lulú se antoja como salida de una novela de Kafka o quizá de un cuento de Poe, nace en una familia decente de clase alta, con padres y hermanos amorosos y educados, crece en un ambiente sano con una vida social activa y un grupo de amigos y amigas que desde la primaria se reúnen para platicar, hacer reuniones en sus casas, piyamadas con las amigas, muchachos y muchachas de su mismo nivel social en una ciudad de nuestra frontera norte en la que el círculo social es reducido y todo mundo se conoce. Lulú es una bien amada, la aman sus padres y sus hermanos, es la bebé de la familia, la aman sus amistades, es petite, de las chaparritas del grupo, delgadita, rubia, bonita, de ojos pispiretos y alegre y juguetona como ella sola. Cero malicia, cero maldad, cero dramas existenciales ni conflictos de ninguna índole.

Apenas tenía 15 años cuando comenzó a fumar marihuana, no parecía haber problema con ello, prácticamente en ese tiempo casi era una moda probarla, algunas de sus amistades lo habían hecho, la diferencia es que quienes la probaron por curiosidad no la siguieron consumiendo, en cambio Lulú sí se enganchó en la trampa de esa “droga inofensiva” y la siguió consumiendo al grado de que se fue aislando tanto de su familia como de sus amigos.

Sus amistades no notaron de inmediato el cambio, como Lulú era muy bromista y juguetona no consideraban anormal algunas actitudes, hasta después, cuando ella simplemente se fue alejando del grupo de siempre. Platica Lulú que su “desaparición” no fue de la ciudad, sino de su entorno social y familiar, nos dice que la drogadicción es al igual que el alcoholismo, una enfermedad progresiva y puede llegar a ser mortal.

No conforme con los efectos de la marihuana buscó otras drogas: heroína, cocaína, piedras, tachas, hongos y de ahí en adelante comenzó su descenso a un mundo oscuro y sórdido que sólo quienes hoy en día lo viven lo podrían comprender.

La historia cambió a un escenario macabro en el que para Lulú no había nada ni nadie más importante en la vida que drogarse, vivió en las calles, pasaba días enteros sin comer ni dormir, pidiendo dinero aquí y allá lograba lo suficiente para seguir consumiendo, su único dios era la droga.

Ocasionalmente aparecía en casa de su familia, quienes con profundo dolor la veían consumirse sin poder hacer nada para salvarla de sí misma, de su autodestrucción. Ocasionalmente, también llegó a aceptar de sus padres el ser internada en clínicas de rehabilitación, pero como lo hiciera por darles por su lado y no por convicción propia, al salir de las mencionadas instituciones volvía a consumir.

Lulú recorrió caminos insospechados y pagó precios muy altos por su adicción, vivió un infierno espeluznante y aún así su inconsciencia y su adicción no le permitían aceptar tan terrible realidad a pesar del daño y el dolor que sufría en carne propia, dos veces estuvo a punto de fallecer por sobredosis. Aquella jovencita había perdido la sonrisa en sus labios, era un remedo de persona, con piel cetrina, ojos hundidos y sin brillo, flaca, desnutrida y desaliñada, con un sólo afán: drogarse, nada más existía para ella que su obsesión por las drogas.

Hasta que un día llegó una luz de esperanza para su vida, sus amistades se habían reunido para hacer una intervención y convencerla del amor del que era merecedora y que cualquiera que hubiese sido su vida hasta ese momento no era motivo de juicio o de rechazo, sino de comprensión y consideración. Y fue así como Lulú comenzó a abrir los ojos y en esa ocasión entró a una clínica de rehabilitación por voluntad propia. 7 meses estuvo ahí, y aún con los buenos deseos y apoyo de su familia y de sus amistades, a pesar de su propio deseo de retomar una vida sana, Lulú recayó.

Se dice que no importa cuántas veces caiga un hombre, sino que tan rápido se levante y esto aplica a la vida de nuestra amiga. En una plática con un amigo que es dueño de una clínica de rehabilitación, éste le habla directamente con la seriedad y firmeza que se requirió en ese momento y le ofrece los servicios de apoyo con la condición de que Lulú asuma la responsabilidad de su propia vida y el compromiso de sobrevivir y no recaer más. Esta vez su tratamiento de recuperación llevó 18 meses.

18 meses que en principio fueron también un infierno, el cuerpo de Lulú estaba tan envenenado que convulsionaba  por la abstinencia obligada, pero esta vez, el sufrimiento que vivía llevaba hacia la vida y no la muerte, apoyada por profesionales del campo, por terapias adecuadas, estimulada con las muestras de amor de las visitas de amigas y familia, los meses que pintaban para ser eternos, pasaron pronto y Lulú salió libre de sus demonios internos.

Nuestra entrevistada vuelve al hogar de sus padres para darles la alegría más grande de sus vidas, vuelve recuperada, sana, repuesta, con color en las mejillas y brillo en sus ojos y sobre todo con la determinación firme de no recaer y vivir plenamente cada uno de los días del resto de su vida.

Lulú hoy en día es una mujer feliz, bella, alegre, trabaja en una notaría y siente una gran satisfacción al ser productiva y ganar su propio dinero, es responsable de sí misma, vive al lado de su mamá, a quien cuida y adora, hace 5 años falleció su papá, pero tuvo la alegría y satisfacción de ver a su hija literalmente resurgida, resucitada de esa muerte en vida que llevaba. Retomó igual sus relaciones sociales, tras casi 30 años de alejamiento y fue recibida con amor y con felicidad.

Pero toda esta historia de resurrección es una labor en proceso, aunque hace 8 años salió del infierno de las drogas, Lulú no olvida el martirio que vivió y no lo quiere olvidar para no recaer en ello, es por eso que mantiene la disciplina de acudir a sus reuniones de AA y más que nada no soltarse de la mano de Dios, su gran fe en Dios la sostiene y la llena de gratitud por haber dejado atrás todo ese vía crucis que, como señala, “cuando uno es joven, toma uno todo a la ligera, decimos “no pasa nada”, pero sí, sí pasa, por eso es importante que no se les haga fácil “probar”, es mejor que se ahorren el sufrimiento que yo viví por cerca de 35 años, no tienen idea del daño tan terrible que se pueden hacer a sí mismos  y a la gente que los ama, que no se les haga fácil, el mundo de la adicción es peligroso, terrible, oscuro, yo estoy viva porque Dios hizo ese milagro en mí, por eso me aferro a Él y no dejo de agradecer día a día que hoy tengo un trabajo, tengo un techo sobre mi cabeza, comida en mi mesa, una cama donde dormir con sábanas limpias, suaves y puedo bañarme y estar limpia yo misma por fuera, pero principalmente por dentro”.

La historia de Lulú es una historia de esperanza, si uno solo, sólo uno de los lectores de esta entrevista decide decir NO A LAS DROGAS, ese uno valdrá todas y cada una de las lágrimas derramadas al contar esta historia y remover un pasado doloroso pero que no se debe olvidar para no volver a él.

Para ti, Mérida de mí
La amargura: raíz que no se ve ¡pero da fruto!

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