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Hay pocas cosas que me llenan tanto el corazón como ayudar a los demás. Me encanta ver la sonrisa de agradecimiento en sus rostros, el brillo de esperanza en sus ojos, el alivio de sus almas. Me hace sentir que estoy haciendo algo bueno por el mundo, que estoy contribuyendo a mejorar la vida de alguien, aunque sea por un momento.

No me importa si me lo piden o no, si me conocen o no, si me lo devuelven o no. Lo hago porque me nace, porque siento que es mi deber, porque me pongo en su lugar y me imagino cómo me gustaría que me trataran a mí. A veces, sé que hay personas que necesitan ayuda pero no se atreven a pedirla, por vergüenza, timidez u orgullo. En esos casos, trato de acercarme con delicadeza y ofrecerles mi mano, sin juzgarlos ni presionarlos. Sé que por dentro están pidiendo ayuda a gritos, y yo quiero ser esa voz que les dice: «No estás solo, yo estoy aquí para ti».

Me siento muy agradecida cuando estoy en la posición de poder brindar ayuda en vez de ser quien la necesita. Creo que es una bendición tener la oportunidad de compartir lo que tengo, ya sea dinero, tiempo, conocimiento, amor o cualquier otra cosa. Me hace valorar más lo que poseo y no darlo por sentado. Me hace crecer como persona y como ser humano.

Sin embargo, también he aprendido que hay un límite para ayudar a los demás. No se trata de ser egoísta o indiferente, sino de ser prudente y respetuoso. Hay personas que se aprovechan de mi buena voluntad, que abusan de mi generosidad, que me usan como un medio y no como un fin. Hay personas que regresan una y otra vez a la misma situación negativa, como si fuera un transtorno crónico, que no quieren cambiar ni mejorar. Hay personas que aman victimizarse y que terminan siendo más perjudicados al recibir ayuda, porque no les permito despertar y ponerse en acción para satisfacer sus propias necesidades.

A esas personas, no puedo ni debo ayudarlas. Porque al hacerlo, les estaría haciendo un daño mayor. Les estaría quitando su dignidad, su autonomía, su responsabilidad. Les estaría impidiendo crecer, aprender, evolucionar. Les estaría negando la oportunidad de descubrir su propio poder, su propia luz, su propio propósito.

Por eso, cuando ayudo a los demás, lo hago con amor, con alegría, con gratitud. Pero también con discernimiento, con límites, con respeto. Así, no solo les doy lo mejor de mí, sino que también me doy lo mejor a mí misma. Así, experimento el verdadero placer de ayudar a los demás.

La Leyenda de la Bruja del Rayo.
THE STICKYS ESTRENA EP, "3P"

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