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El amor y el odio son dos sentimientos que todos, alguna vez, hemos experimentado en carne propia. Dos sentimientos que se sufren, se padecen o se disfrutan como una buena sobremesa. El odio se puede subdividir en categorías y representarse bajo la forma de una escalera retorcida (de esas, estilo Tim Burton), donde cada peldaño corresponde a un tipo. En esta hipotética escalera, la venganza sería un amplio e iluminado descanso provisto de un cómodo sillón para tomarse un respiro después de recibir oprobios, groserías y uno que otro zape; una lámpara, una mesita con plumas y hojas: el sitio ideal para planificar el desquite. Porque la venganza exige diseño previo, una ruta crítica, una planeación (vaya ni este plano se salva uno de hacer PLANEACIONES).

Se trata de un arte mayor. La buena venganza es como pintar la Capilla Sixtina o componer la Novena Sinfonía, requiere de un trabajo serio y constante en el que no se puede improvisar ni dejar nada en manos de la fortuna. El vengador tiene algo de chef, de monje y de relojero: concentración, paciencia y destreza.

Quiero aclarar que mi intención no es rendir homenaje a la venganza, sino destacar su papel de Leitmotiv literario y cinematográfico, y ya de paso reflexionar sobre su humana naturaleza e inconfundible sabor que deja en la boca de quien la ha practicado…

Al pertenecer a uno de los ámbitos de la condición humana, autores clásicos, indispensables y uno que otro colado han urdido sus tramas con los hilos del desagravio, del talión, del ojo por ojo. Porque es un gran tema: ya los griegos le reservaban el palco de honor en el argumento de sus tragedias. Dioses vengativos que descargan su furia contra los hombres, guerreros con sed de sangre por la muerte del amigo, hábiles mujeres que vierten veneno en la copa del rey maligno. Cuando los dioses se fueron y en su lugar quedaron las pasiones, los hombres demostraron su alta capacidad vengativa. Ya sea por el asesinato del ser querido, por la ambición de un tesoro, de un cargo público, por infidelidades… cualquier ultraje que destruya y envenene el corazón es suficiente para echar a andar la maquinaria de la venganza.

En el cine, por ejemplo, se ha explotado ávidamente la sed de venganza que siente el público al presenciar cualquier tipo de ultrajes e injusticias de las que son objeto ciertos protagonistas que previamente enganchan nuestra simpatía o simplemente no hicieron nada para merecer tales agravios. ¿Vieron aquella película Dogville (Lars von Trier, 2003), en la que Nicole Kidman interpreta a una fugitiva que busca refugio en el pueblo del mismo nombre y cuyos habitantes, poco a poco, pasan de la solidaridad al abuso físico y psicológico? (¿no? Véanla). Como simples espectadores, conforme contemplamos la escalada de violencia que se cierne sobre la pobre Grace, deseamos con fervor que se castigue a toda la comunidad, y cuando eso pasa nos frotamos las manos y salimos satisfechos de la sala: hemos disfrutado de la venganza.

Las historias de venganza nos apasionan. No importa si es en el cine, en la televisión, el teatro, o en un libro. Son historias universales, de las que pasan sin problemas la prueba de tiempo. Quizá el mejor ejemplo de ello sea Hamlet, la puesta en escena escrita por William Shakespeare hace más de cuatrocientos años. ¿Cómo es que nos sigue fascinando? En Hamlet encontramos intrigas palaciegas, traiciones, e incluso fantasmas, todo ello en un reino al borde de la guerra. El príncipe danés observa cómo el mundo a su alrededor empieza a desmoronarse.

Su madre, en un hecho inexplicable para él, contrae matrimonio con el hermano de su padre recién fallecido; pero lo que desata la locura del joven Hamlet es la aparición del fantasma del rey, su padre, denunciando a su asesino y exigiendo venganza. A partir de ese momento la fatalidad resultará inevitable para todos los personajes, comenzando con el vengador.

En Moby Dick, Herman Melville nos permite ver otro rostro de la venganza, el de la obsesión. Un joven atormentado de nombre Ismael se embarca como tripulación del “Pequod”, nave capitaneada por Ahab, un viejo marino obsesionado en cazar a un ser casi mítico: la gran ballena blanca, Moby Dick, el demonio marino que le arrancó la pierna durante su primer encuentro. El deseo de venganza del capitán Ahab es desmesurado, como la criatura perseguida, como el mismo libro (considerado por muchos la gran novela americana, tratado de cetología y enciclopedia marítima). El capitán Ahab es el odio concentrado, la justicia que busca es insensata, y no le importa tener que ir hasta el rincón más alejado del mundo con tal de verla cumplida. Tal vez por eso no cualquiera se convierte en vengador, no se trata únicamente de sentirse agraviado y desear el desquite; quien elige el camino de la venganza debe estar dispuesto a ver arder todo a su paso y a quemarse en el mismo fuego, debe saber que se trata de un camino sin vuelta atrás.

