Recuerdo todavía aquel momento en el que intentando ayudar en el quehacer doméstico, agarré un trapo húmedo y empecé a pasarlo por muebles, escaleras, por cualquier superficie que tuviera enfrente y que veía empolvada, yo tendría unos 5 años aproximadamente en ese entonces. Llegué a un cuadro, le pasé el dedo por encima y dije “Aquí hay polvo”, empecé pasándole el trapo por las orillas, y ¡oh sorpresa!, a esa edad, yo no sabía que esa pintura del retrato podía despintarse.
Dejé el trapo e hice como si no hubiera pasado nada.
Ya han pasado 25 años desde que realicé tal acto inocente con el afán de ayudar a mi madre limpiando la casa, y el único daño que le hice a la pintura fue despintar las orillas dándole un “toque de luz”; todavía ese retrato al óleo de Doña Ofelia Hernández sigue en la casa de mi mamá.
Mi madre no tiene recuerdos de mi abuela, dado que falleció cuando tenía 3 años de edad. Sus recuerdos sobre ella son borrosos, pero lo que no es borroso en su mente es la falta que le hizo tener una figura materna. Pasó de casa en casa, entre madrinas, tías y una de sus abuelas; y nunca sintió el calor de un hogar.
Según me cuenta, su infancia fue triste.
Lo que yo hubiera dado por calmar su dolor, su pesar; pero, me doy cuenta de que ese no fue mi rol en su vida. Mi rol es y será siempre el ser su hija.
A pesar de que tuvo una infancia dura, esta mujer que me dio la vida supo sobreponerse y salir adelante por mérito propio. Esta mujer sacó a sus hijos adelante, sin tener una noción de cómo era ser mamá porque no la tuvo o, mejor dicho, porque no tiene los recuerdos de haber convivido con ella.
Aunque no tuvo un modelo materno a seguir, el sólo hecho de tener el retrato de mi abuela en su casa, fue su gran guía para poder llenar de amor y de un hogar feliz a sus hijos.
Bien dicen que nadie te enseña a ser papá (o mamá), pero hay personas que tienen aún más difícil pasar por esta etapa, ¿por qué? porque no lo experimentaron y, sin embargo, han sabido cumplir ese papel a la perfección.
