¿Qué significa hoy la amistad? ¿El ser un amigo de verdad? ¿Cuán radical ha cambiado la connotación de ese vocablo? ¿Cuánto vale nuestra amistad para alguien? ¿Cómo pesa en nosotros tener un buen amigo a la mano? O, más difícil aún, ¿serlo para alguien?
El Eclesiástico, que es el libro más extenso de los escritos sapienciales, reza: «El amigo fiel es una defensa poderosa; quien le encuentra, ha hallado un tesoro». Un tesoro, sí. Algo muy valioso en sí mismo.
¿Será acaso que en base a tal suposición se ha confundido la amistad al grado de creer que cualquier sujeto puede ser llamado amigo, socavando la calidad de la amistad sin darle el valor que conlleva ser un verdadero tesoro?
Quizá ya no nos preguntemos cuando despertamos o cuando nos vamos a la cama a la espera de culminar nuestro día, cuánto nos valora aquel que nos llama amigo. O dejemos de preguntarnos qué estaríamos dispuestos a hacer o dar por esa persona que puede llegar a ser un verdadero tesoro para nosotros. Para ser una defensa, como dice el libro.
La connotación del escurridizo concepto se ha tomado por muchos sinónimos: aquel que se estima; por el que se siente cierto cariño; el que acompaña. Sin embargo, en el fondo algo nos dice que la denotación es más profunda; menos clara; más difusa y por definición, difícil de comprender. Pero algo debe quedar claro, la amistad es progresiva; avanza hacia nuevos retos. Hacia cada vez más lejanos horizontes.
Es constructiva y, por añadidura se debe estar preparado para hacer sacrificios como sólida defensa, probablemente los más grandes que puedan ser demandados pues la amistad es, al parecer de este humilde colaborador, el más sublime de todos los valores. Y como tal es susceptible de cuestionarse, de probarse y volver a comprobarse ya que nunca es estático, sino cambiante, mutable: lo que fue amistad ayer no tiene que serlo el día de mañana porque las vicisitudes de la vida son la prueba máxima, con todas sus impredecibles circunstancias, indefectibles obstáculos y giros inesperados.
No obstante, es sabido que en la escala jerárquica de las relaciones humanas, el «amigo» ha de ocupar el puesto más alto.
Visto de otra perspectiva: se trata del título más difícil de conquistarse. ¿Por qué insistimos entonces en otorgarle a la gente común y corriente, sin conocerla, sin saber siquiera nada de ellos siquiera, el magnífico título de la amistad? ¿A qué apostamos cuando actuamos así? ¿A la socialización en contraposición a la soledad? ¿En verdad añoramos tanto tener amigos como si fuera dinero en la bolsa (mientras más, mejor) y socavar la calidad que ello implica para nosotros? Sí, ese mismo compromiso que ya no es compromiso con nadie porque, se antoja tan fácil decir «amigo» hoy en día, que se le ha tomado en calidad de kleenexs, es decir: úselo y tírelo.
¿En verdad se ha vuelto tan desechable la amistad en nuestros días?
Quizá en la medida en que continuemos confundiendo y degradando su denotación, la respuesta continuará siendo irremediablemente afirmativa. Sí, quizá. Mas no es que intente definir aquí lo que es o lo que debería ser la amistad, pero sí me gustaría dejar asentado el hecho de que habremos de cuestionárnoslo una vez más con el único fin de tratar de hacer que ese «tesoro» que hemos de encontrar, sea tan valioso como único. Y, por lo tanto, ser verdaderamente dignos de llamar –y ser llamados– amigos. ¿No lo creen?
[…] se menciona que es grupo de chat y amistad. La interacción dentro del grupo hace que se lleguen a crear lazos de amistad, y en ocasiones, relaciones […]