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¡Afrontémoslo!, no son los gobiernos en los que el mexicano debe volcar a ciegas sus esperanzas de cambio. Somos los ciudadanos quienes debemos mantenernos cuidadosos de los procesos que perpetúan la democracia de nuestro país.

Somos nosotros los que debemos, al mismo tiempo, mantenernos vigilantes de nuestra propia conducta individual. Una conducta que más que segregarnos ideológicamente nos invite al mejoramiento de nuestros valores a través del ejercicio de una plena conciencia.

Imagen: El País

En ese sentido, el cambio que buscamos como nación se encuentra incluida en nuestro repertorio de acciones que se expresan a través de nuestro comportamiento manifiesto. Es por eso que debemos cuidar tales acciones, equiparándolas con la intencionalidad de nuestros actos en aras de un ejercicio que cada uno de nosotros debe afinar en nuestro día a día: la empatía.

Si somos empáticos y capaces de ponernos en la piel del otro, entonces estamos ya ganando terreno sobre el bienestar de nuestro pueblo, dejando de culpar al otro mientras justificamos las diferencias geo-políticas que más que acercarnos a un estado de idealización partidista, nos enfrente al descubrimiento de la cercanía que tenemos con los que nos rodean.

Con esa maquinaria social que no se detiene y cuyos engranajes representamos todos y cada una de las personas que podemos responder al adjetivo mexicanos sin poner énfasis en la clase social, el género, orientación sexual o filosofía de vida cuya bandera podamos llegar a arriar con vistas a hacer consciencia de que el verdadero bienestar, proviene de aquellos puntos que más que diferenciarnos, nos igualan bajo ese noble título.

Imagen: The New York Times

Pensemos que cada vez hay menos lugar a una revolución colectiva. El cambio hay que hacerlo nosotros mismos desde nuestro propio fuero interno.

Solo así seremos capaces de cambiar nuestra circunstancia, no con actos vandálicos y mucho menos bélicos, sino a través de un trabajo de empatía que deberá constituir la base de un marco de conducta capaz de brindarnos el cobijo de la fraternidad, a la vez que trabajamos individualmente sobre nosotros mismos, intentando siempre estar más cerca del concepto de justicia inherente a nuestra naturaleza humana.

Un concepto capaz de subsanar el tejido social que durante años ha sufrido el pueblo de México.

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