Algo así era lo que estaba pensando Stephen King cuando escribió Carrie, la novela que su esposa rescató de un bote de basura y con la que se volvió un escritor best seller. Stephen era profesor de literatura en una escuela secundaria, y conocía de primera mano eso que hoy en día llaman bullying, pero que siempre ha existido: la crueldad a la que pueden llegar los adolescentes para martirizar a quienes son distintos.

Carrie es la historia de una joven traumatizada por su propia madre, una mujer religiosa hasta el fanatismo, obsesionada con el sexo y la culpa. El día en que Carrie tiene su primera menstruación, en las duchas de la escuela, ignorante de lo que le sucede, sufre también un ataque de pánico. A partir de ese momento Carrie se vuelve blanco de las burlas de sus compañeras de clase, pero, además, como si no fuera suficiente con lo que le pasa, descubre que cuando se altera puede mover cosas sin tocarlas.

La venganza es un plato que se debe comer frío. Sin embargo, muchas veces es imposible de realizar, el odio nubla el juicio y acaba por volvernos animales salvajes deseosos de terminar con el que nos hizo alguna afrenta. (Mi madre solía decir: “no veo quién me la hizo, sino quién me la va a pagar”).

La venganza ha sido tema constante en la historia de la humanidad: en los clásicos griegos Aquiles fue a engrosar los ejércitos que buscaban a Helena, pero cuando se metieron con Patroclo se cargó a todos los troyanos que encontró a su paso. Dumas contó en cientos de páginas cómo Edmundo Dantés (El Conde de Montecristo) esperó pacientemente hasta hacerles pagar a los que lo encerraron en esa fétida cárcel. ¿Y qué me dicen de Andy Dufresne (Tim Robbins) en “Sueño de Fuga” quien tuvo la paciencia de Job antes de ejecutar, no sólo su plan maestro para escapar de la penitenciaría estatal de Shawshank sino su quirúrgica venganza en contra de quienes le hicieron la vida de cuadritos por cerca de 20 años?

La venganza es también uno de los grandes temas del western y del policiaco. La gesta del indio Gerónimo buscando hacerles sentir en carne propia a los que asesinaron a su familia ha sido contada más de una vez (Creo que la más reciente fue la que nos contó González Iñárritu en “El Renacido”).

En la novela negra, la lista es grande y va desde Raymond Chandler hasta Patricia Highsmith pasando por Mario Puzo. Incluso la mafia siciliana ha creado un término para la venganza que se hace sin el arrebato de las emociones: la vendetta.

Una vendetta es lo que se quiere hacer en el caso de Santiago Nasar en el libro clásico del Nobel Gabriel García Márquez, Crónica de una muerte anunciada. A los ojos de los hermanos Vicario, habitantes de un pequeño pueblo tropical, la afrenta de Nasar contra su hermana Ángela sólo puede ser lavada con sangre.

Márquez, queriendo desmarcarse de sus contribuciones más famosas a la literatura, decide echar mano de un suceso real y retomar en la narrativa su otro oficio, el periodístico. Así, se crea un desafío narrativo. Dijo en alguna ocasión: “Si la gente ya sabe el final de la obra, qué caso tiene seguir leyendo”. Ahí estaba el desafío: narrar una historia que pese a que el lector sabía la conclusión no pudiera soltar el libro.

“El Gabo” hace un puntual recorrido por los prejuicios y moralidades de los habitantes de un pueblo que sabemos está en Colombia, pero que podría estar en cualquier sitio de América. Incluso en Estados Unidos.

En fin, la venganza se ejecuta en frío porque en la premura del momento el fuego nos puede quemar. Por eso cuando los sicarios sicilianos encontraban a su víctima, siempre decían: “Nada personal, simplemente negocios.”

