Un dolor escondido en el alma es una carga tan pesada que nubla la mirada mientras encorva tu espalda, y más aún cuando te sientes obligado a sonreír para que nadie note que algo te está atormentando.
Es tan fatigante vivir el día a día fingiendo una felicidad que no es real, una paz interna inexistente, un “estoy bien” cada vez que te preguntan, aunque eso no sea verdad. ¿Por qué es necesario vivir actuando, vivir mintiendo, vivir en una simulación? ¿Por qué es tan necesario encajar en este universo en donde ser feliz es lo socialmente normal?
Puedes intentar ocultar el dolor en una fingida sonrisa, pero la comisura de tus labios y la ausencia de alegría en el brillo de tus ojos, inevitablemente delatan lo que hay realmente dentro de tu corazón.
Una farsa teatral
¡Qué difícil resulta vivir en un mundo de apariencias! Este mundo en donde pareciera que, si no eres feliz todo el tiempo, eres un ser que está fuera de la normalidad. Este mundo que se convierte en una farsa teatral en donde nos sentimos obligados a interpretar el protagónico del “Yo feliz”… sin permitir que la audiencia sepa que te estás desmoronando por dentro.
¡Qué difícil resulta sonreír con el corazón hecho pedazos! Es como intentar alumbrar una cueva con un cerillo que se apaga con el más mínimo soplo, haciendo aparecer de nuevo la aplastante oscuridad.
Equilibrio
No se trata de negar el dolor, si bien es la sonrisa un escudo protector ante el mundo, también puede ser una lacerante farsa que nos impide aceptar la realidad. Hay que encontrar el equilibrio entre evitar exponernos y aceptar lo que estamos sintiendo. Hay que buscar el consejo de un anciano sabio, el apoyo de un amigo… el refugio bajo el manto amoroso de Dios.