Platicar con él es como dialogar cara a cara con la muerte. Su tez pálida, los ojos hundidos, su mirada saltando de un lado a otro, el brillo psicópata de sus ojeras. Adicto, con el temblor, la vibración característica y ese desgarbo de los suicidas serpenteando por las calles de la ciudad. Es el vacío andante.
No para todos es agradable su compañía, no todos son capaces de soportar la presencia de la muerte en la sala de su casa: 8 am, tocan la puerta con insistencia, abres, ahí está él, facha de dandi, la mirada del demente iluminado, balbuceando: cigarro, café, un poco de algo para sintonizar, un toque, un jale, algo, dice. Y ya está sentado en una silla, en una sala donde ya de por sí hay gente, rezagos de una reunión nocturna y se pone a parlotear de jazz y de no sé quién baterista de no sé qué combo y las bocinas escupen el beat ad hoc, pero los demás no ven bien, no les agrada su visita.
Y es que no todos soportan la mirada de la muerte, ahí, acá, tan cerca, tan tuya, tan nuestra. No todos soportan (y esto es lo que menos soportan) ver su reflejo en esa mirada, ver su propia mirada en la mirada de alguien que se está muriendo, ser tú mismo la muerte, el muerto, el que sigue.
«Tiene una enfermedad degenerativa», dicen. «No se cuida como debería», dicen. Opinar, emitir juicios, lo que mejor se le da al hipócrita. Analicemos: ¿degenerativa? ¿qué es eso? Degenerativo. Degeneración. Degenere. Degenerado. Juguemos con las palabras por un rato. Degenere, degradación: degenere degradado. De generación en generación la generación se degenera, Gustavo Sainz Dixit. Regresemos a lo que nos atañe: degenerativo: de alguna manera todos somos degenerativos, todos somos seres en decadencia perenne. ¿Cuidarse como debería? ¿Cómo es eso? ¿Cuidarse de qué? ¿De lo inevitable, acaso? Somos entes andantes proyectando nuestros miedos, deseos, frustraciones, en otras personas, en los otros, en otro hombre o en otra mujer, la otredad. No soportamos la latente idea de que vamos a morir. Pum: la no existencia. No sabemos qué viene después, no sabemos absolutamente nada. Entramos entonces a la no certeza, a lo desconocido. Pum: te das cuenta que estás colgado desde milenios atrás y por la eternidad de una soga cósmica que rodea y aprieta cada vez más tu cuello. Pum.
Por eso muchos evitan a Lázaro. Ya no lo invitan a las fiestas. Pero él de todos modos llega a recordarnos que aún sigue vivo, muriendo.
En lo personal yo creo que a muchos de nosotros su compañía y su charla nos resultan como la de cualquier amigo o amiga que se está muriendo (¿acaso no nos estamos muriendo todos constantemente, día a día, en este instante?), incluso a algunos, esa pulsión oscura de la muerte que hay dentro nuestro late más en su presencia. Oh, retorcida figura: el latido perenne de la muerte. Para algunos charlar con la muerte es como entablar un diálogo con uno mismo, como verse en un espejo. Un diálogo constante entre espejos: yo, tú, tú, yo. Yo, tú, tú, yo, yo, tú, tú, yo, ad infinitum. Algunos cristales se empañan, otros se rayan, se cuartean y otros se rompen. Pero todos reflejan su propio atisbo del cosmos, un esbozo siquiera del infinito, la Nada, el hermoso caos constante, la desquiciada y bella sinfonía de la vida y de la muerte danzando como volutas en el espacio. El vacío per se.
Ergo: que mis cristales rotos proyecten mi vida desde mi muerte. O viceversa. Quizá ambas cosas. O nada.
(Algunas figuras literarias son realmente patéticas e innecesarias, siempre lo he dicho).
En mi caso he conocido muy pocas personas que no le teman a morir. Aunque realmente pienso que muchos no le temen a la muerte en si, sino que le temen a lo desconocido, no saber que pasa después.
Encontrarte con una persona en agonía o enferma de tal forma que veas a la muerte en sus ojos ha de ser una experiencia medio café, no me ha pasado aún.
Excelente cuento!
Saludos Brother.
Saludos, amigo, gracias por leerme.