La venganza es un acto paradójico ya que, a pesar de su naturaleza pasional, requiere de un cálculo medido y pensado para ser realizada; otras veces el azar se encarga de ella sin que la pasión busque correspondencia (“Justicia Divina”, jajajaja). El pago simbólico de restitución se resuelve en el acto vengativo, pues no hay acción humana que quede impune; eso lo han dejado claro los griegos y Shakespeare también.

¿Quién no se ha regocijado en un acto de naturaleza vengativa?

Así lo expresó el trío Los 3 Ases en su emblemático himno “Venganza” o los mismísimos Hombres G en “Devuélveme a mi chica” (de la que incluso hay una película); Tarantino, en la sangrienta saga “Kill Bill” vol. I y II; Stallone en Rambo o Mel Gibson en Mad Max, Keanu Reeves en John Wick… La lista podría continuar (de hecho, me gustaría que la continuaran en sus comentarios).

En la ópera prima de G. Iñáritu, “Amores Perros”, entre ese torrente de emociones que fluye desbocadamente desde el primer minuto, la venganza es un manto que cubre de alguna forma las tres historias que ahí se cuentan. Lo mismo ocurrió en “21 gramos”. Por cierto, no estoy muy seguro de que el título correcto para la saga de Marvel sea “Los Vengadores”, en el entendido de que justicia y venganza, podrían ser primas lejanas, quizá, pero nunca lo mismo. Y supuestamente tanto el Team Cap como el Team Iron Man buscan lo primero, aunque con métodos distintos; sin embargo, pensándolo bien “Los Justicieros” es un título que no rifa, ja.

Y ya que hablo de súper héroes, no existe en los cómics personaje más obsesionado con la venganza que Batman. La historia, de sobra conocida por todos, es la del hijo huérfano de dos millonarios que mueren durante un asalto en un callejón oscuro de Ciudad Gótica. Esa noche, Thomas Wayne llevó a su esposa e hijo a ver La marca del Zorro en el cine (y no a la ópera como se sugiere en “Batman Inicia”). A la salida, para cortar camino decide llevarlos a través del llamado Callejón del Crimen, donde son asaltados por un ladrón de poca monta (y no por el Guasón, según la primera versión cinematográfica de Batman a cargo de Tim Burton) al que, nervioso, se le van un par de tiros que fulminan a los Wayne. El pequeño Bruce atestigua todo y queda marcado de por vida.

Desde luego, al crecer, tomará la decisión más lógica: vestirse de murciélago para combatir el crimen desde las azoteas, ja. En sus múltiples encarnaciones en los cómics, el cine, la televisión o los videojuegos, Batman ha seducido al público con su elenco de extravagantes personajes y sus ambientes oscuros. Desde la serie televisiva de los sesenta, quizá la versión más infantil del personaje en los medios, hasta el videojuego de Batman: Arkham City, pasando por miles de cómics y novelas gráficas, así como decenas de adaptaciones al cine, Batman es actualmente el personaje más importante de su editorial, DC Comics, filial del emporio mediático Warner Brothers. Siempre obsesionado con vengar la muerte de sus padres en cada criminal que se cruce por su camino, Batman es un Quijote oscuro condenado al destino de Sísifo.

Quizá el único otro superhéroe que rivaliza en popularidad con Batman sea Spider-Man de Marvel, filial de Disney. Como quizá la historia de su origen no sea tan conocida como la del Caballero Oscuro, vale la pena recordarla: El joven nerd Peter Parker es mordido accidentalmente por una araña radioactiva (o modificada genéticamente, según la versión) y adquiere poderes arácnidos. Inicialmente decide lanzarse al mundo del espectáculo, haciéndose luchador enmascarado. Una noche, saliendo del estudio de televisión deja pasar de largo a un asaltante al que persigue un policía, sólo para descubrir horrorizado que su tío y tutor, Ben Parker, es asesinado pocas horas después por este mismo sujeto. Peter toma la decisión más lógica: vestirse de araña para combatir el crimen desde las azoteas, ja (y así vengar al tío).

Mmm, comienzo a ver un patrón aquí… Eso sin hablar de otros superhéroes como el “justiciero” Frank Castle alias The Punisher, o Los Vengadores, que en el nombre llevan la fama. Y aunque para muchos no es un súper héroe, no puedo dejar fuera de la lista a Kick-Ass, quien junto con Hit Girl, buscan limpiar a la ciudad del crimen motivados por la sed de venganza (cada uno tiene sus motivos).

¡Ah, la venganza! Dulce y fría.

https://laredaccion.com.mx/the-boys-el-lado-siniestro-de-los-superheroes/moni-antics/
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